el infierno industrial

            EL INFIERNO INDUSTRIAL

ACERCA DE LOS PELLETS EN EL NOROESTE PENINSULAR

                                                “El progreso y la catástrofe son el anverso y el                                                                                                        ,                                                                   reverso de la misma moneda” H. Arendt

  Otra catástrofe más? O es el mismo funcionamiento de la sociedad tecno industrial la que es una catástrofe (1) por sí misma. Sin lugar a duda, desde sus inicios la industrialización ha producido una sociedad ecocida y liberticida cuyas consecuencias son un mundo devastado industrialmente. Mar, tierra y aire contaminados con miles de productos químicos que hacen del mundo un lugar inhabitable, enfermo y al borde del abismo. Desde los cielos negros por contaminación del Londres, lleno de hambre y miseria, de la I Revolución industrial hasta nuestros días donde la devastación industrial alcanza cada punto del planeta.

Lo ocurrido en las costas del noroeste peninsular es el día a día de la sociedad industrial que con su forma de producción y consumo envenena y devasta el planeta, mañana saldrán expertos tecnócratas y ecologistas bien pagados a explicarnos que ha sido un accidente, un error en su “mundo perfecto”, darán indicaciones y soluciones a los problemas que ellos han creado, mientras que nos indican como debemos comportarnos.  Lo que nunca dirán es que lo que ellos llaman “accidente” es parte de la cotidianidad de la sociedad industrial. Ellos llaman “accidente” a las más de mil pruebas nucleares realizadas por EEUU durante la segunda mitad del siglo pasado convirtiendo en desiertos radiactivos los territorios donde se hicieron,  a las 450 aldeas chinas contaminadas por el extractivismo para conseguir tierras raras, a la desaparición de la biodiversidad, al envenenamiento continuo mediante productos químicos de nuestros cuerpos y de la naturaleza, a sus residuos tóxicos que envenenan tierra, mar y aire a quiénes sufrimos las consecuencias de este infierno industrial nos ofrecerá “maravillosas” soluciones: resiliencia y más progreso, en otras palabras que seamos felices, consumamos, reciclemos y aceptemos la dominación que ellos nos salvarán.. No son accidentes. Es el progreso que devasta la naturaleza, es la sociedad industrial que nos envenena.

Pellets, microplásticos, Prestige y otras catástrofes del monton

   El 13 de Diciembre comienzan a avistarse en las costas gallegas los primeros sacos de pellets, provenientes, en principio, de un contenedor que perdió un buque en las costas frente al territorio portugués, a diferencia de otros contenedores que se pierden en mitad del mar envenenándolo, este ha quedado a la vista de los habitantes del “mundo feliz.”

    Los pellets de plástico son pequeñas bolitas de hasta cinco milímetros de diámetro que se utilizan como materia prima para producir cualquier producto que contenga plástico, como envases, botellas o incluso vehículos. Los pellets están hechos de polietileno, polipropileno, poliestireno, cloruro de polivinilo u otros tipos de plástico y en ocasiones pueden contener también aditivos. Estos pellets son altamente nocivos para la vegetación y la fauna marina, ya que pueden ser ingeridos por los animales marinos entrando de esta manera en la red trófica  y provocar toxicidad en un ya débil ecosistema marino, así mismo este material es difícilmente degradable, su descomposición los convierte en nanoparticulas nocivas para la naturaleza y el ser humano. Nada nuevo en el horizonte ya que cada año se vierten al año entre 52.000 y 184.00 toneladas de pellets…la catástrofe continua. Otra vez, como paso en el con el Prestige, los primeros en ir a limpiar las playas han sido los pobladores del territorio cercano ante la indiferencia del Estado,  y otros acudirán ante la manipulación mediática sentimental en forma de voluntarios a limpiar la mierda industrial. Su mierda que la limpien ellos. Para nosotros la mejor forma de solidarizarnos con los pobladores del territorio es sabotear la sociedad industrial y señalar a sus defensores y a sus falsos críticos y a los profetas izquierdistas que nos dirán que hacer.

(1)Cuando hablamos del mundo como catástrofe nuestro objetivo no es asustar a quién nos lea, simplemente analizar la realidad para poder actuar sobre ella, la administración del miedo es lo que persiguen de los medios de comunicación y sus dueños. Quiénes en tiempo real, gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, son capaces de sincronizar los sentimientos y emociones de millones de personas creando una opinión sobre la “evidencia” de sus informaciones, emociones que se transforman en un grito mudo de la población contemplando estupefactos la catástrofe ante sus pantallas.

                                                                                      LOS CHIMPANCES DEL FUTURO

                                                                                                            MADRIP, ENERO 2024

Una pequeña crítica anarquista sobre las redes sociales en el anarquismo. Sobre ¨Pantube” y similares

Una pequeña crítica anarquista sobre las redes sociales en el anarquismo. Sobre ¨Pantube” y similares

“La violencia no consiste tanto en herir y aniquilar como en interrumpir la continuidad de las personas, en hacerles desempeñar papeles en los que ya no se encuentran, en hacerles traicionar, no sólo compromisos, sino su propia sustancia” Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, 1961.

El mundo virtual como forma de “salvación”a la esclerosis que la lucha muestra en el real

  Percibimos el presente como una carencia, como que siempre nos falta algo, la velocidad a la que somos obligados a estar y sentir el mundo nos hace estar sumidos en una continua desorientación, que junto a los inestables y cambiantes tiempos en lo que nos encontramos, en esta Gran Transformación, nos hace igualmente estar confundidos, desanimados y perdidos. La falta de referentes y el olvido de luchas pasadas contribuyen a la desazón.  La acción anarquica no solamente se ha debilitado por unas condiciones de vida cada vez más duras, el ciudadanismo o la introducción de ciertas corrientes del liberalismo cultural en su seno, sino también por la introducción de las tecnologías digitales en la lucha anarquista que han llevado por un lado a abandonar la calle, a mitificar las luchas virtuales y especialmente a la destrucción de una comunidad y la formación de lazos reales y afines que hagan posible la revuelta, unas redes sociales que nos inducen a replegarnos sobre nosotros mismos tanto física como mentalmente y a percibir que estamos luchando mientras aporreamos sin cesar el teclado, damos a like a videos de ´riot porn´, aislados frente a la pantalla, sin otra percepción del mundo que no sea la virtual. Unas redes sociales donde sólo importan los cálculos racionales y somos reducidos a números, a seres sin cualidades. Reducidos igualmente a simples espectadores de un mundo que se nos escapa a través de la pantalla.

Es necesario comprender lo que significa internet en el aspecto de la lucha revolucionaria. No nos centraremos aquí en las múltiples nocividades que crea en cuerpos y mentes, algo que obviamnente también afecta en la lucha anarquista.  

Algunos parecen encontrar una especie de válvula de escape a toda esta desorientación en el mundo virtual, sin comprender que aquello que conforma este mundo: internet, redes sociales etc.. es una herramienta creada por someternos y domesticarnos. El pretendido uso “no neutral”, “revolucionario”, “consciente” que pretenden darle algunos no hace más que perpetuar la dominación, consiguiendo la continuación de la catástrofe en curso. Internet es una herramienta liberticida y ecocida.

  Algunos ante la situación de falta de luchas reales (por lo menos en la península Iberia) o la desilusión por luchas pasadas buscan consuelo en el mundo virtual, que les lleva al desahogo verbal en las llamada “redes sociales” o al pataleo infanti en “grupos” de mensajería instantánea, prácticas que sólo se basan en un espontanéismo de palabras solitarias, que no sirven para nada y  que generan ganancias gigantescas a una industria dotada de gran habilidad para ofrecernos instrumentos que nos permiten expresar nuestra rabia, obviamente de forma estéril, y que actúan como válvulas de escape catárticas.

    Internet moldea nuestros cuerpos y mentes, uno de sus objetivos es evitar que podamos gozar de las condiciones necesarias para propiciar de la revuelta, la insurrección y la destrucción de lo existente en su lugar nos propone la atomización y la servidumbre tecnológica, dando lugar a movimientos mecánicamente planificados  y estableciendo códigos estandarizados de expresión y conducta, todo según sus racionales cálculos. Resulta esencial para borrar nuestros cuerpos sustituidos por avatares (transformados aquí en quien nosotros queramos ser),y  para negar el tiempo y el espacio necesarios para formarnos como individuos y colectivamente.

 Aún así hay quienes se dicen querer transformar el mundo o se llaman “revolucionarios” valiéndose del aparato que garantiza la sumisión a las normas y a todo aquello que viene impuesto por quienes ocupan el poder.

En la presentación de la plataforma ´Pantube´ se definen como un medio ´ecologista´, palabra por otro lado que ha perdido todo el sentido político que tuvo durante la segunda mitad del siglo pasado, ¿de verdad? Pretenden ser ecologistas usando una plataforma que es material ( se habrán creido el cuento de la ´nube´, de que es una red inmaterial como si fuese un fantasma). Una red cuyas infraestructuras devastan la tierra a una enorme velocidad, la necesidad del extractivismo para los minerales necesario para construir los aparatos inteligentes, la ingente cantidad de energía que consume internet (cada vez más), la devastación de zonas donde perduran formas de vida comunitarias, pre industriales, la necesidad de una división del trabajo y jerarquías hacen de internet un proyecto capitalista, liberticida y ecocida, aquellos que pretenden darle un uso revolucionario tienen un cadáver en la boca.

Cuando todos los lazos reales han sido destruidos por las relaciones capitalistas, cuando toda comunidad real ha sido igualmente destruida por los modos de vida capitalista, el mismo capitalismo nos lleva a otra comunidad y a otros lazos esta vez en el mundo virtual. Es una de la lógicas del capitalismo destruirlo todo para luego ofrecértelo en formato mercancía.

Vemos como algunos intentan darle un sentido ´etico´a estas plataformas y comunidades virtuales. Como por ejemplo ´´tinder ético, no alcanzamos a comprender como transformar las relaciones en mercancías y convertir en objetos a las personas pude ser ´etico´ sólo es posible en esta sociedad sin valores y mediada tecnológicamente.

Nos  lo quieren vender como algo no neutro . Vendiendonos el concepto de información capitalista, aquel que queda reducido a su mundo racional y de números, porque haciendo desaparecer nuestros cuerpos y el mundo real hacen desparecer formas de conocimiento reales, no mediadas. Entendemos que la formación del conocimiento no es el resultado de una multiplicidad de fuentes de información, sino de una dimensión reflexiva y crítica todo lo contrario que el mundo que propicia intenet: superficial, efímero, mediado etc…Un conocimiento donde el otro no sea abolido, donde formar lazos de afinidad, confrontar, discutir, conocernos siempre cara a cara.

Nosotros no queremos competir en Internet, con la extrema derecha, no queremos tener mejores resultados, “ser más” que los nazis en las redes sociales. Queremos que desaparezcan los nazis y las redes sociales. En nuestras manos está ser un movimiento revolucionario serio, reflexivo y crítico, alejado de cualquier forma de mediación.

Salir de la dominación tecno capitalista, por una lucha que destruya lo existente “sin una banca ética”, ni unas “redes sociales éticas”, no queremos ninguna mercancía que modele nuestra vida . Por la abolición del trabajo asalariado. Por la destrucción de la sociedad tecnologica Por la anarquía.

                                      CHIMPANCES DEL FUTURO, MADRIP, Noviembre 2023

Sobre el culto a la tecnología.François Jarrige

Desde el comienzo de la era industrial, la incesante embestida y la creciente escala de las tecnologías han dado lugar a numerosos debates y disputas sobre sus riesgos, potencialidades y efectos. Si bien la hostilidad y la fascinación por las nuevas tecnologías obviamente no son nada nuevo, se expresaron con particular intensidad en la primera mitad del siglo XXe siglo. Durante esta “era de los extremos”, que vio los estragos de las dos guerras mundiales, así como la aceleración de la industrialización y el aumento del consumo masivo, la cuestión de la tecnología se vio atrapada en un conjunto de discursos opuestos y contradictorios. En el campo intelectual, dio lugar a innumerables disputas y controversias que tomaron la forma de matices sutiles según el país. Paralelamente al desarrollo del capitalismo y la colonización y a las grandes crisis sociales y culturales que sacudieron la época, las naciones industrializadas experimentaron con una avalancha sin precedentes de nuevas tecnologías: pensemos en la electricidad, la aviación, la química. En todo el mundo, la cuestión de la tecnología emergió como un tema decisivo, enfrentando a críticos pesimistas y preocupados con empresarios modernos y entusiastas, mientras que los discursos laudatorios sobre la tecnología se incorporaron a los nacionalismos triunfantes.

Pero más allá de estos debates, el consenso que parece haber prevalecido a posteriori a favor del “progreso” técnico ha llevado a varios pensadores a diagnosticar una transferencia de lo sagrado de las religiones tradicionales a las tecnologías contemporáneas. El historiador británico Arnold J. Toynbee señaló a mediados del siglo pasado cómo “la tecnología ha tomado el lugar de la religión como interés supremo y objeto de aspiración” (1). Jacques Ellul exploró la misma idea cuando afirmó en la década de 1970, cuando crecían muchas dudas sobre el sistema técnico industrial, que “no es la tecnología la que nos esclaviza, sino lo sagrado transferido a la tecnología” (2). De hecho, a partir del siglo XIXe En el siglo XX, en paralelo a la industrialización y a la multiplicación de los objetos técnicos, se rindieron toda una serie de discursos, celebraciones y homenajes a la tecnología, adornada con cualidades inéditas y casi demiúrgicas. Poco a poco se le ha ido rindiendo un verdadero culto a él y a sus promotores, hasta convertirse en una manifestación característica de las sociedades contemporáneas y de su imaginación.

En ningún otro país industrializado que no sea Alemania este culto a la tecnología ha alcanzado tal escala. La tesis del libro de Jeffrey Herf, finalmente traducido al francés, es que en el atormentado panorama intelectual del período de entreguerras, este país tenía una posición especial debido al culto desenfrenado a la tecnología que se había desarrollado allí, y que preparó el terreno para el nazismo y sus locuras destructivas. A diferencia de los análisis e interpretaciones que presentan al nazismo como un movimiento puramente reaccionario y antimoderno hostil a todas las formas de progreso, en la continuidad de la ideología conservadora de Völkisch, el estudio de Herf ha abierto el campo a una comprensión más fina de la genealogía intelectual del nazismo como un todo coherente, lejos de la locura irracional a la que algunos han querido confinarlo (3). Herf fue, pues, uno de los primeros en intentar reconstruir esta ideología nazi haciendo del culto a la tecnología una vía privilegiada de acceso para arrojar luz sobre sus antinomias fundamentales y su dimensión mortal.

El tecnonacionalismo y la “era de las máquinas”

El libro de Jeffrey Herf es una importante contribución al estudio y análisis histórico de la “era de las máquinas” que tuvo lugar durante el siglo XIXe un siglo antes de que realmente triunfara en el período de entreguerras. Para el historiador David Edgerton, este período representa la edad de oro de un “tecnonacionalismo”, en el que la “celebración del ciudadano inventivo” se convirtió incluso en uno de los elementos esenciales del discurso nacionalista (4). Cada país quería atribuirse el mérito de sus innovaciones frente a sus competidores, demostrando así su superioridad e imponiéndose en la vasta competencia internacional. Dudar de los beneficios de la industria a gran escala y de los equipos técnicos modernos equivalía a una traición, y cuestionar la beneficencia del industrialismo se consideraba cada vez más irracional e incluso peligroso. Tanto para los liberales modernizadores como para los fascistas y estalinistas de la primera mitad del siglo XXe En el siglo XX, la desconfianza en la modernidad técnica se convirtió en el enemigo a vencer en la medida en que corría el riesgo de frenar la expansión económica y el triunfo de las grandes potencias. Las corrientes del llamado “pesimismo cultural”, heredadas del romanticismo del siglo XIXe Sin embargo, después de 1918, todavía había muchas dudas sobre la “maquinaria”. Pero se sentían cada vez más abrumados por la exaltación de la tecnología presentada como condición para el progreso de las naciones, un progreso que obviamente podía entenderse de manera muy diferente según las tradiciones culturales.

La exaltación de las máquinas también se expresó a través del cambio de categorías políticas y estéticas, aunque hubo una gran circulación de discursos entre países. En los Estados Unidos, el entusiasmo por las nuevas tecnologías, de las que Henry Ford se convirtió en el profeta, se extendió hasta convertirse en una parte central de la identidad nacional del país. Muchos estudios han descrito esta “era de las máquinas” que se manifestó en objetos como la tecnología inalámbrica y los bienes de consumo, en los rascacielos y las fábricas, pero también en discursos y actitudes que “idealizaban extravagantemente la máquina” y su capacidad para crear una sociedad más justa o más eficiente (5). La “idolatría de la máquina” se encontraba en multitud de producciones culturales, como las fotografías comerciales de Charles Sheeler de las fábricas y su equipamiento técnico para Ford. En la arquitectura, el cine, la fotografía y el naciente diseño industrial, triunfó por doquier una estética adaptada al culto a las máquinas. En Europa, el Manifiesto del Futurismo Italiano (1909), que convirtió a este último en el símbolo de la modernidad en el arte, fue un ejemplo entre otros de esta nueva exaltación. Los periodistas europeos se apresuraron a viajar al continente americano para observar los cambios en curso: el culto a la eficiencia, la racionalización, la producción en masa, pero también la nueva estética modernista parecían revelar el secreto de la prosperidad (6).

También en la URSS, el culto a la tecnología floreció en el período de entreguerras en paralelo con el ascenso del estalinismo. Este culto dio lugar a grandes proyectos como redes de carreteras, rascacielos, armas de destrucción masiva, grandes presas gigantes, todo lo cual se suponía que domesticaría a la naturaleza y al hombre. La primera mitad del siglo XXe El siglo puso en marcha lo que el antropólogo James Scott ha llamado “alto modernismo”, es decir, una mezcla sin precedentes de voluntarismo estatal, mitos tecnológicos y una fascinación por los grandes proyectos que se suponía que transformarían realidades físicas y sociales complejas en elementos normalizados y simplificados, abstraídos y separados de la realidad. El nazismo y su historia representan una de las manifestaciones de este “alto modernismo” destructivo en el contexto singular de la Alemania de entreguerras (7).

À la fin du XIXe siècle, beaucoup exprimaient pourtant leurs craintes à l’égard d’un changement technique perçu comme menaçant, et ceci dans un très large spectre politique. L’idéal de retour à la nature et à la terre contre les villes tentaculaires et le monde artificiel de la mécanique constituait certes un aspect important des idéologies traditionalistes, mais il ne fut jamais le monopole de la seule droite nationaliste et conservatrice. Ainsi, alors que les écrits de Léon Tolstoï ou du théoricien Pierre Kropotkine commençaient à exercer une grande influence dans les milieux anarchistes, de nombreux militants libertaires tentèrent de fuir la pollution des villes en créant des communautés ou des cités-jardins susceptibles d’instaurer une nouvelle harmonie avec le monde. Les discours et pratiques cherchant à redéfinir les relations entre les humains et la nature se multiplièrent en Angleterre ou en France (8). Dans l’Empire allemand engagé dans un processus d’industrialisation particulièrement brutal, rapide et destructeur, ce phénomène fut sans doute encore plus puissant. Il se structura à la fin du XIXe siècle autour du mouvement de Réforme de la vie (Lebensreform), qui draina des artistes mais aussi des adeptes du végétarisme, du naturisme ou des médecines naturelles. Sur les hauteurs du lac Majeur, en Suisse, un petit groupe de végétariens – comprenant notamment l’Allemand Gustav-Arthur Gräser – créa ainsi en 1900 la communauté de Monte Verità en vue d’expérimenter un mode de vie alternatif, cultivant et construisant de leurs mains tout en rêvant d’un avenir fait de simplicité et de contact retrouvé avec la nature (9).

Le développement récent de l’histoire environnementale a montré l’ampleur des perturbations introduites par l’industrialisation à marche forcée, les fumées qui contaminent l’environnement, la misère provoquée par les concentrations urbaines, l’imposition d’une culture du fatalisme dans les esprits. Si dans certaines franges de la population les doutes restaient nombreux à l’égard du machinisme et de la grande industrie, les protestations peinèrent à se faire entendre. Le « luddisme (10) » et les « sensibilités antitechnologiques », pour reprendre les formules employées par J. Herf, semblèrent se répandre sous la république de Weimar, mais elles restèrent marginales et surtout cantonnées dans l’ordre du discours. Aux lendemains de la Grande Guerre, les doutes sur la grande industrie et ses réalisations techniques circulaient dans le débat intellectuel et politique européen, particulièrement en Allemagne, mais ils apparaissaient aussi, de plus en plus, comme une menace et un danger pour la puissance et la grandeur de la nation. Par ailleurs, ces doutes n’étaient pas universellement partagés. Dans la Ruhr, où la population ouvrière était largement composée de migrants récents, aucun mouvement de protestation de masse ne se développa contre un mal qui apparaissait nécessaire et fatal.

Comme le rappelait un habitant en 1919 : « Nous étions totalement fascinés par l’ampleur de la grande industrie et par le gigantisme et le génie des efforts humains […]. Nous acceptions les fumées empoisonnées des usines sidérurgiques comme quelque chose d’inévitable, et presque personne ne se plaignit (11). »

Face aux craintes qui découlaient des bouleversements industriels, le culte de la technologie qui se déploya dans l’entre-deux-guerres devait rassurer les sceptiques et cadrer les oppositions. Il constitua un phénomène majeur du XXe siècle, qui fut bien trop négligé par les historiens de cette période. Il joua un rôle essentiel en acclimatant des bouleversements et des perturbations perçus avec inquiétude par les populations, en naturalisant des évolutions de plus en plus décrites comme inéluctables et nécessaires à la grandeur de la nation. Mais ce culte prit en Allemagne la forme très singulière d’une réconciliation de « l’intériorité allemande » [Innerlichkeit] avec la modernité technique. Comme le montre Herf, il prit à la fois la forme d’une vision esthétique faite de formes neuves et stables, jugées rassurantes par rapport au chaos de l’ordre bourgeois, mais aussi en accord avec la volonté de puissance du peuple aryen. La technologie devint progressivement l’incarnation matérielle et physique de l’âme et de qualités intérieures, bien plus que le résultat d’une approche rationnelle et positiviste.

Le « modernisme réactionnaire » et la question des origines du nazisme

Publié à l’origine en 1984 aux Presses de l’université de Cambridge, l’ouvrage de Jeffrey Herf est en fait le fruit d’un travail de thèse qui fut soutenu aux États-Unis en 1980, alors qu’il était encore un jeune historien et sociologue. Intitulé dans sa version originale Reactionary Modernism : Technology, Culture and Politics in Weimar and the Third Reich, l’ouvrage constitue un jalon important dans la compréhension de la vision du monde nazie et de son rapport ambivalent à la modernité. La thèse comme la forme du livre sont évidemment le reflet des débats historiographiques de ce temps, alors que les années 1970 et le début des années 1980 sont marqués par de vives interrogations sur l’écriture de l’histoire allemande et les origines du nazisme. L’histoire du nazisme se développe alors à l’échelle internationale en suscitant controverses et débats. Avant même la fameuse « querelle des historiens » de 1986, qui opposera notamment Ernst Nolte et Jürgen Habermas sur la question du degré de culpabilité du peuple allemand, le problème des origines et de l’identité du nazisme s’affirme alors comme un enjeu central. Les thèses anciennes identifiant le national-socialisme et ses réalisations au seul Hitler et à ses obsessions et délires obsidionaux, sont remplacées par des approches plus complexes cherchant à réinscrire la catastrophe nazie dans son historicité. Certains ont ainsi recherché la spécificité du nazisme dans l’histoire des structures de l’État et de la société, engagés dans un processus de modernisation destructeur. Pour d’autres, le nazisme s’explique moins par la personnalité, les idées et les actes de Hitler que par le mode de fonctionnement du mouvement national-socialiste et de l’État hitlérien, par les réactions de la société allemande et les modifications du contexte international. Dans les années 1970, Martin Broszat montre par exemple dans son étude classique sur l’État national-socialiste combien la cohérence affichée n’existait pas réellement dans la pratique de l’exercice du pouvoir (12).

Parmi les questions décisives, sans cesse posées depuis, il y a bien sûr celle des liens entre le nazisme et la modernité. Le nazisme s’explique-t-il par la marche particulièrement difficile et paradoxale de l’Allemagne vers le monde moderne (13) ? Plus que dans toute autre nation occidentale, l’histoire de ce pays a en effet été marquée par des forces aristocratiques et traditionalistes démesurées. La « révolution bourgeoise manquée » de 1848 a laissé la Prusse unifier l’Allemagne et c’est le junker réactionnaire Bismarck qui a mis en œuvre le programme de modernisation de la bourgeoisie et même instauré une forme de « socialisme d’État ». Herf participe à l’immense débat sur le Sonderweg allemand et sur les relations ambiguës et singulières de l’Allemagne à la modernité.

Beaucoup de travaux et d’historiens ont en effet tenté d’explorer cette voie singulière vers la modernité politique et économique pour y trouver les causes de la catastrophe nazie, ou du moins des éléments susceptibles de l’éclairer. Dès le XIXe siècle, Marx observait d’ailleurs que, contrairement à la France et à l’Angleterre, la bourgeoisie allemande avait choisi la voie du compromis avec l’aristocratie plutôt que de s’allier avec le peuple pour émanciper la nation des entraves héritées de l’Ancien Régime ; dans l’espace germanique, l’industrialisation fut à la fois particulièrement tardive et rapide, et les élites traditionnelles se maintinrent longtemps au pouvoir. Selon la thèse classique de l’historien Hans-Ulrich Wehler, énoncée dès 1973, l’Allemagne serait dès lors devenue moderne sur le plan économique tout en restant féodale sur le plan politique (14).

L’ouvrage de Herf est nourri de ces débats et controverses très vifs dans les années 1970-1980 ; il les prolonge et les approfondit en sortant des analyses trop rapides, et en procédant à un retour aux sources et aux textes. Herf montre ainsi clairement combien « l’idéologie d’extrême droite, puis l’idéologie nazie étaient bien plus étroitement liées à la technologie moderne que ce qu’on avait pu dire jusqu’alors » (p. 33). George L. Mosse, qui exerça une grande influence sur le jeune historien Herf, et dont la famille fut victime des premières mesures antisémites, insistait quant à lui sur le fait que le nazisme est né dans les tranchées de la Première Guerre mondiale. C’est cette expérience fondatrice de la guerre industrielle qui conduisit ensuite à une sanctification de la mort et à une indifférence grandissante à l’égard de la valeur de la vie humaine, préparant la « brutalisation » de la vie politique que l’on put observer à l’époque (15). Le nazisme aurait ainsi été le résultat des ressentiments contre la modernité, mais porté par la technique la plus moderne.

El estudio de Herf es original en el sentido de que ofrece tanto una historia intelectual del surgimiento del nazismo -el objetivo es presentar los autores y las principales corrientes de ideas que prepararon el terreno para el triunfo de la Weltanschauung nazi- como una historia social de las ideas de grupos como los ingenieros que apoyaron al régimen y ayudaron a afianzarlo (16). El libro es, ante todo, parte de un esfuerzo por reconstruir una genealogía intelectual revisitando a pensadores famosos como Oswald Spengler, Werner Sombart, Carl Schmitt, Ernst Jünger y Martin Heidegger, así como a una multitud de autores menos conocidos y olvidados que también sentaron las bases para una interpretación nazi del progreso técnico. Uno de los principales intereses del libro es desenterrar el alcance de los debates sobre la tecnología y la gran cantidad de escritos sobre una filosofía conservadora de la tecnología que surgieron durante el período de entreguerras. Numerosas revistas y publicaciones, como la de los ingenieros ideológicos Technik und Kultur, que apareció entre 1922 y 1937, se pusieron en circulación para reconciliar la cultura de los ingenieros y la producción con la historia alemana. En la Alemania nazi, el progreso se redujo gradualmente a la tecnología, y parte del poder de atracción del nazismo hacia el mundo de los ingenieros y técnicos provino de su promesa de silenciar las críticas mientras liberaba a la tecnología moderna de las restricciones que se suponía que los liberales y socialdemócratas debían imponerle.

A diferencia de quienes hacen del nazismo una mera extensión de las corrientes conservadoras y völkisch que rechazan la Aufklarung y todas las dimensiones de la modernidad, Herf insiste en la síntesis original que representaba el nazismo, entre el rechazo de ciertos aspectos del mundo moderno y su poderosa adhesión a otros. Este punto es importante para salir de las visiones binarias y simplistas que muchas veces siguen existiendo, oponiendo, por ejemplo, modernidad y tradición, progreso y reacción. La tesis central del libro de Herf es que en Alemania, la aclimatación de la tecnología moderna tomó la forma singular de “modernismo reaccionario”. Con esta frase provocadora, que se ha utilizado muchas veces desde entonces, busca describir la mezcla de “entusiasmo por la tecnología moderna y rechazo de la Ilustración y las instituciones de la democracia liberal” que caracteriza a los movimientos conservadores alemanes.

Contrariamente a lo que todavía se lee a veces, la crítica política reaccionaria de la Ilustración se acomodó perfectamente a un entusiasmo y una fe inagotables en los poderes de la técnica, que se puso al servicio del proyecto expansionista y asesino del régimen nacionalsocialista.

El libro de Herf analiza un proceso ya previsto en el período de entreguerras por pensadores como Walter Benjamin y Thomas Mann, que trataron de comprender el éxito espectacular y hasta entonces inexplicable del nacionalsocialismo en la sociedad alemana. Herf sigue claramente los pasos de Benjamin, quien fue el primero en comprender verdaderamente que “la modernización técnica e industrial no implicaba necesariamente una modernización política, social y cultural más global”, y que en Alemania, más que en ningún otro lugar, la revuelta contra la modernidad tomó “la forma de un culto a la tecnología, más que un retorno a la tierra y al pasado” (p. 61). En definitiva, las tradiciones románticas y críticas de la Ilustración, propias del nacionalismo alemán, no se tradujeron en un rechazo de las técnicas modernas, sino más bien en su sobrevaloración como base de la grandeza del Reich y de la supremacía racial del pueblo ario. El “modernismo reaccionario” sería, por tanto, el proyecto cultural característico de “la vía alemana hacia la modernidad”, que deja “todo espacio para el progreso técnico” y ninguno para la democracia (18). Los nazis siguieron la tradición conservadora y nacionalista del “modernismo reaccionario”, añadiendo su antisemitismo frenético y su lectura biológica de la evolución técnica.

L’ouvrage de Herf a par ailleurs accompagné, voire amorcé et en tout cas stimulé les travaux sur les relations entre la modernité, les divers fascismes et les techniques (19). Si la rhétorique fasciste en appelle certes au retour au passé, les idéologies fascistes ne furent pourtant jamais des mouvements traditionalistes. Comme l’a résumé l’historien Eric Hobsbawm dans sa grande fresque consacrée à l’« âge des extrêmes », le passé auquel ces régimes se sont référés était d’abord un « artefact du discours », et leurs traditions ont été largement « inventées ». Si les fascistes rejetaient apparemment la « modernité » et le « progrès », exaltés dans les démocraties libérales, en pratique ils formulèrent un « ensemble de croyances délirantes à la modernité technique ». Dans la continuité des fondamentalismes technologiques antérieurs, les divers fascismes ont finalement créé un assemblage original de « valeurs conservatrices » et de foi dans la « maîtrise assurée de la haute technologie contemporaine (20) ».

Cette synthèse « techno-fasciste » trouvait ses racines dans l’expérience de la Grande Guerre, dans la défaite et la crise intellectuelle des années 1920. En Allemagne, la Révolution conservatrice s’accompagna d’une acceptation de la société industrielle et des techniques les plus modernes, perçues comme les solutions à la crise bien plus que ses causes. Pour les penseurs conservateurs, les Allemands étaient un peuple de techniciens et d’organisateurs qui devait imposer sa suprématie dans la civilisation industrielle en devenir. Hitler lui-même, loin d’être un traditionaliste rejetant complètement le monde industriel au profit d’un retour à la simplicité agraire du paysan, exaltait sans cesse la modernisation et les grands équipements techniques. Face à des régimes démocratiques qu’il jugeait faibles et décadents, les technologies modernes imposaient selon lui la mise en place d’un État suffisamment fort pour les diriger au profit de la puissance de la « race aryenne ». Dans Mein Kampf il définissait d’ailleurs la Weltanschauung nazie comme « fondée sur l’esprit grec et la technique allemande (21) ».

Techniques, idéologies et politique

Je laisserai évidemment les spécialistes de l’Allemagne et du nazisme – dont je ne suis pas – discuter de la pertinence des analyses de Herf. Mais si l’ouvrage a apporté beaucoup à la compréhension du nazisme et à son histoire intellectuelle, il doit aussi être replacé dans l’intérêt croissant qui émerge au cours des années 1970-1980 pour une histoire renouvelée des techniques et des technologies. Le traducteur Frédéric Joly a logiquement choisi de rendre le mot anglais technology par « technologie », mais il faut rappeler combien ce concept – que Herf interroge peu –possède une histoire longue et complexe. Le mot apparaît d’abord en Allemagne à la fin du XVIIIe siècle afin de désigner un projet de codification systématique des arts et métiers ; il s’agit d’abord d’un discours théorique et d’un essai de systématisation de l’analyse des techniques. Par la suite, le sens évolue et le mot en vient à désigner l’ensemble des techniques disponibles à une époque donnée, puis de plus en plus les artefacts du monde moderne, l’ensemble des dispositifs matériels identifiés à la modernité : les techniques les plus puissantes, celles qui résultent de l’alliance croissante avec la science. Chez Herf, la « technologie » désigne ainsi à la fois les grands artefacts – l’aviation et la motorisation, la chimie de synthèse, les aciéries gigantesques – et les discours et essais de théorisation de ces artefacts matériels par divers penseurs.

Au-delà de ses apports à la compréhension du nazisme proprement dit, l’ouvrage me semble essentiel car il propose une histoire intellectuelle et culturelle des techniques à une époque où dominaient encore des récits héroïques et naïvement progressistes. Le livre est d’ailleurs contemporain de l’émergence des science studies et de divers courants d’analyse montrant combien le monde des techniques façonne et est modelé par les représentations culturelles et les imaginaires, comme par les choix politiques et sociaux (22). Le travail de Herf sur le culte des technologies dans l’imaginaire nazi possède ainsi des points communs avec celui d’un autre historien nord-américain, David Noble, soucieux de comprendre les imaginaires et pratiques politiques de la technologie en Amérique du Nord après 1945. Dans ses livres America by Design : Science, Technology, and the Rise of Corporate Capitalism (1977) puis Forces of Production : A Social History of Industrial Automation (1984), Noble étudiait les discours et pratiques des ingénieurs américains, leur fascination et leur culte pour la technologie, leur enthousiasme systématique en faveur des machines les plus puissantes au détriment de l’efficacité. Pour Noble, dans la foulée des analyses de Lewis Mumford sur les « mythes de la machine », la technique n’est pas un processus sans sujet, le fruit d’un déterminisme et d’un devenir inéluctable auquel il conviendrait simplement de s’adapter : elle est un processus historique modelé par des idéologies et des rapports de force.

Par la suite, d’autres historiens nord-américains ont tenté de penser les idéologies et discours politiques à l’aune de leur fascination pour la technologie, à l’image de Paul Josephson pour l’URSS stalinienne. S’appuyant explicitement sur les recherches de Herf, Josephson a analysé ce qu’il nomme la « machine totalitaire », caractérisée par le rôle central accordé à l’État comme acteur du développement et de la diffusion des technologies et par une tendance marquée au gigantisme qui s’incarne par exemple dans les constructions d’Albert Speer, l’architecte du régime nazi, ou dans les « Sept Sœurs de Moscou », ces gratte-ciel voulus par Staline dans les années 1950. La nature comme les hommes doivent être asservis, contrôlés et mis au service de la puissance (23).

L’histoire intellectuelle des discours technologiques en Allemagne appartient à un ensemble de courants qui tentent de montrer les nombreux fils qui relient l’idéologie et le monde des technologies. Herf lui-même dit d’ailleurs sa dette à l’égard des théoriciens critiques de l’École de Francfort, en particulier de la conceptualisation de la technologie par Herbert Marcuse, tout en cherchant à dépasser leurs insuffisances. Son archéologie du modernisme réactionnaire le conduit ainsi à questionner leur thèse selon laquelle le nazisme serait l’expression paradigmatique d’un mal généralisé inhérent aux sociétés modernes. Il prolonge également les enquêtes philosophiques comme celle que Habermas avait consacrée une quinzaine d’années auparavant à « la science et la technique comme idéologie (24) ». L’étude de Herf est par ailleurs contemporaine du célèbre et riche essai de Langdon Winner intitulé « Les artefacts font-ils de la politique ? » (25), comme de l’essor en Europe et en Amérique du Nord de nombreux courants s’intéressant à la philosophie des techniques. Après l’intense décennie conflictuelle des années 1970, au cours de laquelle les technologies furent abondamment discutées, les années 1980 inaugurèrent au contraire un renouveau des promesses technologiques autour de l’informatique qui commençait à coloniser le monde. Les autorités politiques et économiques entendirent alors repousser toute critique ou opposition au profit d’une célébration de la nouvelle révolution technologique à laquelle devaient s’adapter les sociétés.

Rédigé à la fin de la « décennie conflictuelle » des années 1968, et paru au début de la décennie 1980 qui a largement dépolitisé la question technologique, Le Modernisme réactionnaire est donc un ouvrage charnière, dans lequel Jeffrey Herf poursuit et approfondit une réflexion importante sur les liens qui se tissent sans cesse entre les discours sur la technique et la politique. Dans son ouvrage, le lecteur ne trouvera pas une histoire habituelle des techniques qui suivrait par exemple l’essor de l’automobile, de l’industrie chimique, de la TSF, etc. Il plongera en revanche dans les écrits de nombreux penseurs célèbres ou obscurs de la technique. À la suite d’intellectuels de droite tels que Spengler, Jünger, et beaucoup d’autres moins connus qu’exhume le livre, le parti nazi mobilisa dans ses rangs les ingénieurs et techniciens. Les nouvelles techniques de communication furent ainsi largement utilisées par la propagande. Peu de temps après la prise du pouvoir par les nazis en 1933, Adolf Hitler lança un vaste plan de construction d’autoroutes – réservées aux voitures – censées symboliser la suprématie du régime. Ces Autobahnen devaient incarner la supériorité de la technologie allemande, sa capacité à améliorer et dépasser la culture (26). Hermann Göring, responsable de la coordination et de l’application du plan quadriennal de 1936 qui devait rendre le pays autarcique, décréta une augmentation de 150 % de la production de bois pour 1937, et exigea la mise en culture de 2 millions d’hectares supplémentaires. Pour atteindre ces objectifs, il fallut recourir à l’utilisation massive des techniques les plus récentes, comme les pesticides, les véhicules motorisés et les engrais chimiques. À mille lieues de la pensée écologique supposée des nazis, exagérée par quelques idéologues libéraux afin de disqualifier les essais de régulations du capitalisme, le nazisme fut d’abord une tentative forcenée de domination de la nature au moyen de technologies lourdes (27). Le chapitre final sur la période nazie et la Seconde Guerre mondiale est particulièrement éclairant sur le fanatisme technologique irrationnel qui fut alors à l’œuvre : de plus en plus coupés du réel, les dirigeants étaient persuadés que les découvertes technologiques allaient les sauver de l’effondrement, ce fanatisme contribuant à leur aveuglement et à leur chute finale.

D’un culte à l’autre

Les temps ont changé, le nazisme comme le fascisme et le stalinisme ont été vaincus, et la société qui s’est imposée en Occident après 1989 a fait de la démocratie parlementaire un idéal insurpassable. Mais une chose est peut-être restée, par-delà les différences irréductibles qui caractérisent notre époque : ne sommes-nous pas nous aussi victimes d’un culte irrationnel de la technologie qui confine parfois au fanatisme aveuglant ? En 2012, le président de Google, Eric Schmidt, proclamait lors d’une conférence : « Si nous nous y prenons bien, je pense que nous pouvons réparer tous les problèmes du monde (28). » Ce type de prophétie se retrouve fréquemment parmi les entrepreneurs et ingénieurs de la Silicon Valley, comme chez les prophètes du transhumanisme qui ne cessent de multiplier les promesses et d’exalter les nouvelles technologies décrites comme « révolutionnaires » ou « disruptives ». Derrière la « révolution numérique », il existe aujourd’hui un projet politique et une idéologie fondés sur le contrôle et la maîtrise de tous les aspects de nos vies (29). Les innombrables start-up qui prolifèrent promettent – pour attirer l’attention et les financements – des solutions technologiques à tous les problèmes : l’association de la culture des cellules et de l’impression 3D doit résoudre la faim dans le monde en permettant de produire de la viande artificielle ; les voitures dites autonomes doivent supprimer à la fois les embouteillages et la mortalité routière ; le Big Data permettra de prévenir les épidémies ; les cours en lignes (Mooc) doivent démocratiser le savoir. Evgeny Morozov a exploré et dénoncé ce « solutionnisme technologique » des entreprises de la Silicon Valley qui veulent nous faire croire que grâce à l’Internet et aux nouvelles technologies, tous les aspects de notre vie seront améliorés et que la plupart des problèmes du monde disparaîtront. Malgré leur langage cool, branché et ouvert sur la mondialisation, les acteurs du monde high-tech ne sont-ils pas plongés dans le même type de fascination pour la technologie, la même foi débridée et irrationnelle, que ceux exhumés par Jeffrey Herf dans son ouvrage (30) ? Certes, ce culte de la technologie est mis au service d’un projet politique sensiblement différent, mais ne produit-il pas le même type d’aveuglement ?

Alors que notre monde est traversé par une triple crise sociale, écologique et politique, l’urgence – comme dans les années 1930 – serait d’accélérer un progrès technique en panne, ou menacé, pour éviter que nous ne prenions du retard dans l’inéluctable compétition globale, pour sauver la planète ou relancer notre pouvoir d’agir sur le monde. À gauche, les « accélérationnistes » rejettent ainsi la méfiance, qu’ils jugent dominante, à l’égard des technologies (31). Pour eux, il faut d’abord libérer les technologies de la propriété privée capitaliste pour faire advenir une société de loisir et d’abondance. À droite, le culte pour la technologie se porte également très bien. L’extrême droite identitaire et religieuse a désormais intégré et même théorisé l’usage intensif des technologies de l’information et de la communication pour accroître de manière virale la portée de sa propagande (32). Comme Herf lui-même l’a souligné à plusieurs reprises, le concept de « modernisme réactionnaire » permet aussi d’analyser la spécificité de l’islam radical contemporain : Al-Qaeda ne cesse d’utiliser l’Internet pour répandre ses messages fondamentalistes, alors que l’Iran s’efforce de maîtriser la technologie nucléaire pour contester la modernité occidentale (33). L’opposition caricaturale entre les supposés technophobes réactionnaires et les entrepreneurs progressistes des nouvelles technologies ne tient pas, même si elle ressurgit sans cesse, saturant les imaginaires, jusqu’à nous rendre myopes à l’égard de ce qui se joue. Le culte actuel pour les high-tech, la célébration de plus en plus forcenée de l’intelligence artificielle et des grands programmes de géo-ingénierie censés résoudre les défis climatiques, la confrontation entre un discours antitechnologique supposé dangereux et les avancées positives de la technique, tout cela rappelle les imaginaires exaltés du progrès technologique qui ont tant marqué le début du XXe siècle, et que l’ouvrage de Jeffrey Herf a contribué à analyser de façon neuve et originale.

Alors même qu’il a été abondamment discuté et rapidement considéré comme un classique, des traductions ayant paru en italien, en espagnol, en portugais, en grec et en japonais, l’ouvrage de J. Herf n’a pourtant jusqu’ici reçu qu’une attention limitée en France. Aucun compte rendu du livre ne semble avoir été publié en français, la revue Vingtième Siècle se contentant de le signaler en 1985 dans sa rubrique « Livres reçus ». Il a pourtant circulé et nourri l’historiographie du nazisme comme celle des techniques, et pour ce qui me concerne, il m’a été particulièrement précieux pour éclairer et analyser les querelles, débats et oppositions autour des techniques dans l’Europe du début du XXe siècle (34). Même s’il a peu été discuté en France – les liens entre technologie et politique ont chez nous moins retenu l’attention qu’outre-Atlantique – il a pourtant cheminé via les notes de bas de page dans les ouvrages des spécialistes. Cette version intégrale du livre enfin disponible en français lui ouvrira, espérons-le, un public élargi. Il n’est d’ailleurs pas étonnant que ce soit les éditions L’Échappée, éditeur indépendant, engagé et critique, qui aient pris l’initiative de traduire cet ouvrage alors que le champ académique et universitaire s’y intéressait assez peu. Depuis une dizaine d’années, cette maison d’édition a acquis une position tout à fait originale dans le débat politique et intellectuel français contemporain, en luttant contre le technolibéralisme sous toutes ses formes, en s’opposant à l’élimination de la question sociale et à l’artificialisme forcené, en résistant à la fascination pour la technoscience et les technologies contemporaines, en faisant ressurgir aussi des auteurs et des traditions critiques oubliés. L’ouvrage de Herf offre de nombreux éléments pour éclaircir certains traits des discours contemporains sur la technologie, pour s’opposer aussi à ceux qui identifient de manière simpliste tout doute émis à l’encontre de telle ou telle promesse technologique à une position irrémédiablement réactionnaire.

Dans les 30 années qui ont suivi la publication de son livre, Herf s’est quelque peu détourné de l’histoire des techniques proprement dite pour fouiller celle du nazisme et de son poids dans l’Allemagne contemporaine. Il a ainsi examiné la question de la propagande nazie et celle de la mémoire de l’Holocauste, il a également élargi ses terrains d’enquête à la politique culturelle de l’Allemagne de l’Ouest, aux rivalités entre Israël et l’Allemagne, ou encore à l’unification allemande dans le contexte de l’effondrement de l’Union soviétique. Plusieurs de ces ouvrages ont été récemment traduits en français (35). La traduction remarquable du Modernisme réactionnaire que nous offre Frédéric Joly donne donc au public français, aux spécialistes du nazisme, des technologies, comme au grand public, l’occasion de découvrir ou de redécouvrir un ouvrage majeur. Même si depuis 30 ans les travaux se sont évidemment multipliés sur les auteurs et questions discutés dans ce livre, celui-ci conserve tout son intérêt et sa pertinence. S’il peut être considéré comme dépassé sur certains points mineurs, il demeure extrêmement utile car la thèse est limpide et éclairante. Dans la préface inédite que J. Herf a accepté de rédiger, comme dans l’utile « Note du traducteur » qui termine le volume, le lecteur trouvera par ailleurs des compléments bibliographiques pour approfondir la question.

Loin d’être neutres ou innocentes, les technologies façonnent le monde, et elles n’existent pas sans les imaginaires et les rapports sociaux qui les accompagnent et leur donnent sens. L’exaltation débridée de la technologie, les promesses irresponsables qu’elle suscite, demeurent comme dans les années 1930 des menaces dont il faut prendre conscience et se départir. L’histoire ne ressert jamais le couvert et chaque époque est singulière, mais il existe aussi des récurrences, des points communs qui peuvent nous aider à nous orienter et à mettre à distance les mystifications. Jeffrey Herf le remarque lui-même dans sa préface en observant combien de nombreuses formes de « modernisme réactionnaire » éclosent en ce début de XIXsiècle alors que les fondamentalismes de tout poil adoptent avec ferveur les dernières innovations technologiques pour promouvoir leur cause. C’est pourquoi la traduction en français de ce livre me paraît si importante et éclairante aujourd’hui : il offre un jalon essentiel pour penser l’histoire intellectuelle des techniques comme celle des liens entre techniques et politique. Les conclusions qui se dégagent du livre de Herf confirment en définitive combien ce qu’on appelle la modernité n’a rien d’un phénomène homogène qu’il faudrait refuser ou accepter en bloc, elles confirment aussi combien l’adhésion aux dernières innovations et aux innombrables promesses technologiques n’est pas en elle-même une source d’émancipation. À l’heure des supposées « révolutions » et « disruptions » technologiques, la leçon mérite d’être retenue.

Notes

1. Arnold J. Toynbee, La Religion vue par un historien, Paris, Gallimard, 1963.

2. Jacques Ellul, Les Nouveaux Possédés, Mille et une Nuits, Paris, 2003, [1973], p. 316.

3. Eberhad Jäckel, Hitler idéologue, Paris, Calmann-Lévy, 1973 ; le projet de prendre au sérieux le nazisme et sa vision du monde pour mieux éclairer son histoire est également au cœur du travail récent de Johann Chapoutot en France : Johann Chapoutot, Le National-Socialisme et l’Antiquité, PUF, 2008 ; La Loi du sang. Penser et agir en nazi, Paris, Gallimard, 2014 ; La Révolution culturelle nazie, Paris, Gallimard, 2017.

4. David Edgerton, Quoi de neuf. Du rôle des techniques dans l’histoire globale, Paris, Seuil, 2006, p. 147

5. Karen Lucic, Charles Sheeler and the Cult of the Machine, Harvard University Press, 1991, p. 16 ; sur l’enthousiasme technologique dans l’Amérique du premier XXe Véase Thomas P. Hughes, American Genesis: A Century of Invention and Technological Enthusiasm, 1870-1970 (Chicago University Press, 1989).

6. Daniel T. Rodgers, Cruces del Atlántico: Política social en una era progresista, Harvard University Press, 1998, Capítulo 9: “La Era de las Máquinas”, p. 367.

7. Como sugiere el propio James Scott, citando el trabajo de Herf en apoyo de su tesis: cf. Ver como un Estado. Cómo han fracasado ciertos planes para mejorar la condición humana, Yale University Press, 1998, pág. 89.

8. Peter C. Gould, Early Green Politics: Back to Nature, Back to the Land, and Socialism in Britain 1880-1900 (De vuelta a la naturaleza, de vuelta a la tierra y al socialismo en Gran Bretaña 1880-1900), Harvester Press, 1988; François Jarrige, Gravelle, Zisly y los anarquistas naturistas contra la civilización industrial, París, Le Voyageur clandestin, colección “Les précurseurs de la décroissance”, 2016.

9. Kaj Noschis, Monte Verità, Ascona y el genio del lugar, Presses polytechniques et universitaires romandes, 2011.

10. El ludismo se refiere a las revueltas obreras contra la maquinaria en Inglaterra a principios del siglo XXe siglo. Este es un episodio muy famoso en el mundo angloamericano, donde el término “ludismo” llegó a describir todas las formas de hostilidad y oposición a la tecnología. En Francia, el término es menos conocido y nunca ha sido percibido como un momento clave en la historia del movimiento obrero (cf. Vincent Bourdeau, François Jarrige y Julien Vincent, Le Luddisme. Machine Breaks, Political Economy and History, París, Ere, 2006).

11. Citado en Franz-Josef Brüggemeier, “A Nature Fit for Industry: The Environmental History of the Ruhr Basin, 1840-1990”, Environmental History Review, vol. 18, primavera de 1994, pp. 35-54 (citado p. 45).

12. En los últimos 40 años, la bibliografía sobre el nazismo se ha vuelto gigantesca y se han publicado miles de estudios. Para una buena guía en este laberinto historiográfico, véase en particular Pierre Aycoberry, La cuestión nazi. Les interpretations du national-socialisme, 1922-1975, París, Seuil, “Points-Histoire”, 1979; lan Kershaw, ¿Qué es el nazismo? Problème et perspectives d’interpretations, París, Gallimard, coll. “Folio”, 1992 (nueva edición, 1997).

13. Heinrich August Winkler, Histoire de l’Allemagne, x-xe siècle. Le long chemin vers l’Occident, traduit de l’allemand par Odile Demange, Paris, Fayard, 2004.

14. Hans-Ulrich Wehler, Deutsche Geschichte, t. 9 : Das Deutsche Kaiserreich, 1871-1918, Vandenhoeck und Ruprecht, Göttingen, 1973, et les nombreux débats qui suivirent : Dieter Groh, « Le « Sonderweg » de l’histoire allemande : mythe ou réalité ? », Annales E.S.C., 1983, n° 38-5, p. 1166-1187 ; Christophe Charle, La Crise des sociétés impériales. Allemagne, France, Grande-Bretagne. Essai d’histoire sociale comparée, Paris, Seuil, 2001.

15. George L. Mosse, Les Origines intellectuelles du Troisième Reich. La crise de l’idéologie allemande, Paris, Seuil, coll. « Points », 2006 (1964) ; George L. Mosse, De la Grande Guerre au totalitarisme. La brutalisation des sociétés européennes, Paris, Hachette Littératures, 1999.

16. L’étude de Herf est contemporaine de nombreuses recherches sur le rôle et le poids des techniciens et ingénieurs dans le régime nazi, cf. notamment l’étude de Karl-Heinz Ludwig, Technik und Ingenieure im Dritten Reich, Düsseldorf, 1979, sur laquelle s’appuie largement Herf, ou plus récemment : Blaine Taylor, Hitler’s Engineers : Fritz Todt and Albert Speer. Master Builders of the Third Reich, Barnes & Noble, 2010.

17. Jeffrey Herf a présenté sa thèse dans plusieurs articles, dont « The Engineer as Ideologue : Reactionary Modernists in Weimar and Nazi Ger-many », Journal of Contemporary History, vol. 19, n°4, 1984, p. 631-648 ; et en français : « Un nouvel examen du modernisme réactionnaire. Les nazis, la modernité et l’Occident », in Zeev Sternhell (dir.), L’Eternel retourContre la démocratie, l’idéologie de la décadence, Paris, Presses de la FNSP, 1994, p. 161-195 (citation p. 165).

18. Sur la culture technologique du nazisme, voir aussi : Michael Thad Allen, « Nazi Ideology, Management, and Engineering Technology in the SS », in Eric Katz (dir.), Death by Design : Science, Technology, and Engineering in Nazi Germany, New York, Longman, 2005, p. 88-120.

19. Louis Dupeux et al., « Kulturpessimismus, Révolution conservatrice et modernité », Revue d’Allemagne, XIV (1), janvier-mars 1982 ; Louis Dupeux (dir.), Révolution conservatrice dans l’Allemagne de Weimar, Paris, Kimé, 1992 ; Eric Dorn Brose, « Generic Fascism Revisited : Attitudes To-ward Technology in Germany and Italy, 1919-1945 », German Studies Review, 10 (1987), p. 273-297 ; Kees Gispen, Poems in Steel : NationalSocialism and the Politics of Invent ing from Weimar to Bonn, Berghahn Books, 2001 ; sur les liens du nazisme à la modernité, voir aussi parmi de nombreuses références : Zygmunt Bauman, Modernité et holocauste. traduit de l’anglais par Paule Guivarch, Paris, La Fabrique, 2002 ; Enzo Traverso, La violence nazie, une généalogie européenne, Paris, La Fabrique, 2003.

20. Eric Hobsbawm, L’Age des extrêmes. Histoire du court vingtière siècle, 1914-1991, Bruxelles, Éditions Complexe-Le Monde diplomatique, 1994, p. 165.

21. Cité par Éric Michaud, « Figures nazies de Prométhée, de l’homme Faustien de Spengler au « Travailleur » de Junger », Communications, 2005, n°78, p. 169-170.

22. B. E. Bijker, T. Hugues, T. Pinch (dir.), The Social Construction of Technological Systems. New Directions in the Sociology and History of Technology, Cambridge, Cambridge University Press, 1987.

23. Paul R. Josephson, Totalitarian Science and Technology, Humanity Books, 2005, et Would Trotsky Wear a Bluetooth ? Technological Utopianism Under Socialism, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2009.

24. Jürgen Habermas, La Technique et la science comme idéologie, Paris, Gallimard, 1990 (1re éd. 1968).

25. Langdon Winner « Do Artifacts Have Politics ? », Daedalus, vol. 109, n° 1, hiver 1980, traduction française : « Les artefacts font-ils de la politique ? », in La baleine et le réacteur. À la recherche de limites au temps de la haute technologie, trad. de l’américain par M. Puech, Paris, Descartes et Cie, 2002, p. 45-74.

26. Sur le projet idéologique de ces vastes infrastructures routières du nazisme, voir Thomas Zeller, Driving Germany. The Landscape of the German Autobahn, 1930-1970, Berghan Books, 2006, p. 66.

27. Sur la nature supposée « écologique » du nazisme, voir les salutaires mises au point de Johann Chapoutot, « Les nazis et la “nature”. Protection ou prédation ? », Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 2012/1 n° 113, p. 29-39 ; et Franz-Josef Brüggemeier, Mark Cioc et Thomas Zeller (dir.), How Green Were the Nazis ? Nature, Environment, and Nation in the Third Reich, Athens, Ohio University Press, 2005.

28. Cité par exemple par Benoît Georges, « La Silicon Valley peut-elle sauver l’humanité ? », Les Échos, 22 octobre 2014.

29. Éric Sadin, La Silicolonisation du monde. L’irrésistible expansion du libéralisme numérique, L’Échappée, coll. « Pour en finir avec », 2016 ; Philippe Vion-Dury, La Nouvelle Servitude volontaire. Enquête sur le projet politique de la Silicon Valley, Limoges, FYP, 2016.

30. Evgeny Morozov, Pour tout résoudre, cliquez ici. L’aberration du solutionnisme technologique, Limoges, FYR, 2014.

31. Alex Williams et Nick Srnicek, « Manifeste accélérationniste », in Multitudes n° 56, 2014, et Accélérer le futur. Post-travail & post-capitalisme, Saint-Étienne, Cité du design, 2017 ; Laurent de Sutter (dir.), Accélération !, Paris, PUE, 2016.

32. Un ancien cadre du Front national, Jean-Yves Le Gallou, a ainsi théorisé cet usage d’Internet et publié un manifeste de l’activisme sur la Toile intitulé « Douze thèses pour un gramscisme technologique », cf. Abel Mestre et Caroline Monnot, « Les “cyberactivistes” d’extrême droite ont fait d’Internet leur nouveau terrain de jeu », Le Monde, 9 mars 2010.

33. Jeffrey Herf, « The Totalitarian Present », The American Interest, vol.5, n° 1, 1er septembre 2009 : www. the-american-interest.com/2009/09/01/the totalitarian-present/

34. François Jarrige, T echnocritiques. Del rechazo de las máquinas a la contestación de las tecnociencias, París, La Découverte, 2014.

35. Véase, en particular, J. Herf, El enemigo judío. Nazi Propaganda1939-1945, traducido del inglés (Estados Unidos) por Pierre-Emmanuel Dauzat, París, Calmann-Lévy, colección “Mémorial de la Shoah”, 2011; y Hitler, Propaganda and the Arab World, traducido del inglés (Estados Unidos) por Pierre-Emmanuel Dauzat, París, Calmann-Lévy, colección “Mémorial de la Shoah”, 2012.

De la extrema izquierda a la extrema derecha: el mismo culto a la tecnología (por Nicolas Casaux)

¿Qué tienen en común el grueso de los anarquistas contemporáneos, Noam Chomsky, la extrema izquierda, la izquierda, la derecha y la extrema derecha? Todos ellos son adeptos al culto a la tecnología.

Todos, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, creen (o esperan) que otra civilización tecno-industrial, sostenible, verde, renovable o libre de carbono es posible.

En la izquierda, a veces podemos negar adherirnos al solucionismo tecnológico, pero todos creemos que gracias a las tecnologías para la producción de la llamada energía verde, limpia, renovable o libre de carbono, el desarrollo de las llamadas alternativas “verdes” para todas las tecnologías modernas (teléfonos inteligentes verdes, automóviles verdes, televisores verdes, centros de datos verdes, hormigón verde, etc.), y mostrando un poco de sobriedad, Reduciendo ligeramente ciertos usos tecnológicos, o incluso eliminando algunos de ellos (para los más atrevidos), debería ser posible preservar la esencia de la civilización tecno-industrial, hacerla limpia, verde y sostenible. En la derecha, es más o menos lo mismo, pero con menos énfasis en la sobriedad, menos en las llamadas energías verdes como la solar y la eólica, y más en la nuclear, por ejemplo.

Desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, en general, amamos el mundo moderno, su llamada “comodidad”, amamos la tecnología, creemos en las tesis racistas y supremacistas de la ideología del “progreso” (la vida sin la tecnología moderna no es más que atraso, miseria, bajeza, salvajismo, bestialidad, en resumen, una especie de subvida). Lo que se considera un desastre, una catástrofe, no es tanto la destrucción del mundo, la aniquilación de la naturaleza, la esclavitud y el despojo total de los seres humanos, como la posibilidad de que la civilización tecnoindustrial se derrumbe.

C’est ce qui amène Chomsky à se prononcer, en cas d’extrême urgence, au cas où une terrible menace pèserait sur la survie de la civilisation, en faveur d’un régime fasciste :

« Imaginons qu’on découvre que les impacts du réchauffement climatique ont été largement sous-estimés, et que des catastrophes sont à prévoir dans 10 ans et non dans 100 ans ou quelque chose comme ça.

Eh, bien, étant donné les mouvements populaires que nous avons aujourd’hui, nous assisterions probablement à un coup d’État fasciste, que tout le monde approuverait, parce que cela serait le seul moyen plausible d’assurer notre survie. J’approuverais d’ailleurs moi-même, parce qu’il n’y a aucune alternative actuellement. » (Comprendre le pouvoir, 2022)

***

Il y a quelques mois, des « militants pro-climat » (quelle étrange dénomination) du groupe « Dernière rénovation » — un groupe prétendument « écologiste » financé par de richissimes bienfaiteurs — ont perturbé le Tour de France. Une membre du groupe a expliqué son acte sur Twitter :

« Je préférerais ne pas en arriver là. Je préférerais être avec mon grand-père, être tranquille dans mon canapé à regarder le Tour de France, pendant que le gouvernement fait son travail. Mais ce n’est pas la réalité.

La réalité c’est que le monde vers lequel nous envoient les politiques est un monde dans lequel le Tour de France ne pourra plus exister. […] »

Sacrebleu, pitié, pas ça. C’est à pleurer de niaiserie (mais on rappellera que les revendications de « Dernière Rénovation » consistent en un grand chantier national de BTP, de « rénovation énergétique » des bâtiments, afin d’améliorer leur « efficacité énergétique » dans l’optique de parvenir à une civilisation techno-industrielle durable).

Le pire, c’est que partout, mais surtout à gauche, on prétend vouloir des changements « radicaux » dans nos modes de vie, « changer le système, pas le climat », etc., quand en réalité on veut conserver l’essentiel du « système », l’essentiel de la civilisation techno-industrielle, l’essentiel du mode de vie hautement technologique moderne.

Y si la izquierda cree que la tecnología no es un problema en absoluto, es también porque, como Noam Chomsky, imagina que “la tecnología es neutra”. Es por eso que Chomsky elogia la robótica y argumenta que “una sociedad libertaria querría usar las tecnologías más avanzadas e incluso querría avanzar continuamente en la tecnología. La tecnología contemporánea como, por ejemplo, la tecnología informática, puede ser utilizada para la opresión, y puede ser utilizada para la liberación. Chomsky incluso afirma que “lo único que puede resolver nuestros problemas ecológicos es la alta tecnología[1] ».

Desafortunadamente para Chomsky y todos los demás, desafortunadamente para la naturaleza, no existe una versión ecológica de la civilización tecnológica. Tampoco hay una versión (realmente) democrática de la misma. La tecnología, al igual que la industria, está intrínsecamente ligada a una organización social jerárquica y antidemocrática y a la destrucción ecológica. Pero debido a que estamos más apegados a la tecnología que a cualquier otra cosa, es con esta quimera de una civilización tecno-industrial verde/sostenible en el horizonte que continuaremos destruyendo el mundo y despojando a los humanos.

La epidemia de rabia en España (1996-2007)

Difundimos este texto de ” Los tigres de Sutullena” con el fin de que no se olvide la memoria anarquista de la península iberica.

Que nos quiten lo bailao (presentación)

Créame usted que tal como operamos nosotros, al margen de la ley, todo lo que no sea la más estricta honradez podría traernos fatales consecuencias.

Jack London, Asesinatos S.L.

Desde hace tiempo, algunos compañeros sentimos la necesidad de hacer balance de la experiencia acumulada en el Estado español por sectores de militantes anarquistas, comunistas y autónomos, que durante un cierto tiempo confluyeron en torno a una cierta idea «insurreccional». Esta necesidad nace de dos circunstancias. La primera de ellas es la evidencia de que se ha cerrado una etapa. No estamos en el mismo punto que hace diez años —ni siquiera cinco—, y queremos sacar las conclusiones pertinentes para afrontar mejor batallas que no están en un futuro brumoso, sino que ya se nos están echando encima. Para ello es imprescindible abrir un debate, o al menos provocar una reflexión.

La segunda circunstancia que nos empuja a escribir es el absoluto desconocimiento de los hechos de los últimos diez años por parte de las nuevas generaciones de compañeros. Sobre este desconocimiento hay que decir que se debe en gran parte al grado de incomunicación internáutica que se ha impuesto entre nosotros, sustituyendo casi por completo al contacto y conocimiento directos. Pero da también la medida de nuestro fracaso en levantar referentes con los que estos compañeros pudieran sentirse identificados: proyectos de lucha y polos de agregación que hubieran dado continuidad y profundidad a un esfuerzo combativo que no fue pequeño.

Ese fracaso es el de lo que durante un tiempo se dio en llamar «organización informal», y con la perspectiva que dan los años nos damos cuenta de que era un fracaso inscrito en los mismos presupuestos de los que partíamos. A pesar de ello, no lamentamos nada, no creemos haber perdido el tiempo ni que lo hayan perdido nuestros compañeros. Hoy es muy fácil contemplar un montón de cenizas y decir que «todo fue un error», que al personal simplemente «se le fue la olla». Esta falsa crítica olvida, por interés o por ignorancia, los condicionantes que operaban entonces. Nos devuelve al punto de partida —a las plomizas ilusiones del anarquismo oficial o a la alegre inconsciencia del antagonismo juvenil—, y por lo tanto prepara el terreno para que todo vuelva a repetirse en un plazo indeterminado, dentro de ese «tiempo cíclico» tan característico de los entornos políticos puestos al abrigo de la historia.

Mucho más difícil, e incómodo para todo el mundo, es ensayar un análisis dialéctico de lo ocurrido. Las condiciones de las que partíamos no dejaban otra salida que la que afortunadamente se produjo. La epidemia de rabia no fue otra moda estética/ideológica del gueto: todas las hipótesis que se formularon por entonces fueron puestas a prueba hasta las últimas consecuencias. Aunque los resultados fueran a menudo desastrosos, ahí se funda una experiencia colectiva digna de tal nombre, y por eso mismo es posible la autocrítica.

En cuanto a resultados positivos, están lejos del maximalismo que llegó a enajenarnos en tantas ocasiones, pero están ahí. Estos años han permitido superar definitivamente dos décadas de inercia y parálisis del movimiento libertario de las que fuimos involuntarios herederos. Pero sobre todo han servido para volver a poner sobre la mesa cuestiones centrales como la revolución o la organización; y no como inertes certezas ideológicas, sino como problemas vivos, complejos, dinámicos. Estos resultados, quizá pequeños en lo inmediato pero cualitativamente importantes por las posibilidades que abren, han tenido también un coste trágico que han pagado aquellos compañeros que fueron y son blanco de la represión. A ellos dedicamos estas páginas.

Hemos de señalar que este escrito no pretende zanjar nada, sino hacer una contribución ajustada a lo que hemos visto, vivido y pensado en todo este tiempo. Más que hablar ex cathedra o ir con «nuestra opinión» por delante, lo que nos parecía prioritario era reconstruir esta historia lo mejor posible, intentar una visión panorámica. Y eso no puede hacerse simplemente a golpe de cronología ni desempolvando batallitas: es necesario juzgar qué hechos fueron más importantes y qué otros lo fueron menos, y aventurar hipótesis explicativas de por qué ciertas cosas han sucedido así y no de otra manera. En este proceso el texto adquiere, como es evidente, n sesgo subjetivo del que no nos avergonzamos: para dar una visión objetiva de las cosas ya están el telediario y la prensa diaria.

Por lo demás era imposible hacer este trabajo sin llegar a ninguna conclusión, y alguna que otra hemos sacado, aunque nunca faltará quien nos las discuta. Así sea.

1. Erase una vez…

En el paso de 1996 a 1997 el conjunto de los movimientos juveniles, antagonistas, anticapitalistas… de la península Ibérica se hallaban en el umbral de una transformación, producto de las condiciones externas tanto como de su propia maduración a lo largo de una década. Esa transformación, que fue general, adquirió en el caso del anarquismo la forma de una ruptura violenta. Esta primera parte se refiere al modo en que se gestó esa ruptura, que se dio en dos líneas: con el anarquismo oficial y sus tradiciones, y con las posiciones cada vez más abiertamente integradoras que se desarrollaban en el seno del antagonismo juvenil. En ese terreno de crítica se encontrarán compañeros con posiciones diversas —autónomos, anarquistas o marxistas «heterodoxos»— que dejarán de lado las diferencias doctrinales heredadas para buscar en común una práctica revolucionaria efectiva. Las ideas insurreccionalistas serán el punto de cita y el común denominador de ese momento de extraños reagrupamientos.

1.1. El anarquismo oficial

Desde el comienzo de la década de los noventa son patentes los efectos de la reestructuración capitalista en España. En ese contexto la esclerosis del anarquismo oficial —el Movimiento Libertario que se había adjudicado sin más las mayúsculas— empieza a ser cada vez más evidente. Al término de la dictadura se había querido recrear la CNT histórica, en condiciones tales que condujeron en un breve plazo a la ruptura en dos facciones. Todo esto es historia vieja y sabida por todos, pero quizá no se ha observado que la polémica entre esas dos facciones —resumible grosso modo en la disyuntiva «elecciones sindicales sí o no»— bloqueó durante dos largas décadas el debate militante dentro del anarquismo. Inmerso en ese monólogo autista, el sector del «no», que logró quedarse con las históricas siglas de la CNT, atravesó la reestructuración del capitalismo español en una posición de aislamiento y marginalidad crecientes. Nos referimos a esta facción como «anarquismo oficial», por cuanto la otra (hoy CGT) fue diluyendo voluntariamente sus referentes anarquistas hasta conformarse con un pálido halo «libertario» que no afectara a su imagen de respetabilidad.

En los veinte años de los que hablamos, el anarquismo oficial fue perfectamente incapaz de elaborar un solo concepto que diera cuenta de los cambios históricos que se estaban viviendo, o de introducir una sola novedad organizativa que le permitiera hacer frente a los transformaciones del terreno social y laboral. Eternamente a la defensiva, se enquistó en la reafirmación de los «principios», de la ideología, de un pasado mitificado y de una fórmula organizativa no menos mitificada que data exactamente del año 1918. Junto a todo ello, una asfixiante atmósfera burocrática, una maraña de fotocopias, sellos, comités, plenos y plenarias para una minúscula organización que en 1996 no superaba los tres mil afiliados.1

A las organizaciones del anarquismo oficial llegaban a comienzos y mediados de los noventa jóvenes militantes deslumbrados por su «glorioso» pasado; por su aureola de combatividad más estética que real: y por un discurso que por entonces era, sin exageración, el más extremista de todo el panorama. La CNT no ponía a esta afiliación juvenil de aluvión el más mínimo filtro, lo cual no era de extrañar dada su escasez de militantes y la fijación por las cifras de afiliación que la dominaba. La Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) no servía como «escuela» previa para estos militantes, sino que se daba con bastante frecuencia y desde el momento del ingreso la doble militancia en ella y en la CNT. En esta última, los jóvenes solían terminar arrumbados en inoperantes «secciones de estudiantes».

Una vez en el sindicato, estos jóvenes percibían un notable desfase entre la radicalidad del discurso y la inexistencia de la práctica; entre el obrerismo «años veinte» y la falta de presencia en las empresas; entre las cifras de afiliación pregonadas y las reales; entre la visión del mundo y la realidad del mismo… Entre el «esplendor» del pasado mítico y la miseria del presente, en definitiva. También encontraban, con demasiada frecuencia, el desprecio y la condescendencia de militantes mayores y más experimentados.

Esta militancia juvenil, en fin, sirvió no pocas veces de carne de cañón en las luchas burocráticas internas del anarquismo oficial, sin ser cabalmente consciente de las manipulaciones a las que era sometida. En ella hubo sin duda mucha inmadurez e inexperiencia, como no podía ser de otro modo. También hay que decir que nadie se molestó en enseñarle nada, más allá de los cuatro imprescindibles dogmas. En general, se dejó contaminar por los peores vicios de la organización, desde el sectarismo extremo hasta la manía burocrática, pasando por la pereza intelectual. Pero también poseía una voluntad sincera de superar aquella penosa situación aunque no supiera bien cómo. Esa entrega, que fue bien real y sostenida durante años por parte de muchos, tenía que chocar —y chocó— con el inmovilismo de la organización, y ello porque iba acompañada de deseos de cambio, aunque cada cual conceptuara el cambio a su manera.

Para mediados de los noventa, la parálisis teórica y práctica del anarquismo oficial había generado un ambiente interno más que enrarecido. En tales situaciones de estancamiento florecen inevitablemente los conflictos internos. En la CNT hubo muchos, pero el más sonado fue el de la «desfederación» —eufemismo de expulsión— de una parte importante, si no mayoritaria, de la regional catalana. Como en la mayor parte de las luchas intestinas de la Confederación, las verdaderas causas del enfrentamiento quedaban en la sombra, por cuanto a ninguna de las dos partes les convenía airearlas. No pudo aducirse —ni siquiera se intentó— una sola motivación ideológica, una mínima divergencia teórica o práctica, que pudiera explicar semejante descalabro organizativo. Se trató simplemente de un conflicto entre camarillas burocráticas, en el cual se impuso el sector que obtuvo el apoyo de las redes burocráticas que gobernaban la CNT en el resto del estado. Luchas similares acontecían por toda la geografía confederal. Cuando las disputas terminaban en un sitio, empezaban en otro, terminando de hundir la moral de la organización y arrastrar su imagen por el barro.

Uno de estos conflictos tiene particular relevancia para la historia que queremos contar. Se trata de la lucha interna que estalló en el seno de la CNT de Madrid entre los años 1997 y 1998. Apenas superado un conflicto interno que había conducido a la expulsión en bloque del sindicato de oficios varios, comenzó a incubarse otro entre dos sectores opuestos. La polarización era la habitual dentro de la patología del cenetismo: un sector «anarquista» minoritario encabezado por el sindicato del metal se enfrentaba a otro «sindicalista», formado por el nuevo sindicato de oficios varios, el de transportes y el de construcción. Los miembros de la federación local de Juventudes Libertarias —una de las más numerosas y activas de la FIJL— se alineaban con el sindicato del metal. A la facción «sindicalista» le irritaba la violencia que estos jóvenes desplegaban, por ejemplo, en la lucha antifascista u hostigando a las Empresas de Trabajo Temporal; y no se les perdonaba una actuación particularmente irresponsable en un acto de irresponsabilidad colectiva de la CNT como fue la ocupación del CES en diciembre de 1996.

El conflicto, ya larvado, estalló en 1997 en el seno del comité nacional de la CNT, establecido en Madrid desde un año antes y en el cual ambos sectores burocráticos se habían repartido los puestos. Por razones ignotas, los dos representantes del sector «metal» fueron expulsados del sindicato, y por ende del comité nacional. Además de este hecho, una buena parte de la sección de estudiantes —en la que se encontraban varios militantes de la FIJL— también fue expulsada, bajo la acusación de ser jóvenes «violentos» que montaban altercados en las manifestaciones de estudiantes de la época. Miembros del propio Sindicato de Estudiantes se habían personado en la sede de Tirso de Molina para dar sus democráticas quejas a los popes de la organización cenetista, que democráticamente expulsaron a los jóvenes díscolos que alteraban la paz de los entornos izquierdistas. Así se pasó a un choque abierto en el cual el sector mayoritario logró liquidar al sector «metal» mediante una cadena de expulsiones justificadas con pretextos diversos, algunos tan peregrinos como el ya señalado. El máximo grado de enfrentamiento se alcanza cuando miembros de las JJLL, ya expulsados del sindicato, irrumpen en una reunión del comité nacional situado en la calle Magdalena para pedir explicaciones a los que consideraban responsables, empezando por el entonces secretario general. Se produce un cruce de hostias por ambas partes que el comité nacional y la federación local de Madrid presentan al resto de la CNT como un «asalto» organizado, obteniendo la adhesión de casi todas las regionales, que habían callado ante la secuencia de expulsiones, considerándola en todo caso un asunto interno de Madrid.

Hasta aquí la situación respondía a una metodología de resolución de conflictos desarrollada y perfeccionada por la CNT desde el año 1977: maniobras burocráticas,2 expulsiones de pura cepa estalinista y la inevitable dosis de hostias, ya fuera como expresión de rabia de los vencidos o como argumento último de los vencedores. Pero desde el comité nacional se decidió dar otra vuelta de tuerca y extirpar a las Juventudes Libertarias no ya de la federación local de Madrid, sino del conjunto de la organización. El victimismo, como estrategia de consenso articulada en torno al «asalto» al comité nacional, dio pie a una caza de brujas en la cual la FIJL hizo de chivo expiatorio de las tensiones estructurales inherentes a la CNT. El comité nacional del sindicato decidió unilateralmente y por cuenta propia la ruptura de relaciones con la FIJL, algo que en rigor sólo podía decidir un congreso de la organización. Tal ruptura no sólo tenía importancia simbólica, sino que permitía considerar en lo sucesivo a la FIJL como una «vanguardia externa» que pretendía dirigir al sindicato. En consecuencia, se inició el hostigamiento contra sus militantes en la práctica totalidad de las localidades donde existían grupos federados a la FIJL. En Bilbao y Granada fueron forzados sus archivos,3 sufriendo el robo de documentación interna. En poco más de un año, se consiguió sacar de los sindicatos a la totalidad de los militantes de la FIJL, puestos fuera de juego por expulsión directa, agobio o puro asco. Se conjuraba así el fantasma de una eventual radicalización de la CNT, que volverá a tomar cuerpo inmediatamente, como veremos, con aquella minoría de militantes partidarios de apoyar a los presos por el atraco de Córdoba.

En cuanto a la FIJL, quedará demonizada en la memoria del anarquismo oficial, e iniciará una andadura propia e independiente. Hasta ese momento, la federación juvenil había sido una especie de cristalización extrema del sectarismo propio del anarquismo oficial. Su existencia había girado sobre la creencia errónea de que era posible una práctica más «radical» sin modificar los presupuestos de la CNT. De hecho, como afiliados al sindicato, los militantes de la FIJL defendían la ortodoxia cenetista con feroz dogmatismo, de ahí que fueran tan fácilmente manipulables por los sectores «puristas». Su inmolación a manos de los que querían un sindicato de perfiles más amables y «civilizados» dejará a la FIJL absolutamente desorientada y girando en el vacío, hasta que abrace el insurreccionalismo como tabla de salvación. Pero detrás de los miembros de las JJLL se irán muy pronto sectores más amplios de jóvenes cenetistas asqueados después de haber batallado —durante años en muchos casos— contra una burocracia inamovible.

1.2. El antagonismo juvenil

El anarquismo oficial estipulaba en sus congresos, con gran delicadeza excluyente-incluyente, que el «Movimiento Libertario» estaba formado por la CNT, la FAI, la FIJL y Mujeres Libres. Pero lo cierto es que la realidad era más compleja, y con sus muchas facetas cambiantes venía a alterar la comodidad de ese esquema burocrático y sectario. Fuera de las fronteras perfectamente delimitadas de las organizaciones formales del anarquismo, se había extendido un poco por todas partes un movimiento más difuso y heterogéneo, cuyos embriones habían aparecido a mediados de los ochenta. Se concretaba en okupaciones, fanzines, distribuidoras, grupos musicales, colectivos y grupos de afinidad… así como en su participación en movimientos más amplios como el antimilitarista, que despega por las mismas fechas con la campaña por la Insumisión. Esta constelación, ya se reivindicara anarquista o autónoma, había nacido al margen del añejo obrerismo del anarquismo oficial, y se movía entre múltiples coordenadas definidas por lo general con el «anti» —antisexista, antirrepresivo, antimilitarista, antifascista, antitaurino, etcétera—, y con el convivencialismo juvenil como hilo conductor. En estas redes se apoyaban publicaciones emblemáticas como SabotajeResiste, El AcratadorLa Lletra A o Ekintza Zuzena, entre otras. Dada su incapacidad para construir instancias de coordinación y trazar líneas comunes de acción, una parte de ese movimiento juvenil seguía teniendo a la CNT como un referente cuando menos respetado, por su estabilidad y su aureola mítica.

Sin embargo, en diversos lugares el antagonismo juvenil tuvo un peso específico propio que superaba al del anarquismo oficial. Es banal señalar a Euskadi como excepción en este caso, siendo como ha sido una excepción en casi todos los aspectos. Es sabido que allí la guerra social ha tenido un desarrollo diferenciado, y los temas que la epidemia de rabia reintrodujo después de décadas en el anarquismo ibérico, como la violencia o la cárcel, no han dejado allí de ser la realidad cotidiana de miles de personas, y no de reducidos círculos de activistas. Se trata por tanto de un contexto tan específico que resulta inevitable dejarlo al margen de esta historia, a pesar de la presencia en Euskadi de un antagonismo juvenil surgido con fuerza a mediados de los ochenta, que de hecho inspiró en muchos aspectos al del resto del Estado y le dotó de numerosos referentes.

Por falta de tiempo y espacio no podemos detenernos en todos los lugares que quisiéramos. Valencia fue, por ejemplo, un foco importante de okupaciones, aparte de que allí se publicó a comienzos de 1997 el mítico Todo lo que pensaste sobre la okupación y nunca te atreviste a cuestionar, primer texto autóctono que contenía las ideas que la epidemia de rabia desarrolló después, y que se situaba a años luz tanto de las liturgias del anarquismo oficial como de la incipiente espectacularización del movimiento okupa. Así podríamos seguir citando algunos sitios dignos de mencionarse, pero por las limitaciones de este trabajo queremos centrarnos en dos puntos de máxima condensación del antagonismo juvenil, que tendrán una fuerte influencia en los desarrollos que se produjeron después en el resto del estado. Hablamos de dos metrópolis: Madrid y Barcelona.

En Madrid se asistió a un caso particular. Allí el antagonismo juvenil logró dotarse de instancias de coordinación desde fecha muy temprana, y esas estructuras duraron prácticamente una década. Se trata de la coordinadora de colectivos Lucha Autónoma, fundada en 1990 por la confluencia de las primeras hornadas de okupas madrileños y de upos juveniles desgajados de las organizaciones de extrema izquierda MC y LCR, cuyo dirigismo había terminado por asquearles. Así nació una organización singular que, si bien no logró trascender el ámbito madrileño, dio pie a verdaderas dinámicas de lucha y «autoorganización», por emplear el lenguaje de la época. LA no escapó a una fortísima estetización común a todo el movimiento, y que de hecho era uno de sus elementos constituyentes. Fue una organización de marcado carácter activista que funcionó como cajón de sastre ideológico, rasgo que le permitió crecer en un primer momento, pero que a la postre se volvió en su contra. A la altura de 1997, su propia maduración y la falta de puesta en común habían conducido al desarrollo de posturas divergentes en su seno. Esto produjo una crisis saldada con la autodisolución en 1998. Al poco tiempo se intentó refundar, bajo los presupuestos del post-operaismo italiano, una LA «emancipada» de sus componentes anarquistas y autónomos «tradicionales», pero este paso en el vacío se saldó con un rápido y discreto fracaso. Por lo demás, esta organización no agota el panorama del antagonismo juvenil madrileño durante los años noventa, pues fuera de ella siguió existiendo una amplia constelación difusa de grupos, casas okupadas, distribuidoras, colectivos y demás. Sin embargo es justo reconocer que LA fue un referente fundamental en Madrid durante toda la década, hasta el punto de que el cierre en falso de su experiencia ha tenido secuelas negativas que son patentes, diez años después, en las fracturas internas de los movimientos madrileños.

En cuanto a Barcelona, no creemos que la aparición en ella de un vigoroso antagonismo juvenil se pueda disociar de la tradición de rebeldía de la misma ciudad y su periferia, cuyo último eslabón habían sido las luchas obreras y vecinales de los años setenta. Al contrario de lo ocurrido en Madrid, allí el movimiento se estructuró en redes informales con base en el tejido social de los barrios, en las casas okupadas y en afinidades personales entre compañeros. Este medio político se desarrolló al margen de cualquier influencia de la CNT catalana, que desde principios de los noventa estaba demasiado ocupada autodestruyéndose y dando el habitual espectáculo mafioso de los cismas cenetistas. El primer hito destacable del movimiento barcelonés está en la campaña desarrollada contra los fastos del 92. A partir de ella empieza a tomar cuerpo y a recurrir cada vez más a la okupación como forma de agregación y lucha. El número de inmuebles «liberados» llegará a alcanzar así una masa crítica sin igual en el Estado. Esa efervescencia terminará dando lugar a un salto cualitativo en 1996, en torno a la okupación y desalojo del ya desaparecido cine Princesa, situado en pleno centro de Barcelona. Después de siete meses de exhibir ante toda Barcelona una dinámica de actividad imparable, los okupas del Princesa fueron desalojados en una suerte de asedio medieval en el que a la policía le llovió de todo. La posterior manifestación de protesta reunió a miles de personas y terminó en uno de los disturbios más grandiosos que recuerdan los compañeros barceloneses. La convulsión que se vivió en Barcelona fue retransmitida en directo a todo el estado. Los ecos del Princesa se vieron reforzados en marzo de 1997 por otro desalojo de gran alcance mediático, el de La Guindalera en Madrid, donde fueron detenidas más de cien personas.

Los hechos del Princesa y de La Guindalera fueron seguidos por una oleada de okupaciones en todo el país, la mayor parte de ellas efímeras por la rápida intervención de la policía, que sin duda recibió instrucciones de no permitir que cundiera el ejemplo. El Estado había empezado a preocuparse, como lo demostraba el hecho de el nuevo Código Penal aprobado en 1996 estableciera penas muy superiores para el delito de «usurpación». La franja libertaria del antagonismo juvenil tuvo por primera vez un espejo donde mirarse que ya no era el de la CNT, donde aparecía siempre como la hermanita pequeña. Había alcanzado la mayoría de edad y su pequeño mundo había irrumpido en el telediario. A partir de ahí podía empezar a mirar a la CNT con cierto distanciamiento. Sin que se produjera por el momento ruptura alguna, la crítica empezó a desarrollarse de manera larvada; o bien se empezó a prestar oídos más atentos a la crítica de compañeros que habían desmitificado el cenetismo tiempo atrás, si es que alguna vez habían llegado a creérselo.

Por otra parte, y lo que es más importante, la conciencia difusa de haber superado una fase abría las puertas del antagonismo juvenil a la introducción de nuevos temas, ideas y concepciones. Aquí se gestó una nueva contradicción entre posiciones que buscaban la manera de profundizar y radicalizar el enfrentamiento con el Estado y el capitalismo, y otras que tendían más a sublimar tal conflicto en una representación «simpática» e inocua que permitiera «llegar a la gente». Sería una simplificación —en la que por lo demás se incurrió innumerables veces— definir estos dos campos como «revolucionario» y «reformista». El primero de ellos no podía ser efectivamente revolucionario, por mucha voluntad que se pusiera en el empeño, careciendo de un proyecto revolucionario que fuera más allá de los aspectos meramente destructivos (que primaron en todo momento) y en un momento histórico en que la marea de la contrarrevolución que sucedió al 68 no ha empezado aún a bajar. En cuanto al segundo, ni siquiera aspiraba a reformar nada, sino a conservar los islotes restantes del «estado del bienestar», y a obtener la gestión paraestatal de la asistencia en ciertos ámbitos de exclusión social generados por la reestructuración del capitalismo (precariedad, inmigración…). Esta contradicción atravesó al conjunto del movimiento, pero donde se hizo más claramente visible fue en torno a la disolución de Lucha Autónoma y en las disputas madrileñas sobre la legalización de las centros sociales okupados. Poco tiempo después, los grandes encuentros de la antiglobalización escenificarían esta ruptura en forma de representación espectacular, particularmente en la polarización entre «bloque negro» y «monos blancos».

1.3. Un día cualquiera en Cordoba

Hasta aquí hemos expuesto algunos antecedentes, intentando dibujar el contexto sobre el que se extendió la epidemia de rabia. Podríamos haber empezado la narración en este punto, pero al precio de desvirtuar las dimensiones de lo ocurrido. Toda historia ha de tener un comienzo, o por lo menos un detonante, y para nosotros el detonante de esta historia estalló en Córdoba el 18 de diciembre de 1996. Tres compañeros italianos y uno argentino, entonces desconocidos para el movimiento, intentaron atracar una sucursal del banco de Santander. La historia es harto conocida y no vale la pena extenderse. Dos policías municipales quedaron muertas y los cuatro asaltantes fueron apresados. Sus nombres: Giovanni Barcia, Michele Pontolillo, Giorgio Rodríguez y Claudio Lavazza.

En un primer momento fue un suceso más en la portada de los periódicos. Tardó aún en conocerse la filiación anarquista de los atracadores y el hecho de que explicaran su acción como un acto político. Aunque desconocidos en España, eran representativos de los bandazos del movimiento revolucionario italiano en los últimos veinte años. Lavazza había empezado su trayectoria desde muy joven en el seno de las luchas obreras de los años setenta. Como tantos otros militantes italianos, optó por tomar las armas formando en la organización Proletarios Armados por el Comunismo, de corte leninista y orientada a la lucha contra el sistema carcelario. Desde ahí evolucionó hacia posiciones anarquistas, sin salir ya del ámbito de la clandestinidad.

Pontolillo y Barcia eran muy activos en la franja insurreccionalista del anarquismo italiano, que se había gestado en los años ochenta. El primero tenía en Italia una condena pendiente por insumisión al servicio militar, y el segundo estaba encausado en el marco del «montaje Marini», del que hablaremos más adelante. Su compromiso con el anarquismo no era por tanto reciente, y menos aún (como afirmaron algunos con mezquindad) un rasgo de oportunismo calculado para obtener apoyos una vez capturados.

Casi completamente desprovistos de contactos con el anarquismo español, sus voces tardaron aún en llegar hasta el exterior de la cárcel. Lo hicieron finalmente a través de las páginas del Llar, boletín editado en Asturias y alejado de cualquier dogmatismo. El Llar unía a su desconcertante maquetación una factura mucho más limpia que la de los fanzines fotocopiados usuales en la época. Además de ser gratuito y mantener su periodicidad con notable rigor, contaba con una distribución excelente no solo en Asturias sino en toda España, alcanzando a todos los sindicatos de la CNT y a la práctica totalidad de la constelación antagonista: colectivos, distribuidoras, casas okupadas…

Por todo esto el Llar fue el vehículo por excelencia de una polémica de la que la CNT no pudo salir peor parada. Desde el momento en que el boletín asturiano dio a conocer las posiciones anarquistas de los atracadores de Córdoba, se alzaron voces dentro y fuera de la CNT que exigían que el sindicato les apoyara. En honor a la verdad, hay que decir que una parte minoritaria pero significativa de militantes del sindicato estaban a favor de asumir a los expropiadores como presos propios —tal como se había hecho años antes con el preso libertario Pablo Serrano—, y de hecho algunos sindicatos como el de Aviles llegaron a hacerlo. Estos cenetistas, sin abandonar el sindicato, tendieron a agruparse con compañeros procedentes del antagonismo juvenil, formando la primera generación de grupos de la Cruz Negra Anarquista (CNA) en Granada, Villaverde y otros lugares. Su objetivo, aparte de una genérica «lucha contra las cárceles», era el apoyo a los presos anarquistas. Estos grupos fueron un curioso fenómeno de «transición» ya que no partían de una ruptura a priori con la CNT, y de hecho se reunían en sus locales. Pero la desconfianza, cuando no la abierta hostilidad que se encontraron por parte de la organización, les llevó pronto a desengañarse del cenetismo y seguir otros rumbos.

Hechas estas excepciones, en su mayor parte la organización era, más que reticente, abiertamente reacia a prestar ninguna clase de cobertura a los detenidos en Córdoba. Si bien lo que subyacía era el miedo a la criminalización, la negativa no dejaba de envolverse en argumentaciones ideológicas y en una condena implícita a los autores del atraco. Como hemos dicho esta polémica se desarrolló principalmente en las páginas del Llar, con algunas intervenciones desde el periódico cnt, y se mantuvo aún «dentro de un orden» a lo largo de 1997. Pero en la primera mitad de 1998 se producen dos hechos que van a provocar una polarización irreversible. El primero es el comienzo del juicio por el atraco en Córdoba, donde se convoca una concentración de apoyo a los compañeros italianos. Unos chavales llegados de fuera, sin representar a sindicato alguno, se presentan con una bandera de la CNT. Los medios de comunicación hacen hincapié en ello. La CNT se desvincula por completo, acto que le valdrá mayores críticas aún por parte de la incipiente red de apoyo de los expropiadores apresados.

El segundo hecho de importancia fue el desalojo del Centro Social Autogestionado de Gijón (sede del Llar, entre otros colectivos) por parte de la CNT —que tenía el local en usufructo como parte del Patrimonio Sindical Acumulado—, a la fuerza y sin previo aviso. Las pobres razones argüidas por el sindicato no justificaban una acción así, que recordaba poderosamente a los desalojos de casas okupadas, y provocaron verdadera indignación en mucha gente. Las inconfesadas razones de fondo eran las críticas a la CNT que Llar publicaba puntualmente, enviadas por sus lectores. Las formas en que se produjo el desalojo eran además representativas del paternalismo y la superioridad con que se trataba desde la CNT al «otro» movimiento libertario, y no solamente en Gijón. Por eso, fue inmediata la identificación y solidaridad de muchísima gente con el CSA.

A partir de ese momento la polémica sube de tono aceleradamente. La tirada del Llar, que ya de por sí era alta para una publicación contrainformativa, no dejó del aumentar a lo largo de este proceso, y lo mismo podría decirse de sus apoyos. De su último número (septiembre de 1999) se tiraron 7.000 ejemplares. Por las mismas fechas la tirada del periódico cnt era de 3.000 ejemplares, de los cuales un tercio se quedaban acumulando polvo en los sindicatos, que no le daban salida. La distribución capilar e «informal» del Llar se mostró en aquel momento crucial mucho más amplia y eficaz que la de la anquilosada prensa del sindicato.

Por la importancia que tuvo, queremos hacer algunas observaciones sobre aquella polémica, de muy bajo nivel por ambas partes. La CNT hubiera podido ser defendida con un argumento muy simple y difícilmente rebatible: que no tenía ninguna obligación de asumir a unos presos que pertenecían a otra corriente, por añadidura desconocida en España, y que habían actuado de manera unilateral, con métodos ajenos al repertorio cenetista. Algo tan obvio no se le ocurrió a casi nadie. El paso en falso de los cenetistas que intervinieron fue pretender aclarar, sin que nadie se lo hubiera pedido, que los presos de Córdoba no podían ser anarquistas, porque ni sus métodos ni sus puntos de vista coincidían con los de la sacrosanta Organización. Acostumbrados durante mucho tiempo a expedir certificados de pureza anarquista, no dudaron ni por un momento que éste era un caso más en que podían hacerlo. No calibraron —las cabezas no daban para tanto— que la excomunión doctrinal del anarquismo oficial funcionaba bien cuando se empleaba contra cualquier ente situado «a su derecha», pero que las posiciones de los italianos eran mucho más radicales que las suyas, por cuanto defendían el ataque revolucionario inmediato, y encima lo ponían en práctica. Así, los pobres inquisidores se encontraron con la rebelión abierta de un montón de gente que durante años les había aguantado las tonterías en silencio. Trastornados por este imprevisto para el cual su programación no encontraba respuesta rápida, ya no dieron pie con bola, y no se les ocurrió otra cosa que incurrir en condenas morales.

El problema de fondo era que a la CNT se le estaba exigiendo, desde un entorno que la había tenido como un punto de referencia, que estuviera a la altura del extremismo verbal que había desplegado durante años. Como no se estaba discutiendo sobre teorías, sino sobre hechos consumados muy graves que la podían salpicar mediáticamente, la CNT se vio invadida por el pánico, y se puso de manifiesto que su radicalismo era pura verborrea, y que había hecho de la automarginación una forma de integración en el sistema que decía combatir. Lo que se vio en las páginas del Llar a lo largo de muchos meses (conviene aclarar que no se había producido el advenimiento de Internet) fue una reedición de aquel cuento en que un niño, en su inocencia, señala que el emperador está desnudo, y ya nadie puede seguir fingiendo. Pero en este caso el niño se llamaba Michele Pontolillo, y su «inocencia» venía dada por el hecho de que, habiéndose formado en otro lugar, estaba libre de las intoxicaciones y convenciones propias del anarquismo ibérico.

A partir del desalojo del CSA de Gijón la ruptura es ya irrevocable. El Movimiento Libertario con mayúsculas acababa de perder, en cuestión de meses, el monopolio del anarquismo que había defendido celosamente durante dos décadas. Para finales de 1998 hay dos campos perfectamente delimitados. Uno, el del anarquismo oficial, puesto a la defensiva con toda su inercia doctrinaria; otro, el de un anarquismo mucho más radicalizado que ha cristalizado de un golpe a su izquierda, y que por el momento sólo tiene como aglutinadores comunes su rechazo visceral al anterior y el apoyo a los presos de Córdoba.

Las crisis organizativas son fieles compañeras de las encrucijadas históricas, y el anarquismo español —que ha brillado en muchos campos, pero jamás en el de la teoría— ha intentado siempre resolverlas mediante una fuga hacia adelante, por el expediente del activismo. Con esos antecedentes no es de extrañar, viéndolo en perspectiva, que prendiera a toda velocidad lo que se dio en llamar «insurreccionalismo». Ese novedoso campo anarquista y su crítica a la burocratización, el dogmatismo y la inmovilidad del anarquismo oficial, ejercerán en los años posteriores una fortísima atracción sobre los militantes más jóvenes de la CNT, que la irán abandonando en un auténtico éxodo generacional que prácticamente no dejó un sindicato por tocar. Las posiciones insurreccionalistas ejercieron idéntica atracción sobre compañeros del ámbito del antagonismo juvenil, y el peso de estas diferentes procedencias se hará notar en la configuración de sectores «informales» diferenciados, que van a caminar juntos pero no revueltos en los años posteriores.

2. El papel del insurrecionalismo

2.1. La irrupción del insurreccionalismo

En sus cartas al Llar, los compañeros presos por el atraco de Córdoba confrontaban sus posiciones con las de los cenetistas que escribían al mismo boletín. Estas posiciones eran las del anarquismo insurreccionalista,4 que encontraban eco por primera vez en España a través de esas páginas. También a comienzos de 1997 se editó en Barcelona el folleto de Alfredo Bonanno La tensión anarquista. Y eso era prácticamente todo lo que los defensores y detractores del insurreccionalismo en España podían conocer sobre el tema en aquel momento. Eso y el ejemplo práctico de los presos de Córdoba, lo que ya de entrada provocó un malentendido según el cual mucha gente creyó que los planteamientos insurreccionalistas se limitaban a la expropiación, o que el atraco era el método insurreccionalista por excelencia.

Sin embargo, no era la primera vez que se hablaba de insurreccionalismo en la península. Como apunte curioso, diremos que incluso el periódico cnt había publicado ocasionalmente algunos artículos de Bonanno que habían causado la perplejidad, cuando no el escándalo, de muchos lectores. El desaparecido grupo «Revuelta», de Cornellá, llevaba años divulgando informaciones sobre el anarquismo revolucionario en Italia. En su boletín se habían publicado informaciones sobre el desarrollo del montaje Marini,5 ecosabotajes y luchas antidesarrollistas centradas en el TAV y las nucleares, y comunicados de compañeros anarquistas encarcelados como Marco Camenisch. Pero al priorizar las informaciones fragmentarias sobre los textos teóricos, el trasfondo de estas cuestiones quedaba en gran medida desdibujado.

El mismo grupo «Revuelta» difundió por estas tierras la convocatoria del encuentro fundacional de la Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista (IAI) en 1996, al que de hecho asistieron compañeros de varios puntos de la península. Esa convocatoria había llegado, por ejemplo, a la FIJL cuando todavía tenía a la CNT como centro de gravedad. En aquel momento —previo a los hechos de Córdoba— la federación juvenil acogió la propuesta con cierta desconfianza, debida principalmente a la falta de información. Aunque la invitación ganaba en interés por «aterrizar» en medio de un debate sobre la creación de una internacional anarquista juvenil (que no llegó a tomar cuerpo), se impuso en aquel momento el «miedo a lo desconocido». Algo que debemos lamentar, puesto que esa toma de contacto con la experiencia italiana hubiera favorecido en España una mejor comprensión —para lo bueno y para lo malo— del discurso insurreccionalista, así como una difusión del mismo no hipotecada por los hechos de Córdoba.

Ninguno de estos intentos había prosperado, porque las condiciones ibéricas no lo permitían. El antagonismo juvenil no había alcanzado el grado necesario de maduración, y el anarquismo oficial de putrefacción, como para que se produjera la ruptura en ambos frentes de todo un estrato juvenil libertario. Solo cuando llegó ese momento el discurso insurreccionalista tuvo una penetración real. Pero esta penetración estuvo condicionada en gran medida por circunstancias específicamente ibéricas, que dieron lugar a enormes malentendidos sobre los que volveremos un poco más adelante.

Llegados a este punto, hemos de hacer algunas precisiones. Lo que hemos querido llamar «la epidemia de rabia» fue un intento colectivo, pero no unitario, ni coordinado, por superar la impotencia y la parálisis de los medios políticos que en España se pretendían «anticapitalistas» y «revolucionarios». Si le hemos dado ese nombre un tanto lírico ha sido para no confundir el todo con la parte —ciertamente importante— que corresponde al «insurreccionalismo». Esta variante del anarquismo, desarrollada y puesta a punto entre Italia y Grecia, tuvo una influencia muy destacada en el contexto de la epidemia, determinando en parte su desarrollo. Pero no fue su único componente, ni basta por sí solo para explicarla. La epidemia de rabia fue provocada por dinámicas peninsulares que hemos intentado describir en la primera parte de este escrito. La importación acrítica del insurreccionalismo no fue su causa, sino su efecto.

El insurreccionalismo no fue la única corriente novedosa6 que irrumpió en el campo libertario por la fractura abierta en torno a los hechos de Córdoba. Una vez roto el monopolio ideológico que ejercía en ese campo el anarquismo oficial, a través de la misma grieta empezaron a filtrarse posiciones e ideas diversas. Algunas, como el primitivismo, demostraron no ser más que efímeras modas ideológicas. Otras, como la crítica antiindustrial, han demostrado mayor solidez teórica. Se desenterraron viejas corrientes marxistas como el consejismo, y con todo el voluntarismo del mundo se quiso creer que eran de rabiosa actualidad. Aunque no era así, su difusión sirvió al menos para debilitar el anticomunismo ancestral del anarquismo español: descubríamos ahora un Marx mucho más cercano a nosotros, que no era ni el patriarca de la escolástica leninista ni el satanás caricaturizado de la anarquista. En este sentido la teoría situacionista, accesible por primera vez en español en su práctica totalidad gracias al esfuerzo de Literatura Gris, causó también un fortísimo impacto sobre nosotros.

Resumiendo, a partir del 98, y durante al menos cinco años, se barajaron muchísimas ideas a un ritmo vertiginoso. Como ya hemos señalado, en torno a esa fecha se produjo una mutación general de todos los movimientos situados más allá de la izquierda institucional, y no solamente del anarquismo. Esta transformación abrió espacios de debate donde antes no los había, y obligó a una puesta al día generalizada. Por eso se vio acompañada por una explosión editorial «antagonista» sin precedentes desde los años setenta. Un fenómeno característico de aquel momento —inmediatamente anterior a la irrupción de Internet— fue la extensión del libelo o folleto fotocopiado como soporte de textos más extensos y profundos que los que solían publicarse en los fanzines y boletines al uso. Desligado de la obligación de servir de «portavoz» a tal o cual grupo o colectivo, el libelo fue un excelente vehículo de comunicación que, por su bajísimo coste y por su facilidad de reproducción, aceleró enormemente la circulación de ideas.

Así fue rescatada la memoria, teórica y práctica, de muchas luchas y momentos hitóricos que habían sido interesadamente olvidados, tergiversados o exorcizados en las tradiciones de la extrema izquierda española. Importantes lecciones de historia que nos hicieron darnos cuenta de que no veníamos de la nada. Por otra parte, al hilo de la recuperación de la memoria de experiencias armadas antiautoritarias —MIL, Comandos Autónomos, Rote Zora y un largo etcétera— la violencia política dejó de ser un tema tabú dentro del movimiento libertario. En resumen, se pasó con mucha rapidez de una falta absoluta de materiales e información a una sobreabundancia de ellos, lo que provocó más de un atracón indigesto. La epidemia de rabia se nutrió también de esos temas, lecturas e ideas, que estuvieron presentes en ella en mayor o menor medida.

Queremos aclarar con esto que el tema de este artículo no es el insurreccionalismo en sí, sino la recapitulación y el balance crítico de una experiencia colectiva prolongada durante una década, en la cual tomaron parte personas que no se consideraban insurreccionalistas, y muchas ni siquiera anarquistas. Si hemos de precisar la relación entre esa experiencia —que sería abusivo calificar de «movimiento»— y el insurreccionalismo, diremos que todos sus componentes terminaron girando en torno a cuestiones centrales planteadas por este último. El insurreccionalismo no impuso todas las respuestas como hubiera hecho un dogma al uso, pero sí planteó las preguntas a las que todos intentábamos responder en esos años. En este sentido hemos afirmado, en la primera parte de este artículo, que las ideas insurreccionalistas fueron en aquel momento «punto de cita y común denominador».

Por eso, el relato que nos hemos propuesto hacer resultará más claro si abordamos algunos aspectos relevantes del insurreccionalismo. Pero es necesario aclarar que éste distaba mucho de ser una doctrina estructurada, máxime cuando carecía de instancias organizativas centrales que velaran por su «pureza». Esto dificulta su análisis crítico, que vamos a ensayar no obstante en base a algunos textos que nos parecen representativos, y sin pretender que el tema se agote en ellos.

2.2. ¿Un individualismo vanguardista?

El insurreccionalismo venía a afirmar que el ataque revolucionario contra el capital y el Estado era posible por sí mismo, aquí y ahora, independientemente de que la coyuntura histórica favoreciera o no una transformación radical de la sociedad. Según Bonanno, el sistema había alcanzado un nivel de complejidad que hacía imposible cualquier previsión estratégica,7 por lo que solo cabía someterlo a un hostigamiento continuo en aquellos flancos donde a juicio de los revolucionarios se le causara un mayor daño o existieran más posibilidades de extensión de la lucha.

Una vez efectuado este descuelgue de los condicionantes históricos y sociológicos —de manera más o menos abierta según el teórico insurreccional del que se trate—, el sujeto revolucionario protagonista del ataque solo podía ser el propio anarquista, es decir, el individuo en lucha contra el sistema que le oprime. Este «rebelde» es designado con diversos nombres en la literatura insurreccional, pero constituye uno de sus referentes teóricos centrales e invariables.

Así, el insurreccionalismo llevaba consigo un fuerte componente individualista. Por el contrario, renunciaba a designar con claridad a un sujeto colectivo susceptible de llevar adelante el ataque contra el sistema, más allá de vagas alusiones a los «oprimidos», los «explotados» o los «excluidos». La escasa estructuración de las teorías insurreccionalistas, unida a su vaguedad, dejaba un amplio margen para atribuir a tal o cual figura sociológica la misión de acabar con el tinglado capitalista, o cuando menos de llevar adelante un enfrentamiento a tumba abierta y sin componendas. Así, en el caso español hubo quien creyó que este papel correspondería a los presos y hubo quien quiso volver a las viejas esencias del proletariado revolucionario. Algunos desarrollos más recientes han encontrado un sujeto de recambio en los excluidos que se apiñan en las periferias metropolitanas, sobre todo después de las revueltas francesas de 2005.8 Nada de esto es suficiente, sin embargo, para compensar la base individualista de esta ideología —plenamente asumida, por lo demás— ni para fundamentar una lucha colectiva, aunque no faltaron intentos en este sentido.

Dentro de la concepción insurreccionalista, la renuncia a cualquier proyección estratégica y la comprensión de la guerra social como un ajuste de cuentas estrictamente privado, otorgaban a la acción un valor intrínseco. Ahora bien, la acción insurreccionalista se desdoblaba en dos modalidades, perfectamente diferenciadas por varios autores del gremio, aunque las nombraran de diversas maneras. Las definiremos aquí como «ataque difuso» y «radicalización de las luchas». Ambas actuaban como sucedáneos de la perspectiva estratégica a la que el insurreccionalismo había renunciado voluntariamente. El ataque difuso venía a ser una práctica del sabotaje desligada de cualquier conflicto o reivindicación concretos. Al alcanzar a todos los aspectos de la vida, la dominación ofrecía múltiples flancos, en cualquiera de los cuales podía ser golpeada.

La «radicalización de las luchas» tenía ya otras connotaciones. Aquí el insurreccionalismo revelaba un trasfondo que solo podemos calificar de vanguardista. Para explicarlo nos vamos a permitir citar algunos textos, que hemos elegido como significativos dentro del ámbito del pensamiento insurreccionalista:

«Todo objetivo específico de lucha reúne en sí, pronta a estallar, la violencia de todas las relaciones sociales. La trivialidad de sus causas inmediatas, se sabe, es el ticket de entrada a [sic] las revueltas en la historia.

¿Qué podría hacer un grupo de compañeros frente a situaciones similares? (…)

[…] está bastante claro que la interrupción de la actividad social se mantiene como un punto decisivo. Hacia esta parálisis de la normalidad debe dirigirse la acción subversiva, cualquiera sea la causa de un choque insurreccional. […] La práctica revolucionaria estará siempre por encima [de] la gente. […] son los libertarios quienes pueden, a través de sus métodos (la autonomía individual, la acción directa, la conflictividad permanente), impulsarlos [a los explotados] a ir más allá del modelo de la reivindicación, a negar todas las identidades sociales […],

«Por el momento no se puede llamar precisamente “remarcable” a la capacidad de los subversivos de lanzar luchas sociales […]. Queda la otra hipótesis […], la de una intervención autónoma en luchas —o en revueltas más o menos extendidas— que nacen espontáneamente. […] Si se piensa que cuando los desocupados hablan de derecho al trabajo se debe actuar en esa línea […] entonces el único lugar de la acción parece ser la calle poblada de manifestantes.» (Ai ferri corti)9

«Abrir un abanico de posibilidades concretas hacia la destrucción del poder significa vincular la tensión de la insurgencia individual a todos aquellos momentos que en lo social mismo, más allá del operar anarquista, toman valor de expresiones de la autodeterminación ó de ruptura con el orden impuesto. Tal vínculo, pero, excluye toda instrumentalización, todo vanguardismo. Los anarquistas do tienen nada que enseñar sobre la revuelta contra el orden constituido. Asi que el vinculo que se da entre la tensión anarquista y las fuerzas sociales rebeldes se materializa como estimulo a la radicalidad de la lucha y de la rebelión, acentuando unos elementos de la autodeterminación «prospectando otros.» (Constantino Cavalleri)10

«[…] habrá que construir grupos de afinidad, constituidos por un número no muy grande de compañeros […].

Los grupos de afinidad pueden a su vez contribuir a la constitución de núcleos de base. El objetivo de estas estructuras es la de sustituir, en el ámbito de las luchas intermedias, a las viejas organizaciones sindicales de resistencia […].

Cada núcleo de base está constituido casi siempre por la acción propulsiva de los anarquistas insurreccionalistas, pero no está constituido sólo por anarquistas. En su gestión asamblearia los anarquistas deben desarrollar al máximo su función propulsiva contra los objetivos del enemigo de clase.

»[…]

»E1 campo de acción de los grupos de afinidad y de los núcleos de base está constituido por las luchas de masas.

»Estas luchas son casi siempre luchas intermedias, las cuales no tienen un carácter directamente e inmediatamente destructivo, sino que se proponen a menudo como simples reivindicaciones, teniendo el objetivo de recuperar más fuerza para desarrollar mejor la lucha hacia otros objetivos.» (Alfredo Bonanno)11

Todos estos enunciados —y muchos otros que podrían citarse— comparten un rasgo común: el desprecio absoluto hacia la autonomía de las luchas sociales y los intereses y necesidades inmediatas de la gente que las impulsa, así como la voluntad claramente parasitaria de utilizar esas luchas como platalorma de la propia ideología. Y es que, tal como se expresa con todo cinismo en Ai ferri corti, «no se puede llamar precisamente “remarcable” a la capacidad de los subversivos de lanzar luchas sociales». Por tanto habrá que lanzarse sobre aquellas que puedan surgir «espontáneamente» fuera de los reducidos ámbitos subversivos. Por no extendernos más, dejamos al lector la tarea de desarrollar las implicaciones de estos posicionamientos.

Bloqueado entre el «ataque difuso» y la «radicalización de las luchas», el insurreccionalismo no contemplaba la vía que hubiera resultado de mayor interés: la de una práctica del sabotaje guiada por consideraciones estratégicas planteadas sobre intereses colectivos, no condicionada necesariamente por la existencia previa de movimientos sociales, pero en todo caso atenta a su surgimiento y respetuosa con ellos y sus circunstancias.

Hemos repasado brevemente las respuestas que daba el insurreccionalismo a las cuestiones de la práctica revolucionaria y del sujeto que habría de llevarla adelante. No podemos cerrar este breve resumen —que no puede agotar el tema— sin abordar su visión sobre otro problema clave: el de la organización. En primer lugar, porque las ideas insurreccionalistas sobre este punto constituían tal vez el aspecto de mayor interés y originalidad de esta corriente. En segundo lugar porque, en el caso ibérico, la crítica insurreccionalista hacia las formas de organización tradicionales y sus propuestas positivas en este terreno causaron la mayor impresión sobre nuestra generación de militantes. Fueron, de hecho, lo que más favoreció en aquel momento la difusión de este discurso.

La propuesta organizativa del insurreccionalismo giraba en torno a la llamada «organización informal». Según sus planteamientos teóricos, la organización informal no aspiraba a perdurar en el tiempo ni a conquistar ninguna clase de hegemonía. Por ello, podía prescindir de siglas y de toda la parafernalia proselitista habitual. La organización informal estaba —por emplear una expresión hoy de moda— «en construcción permanente». Nacía de las relaciones de afinidad, confianza y conocimiento mutuo entre compañeros. Tomaba cuerpo en torno a tareas y proyectos puntuales, momentos de acuerdo o situaciones concretas de conflicto. En ella, la comunicación y el acuerdo debían darse de manera fluida y no mediante congresos, delegaciones, reuniones periódicas, etc. La idea motriz era reservar íntegramente la autonomía de cada grupo e individuo, que no debía ser sacrificada en aras de su unificación bajo lo que Bonanno llamaba «organización de síntesis».

Con todo lo que esto tiene de discutible, nos gustaría destacar una serie de implicaciones positivas que contenía este planteamiento. En primer lugar, desacralizaba de un golpe las formas organizativas. No solo las formas organizativas concretas del anarquismo ibérico, sino las formas organizativas en sendo genérico, abstracto. Permitía volver a pensar la organización como un medio, no como un fin en sí misma. Como algo, por tanto, que podía y debía evolucionar —y llegado el caso, desaparecer— al compás de las transformaciones históricas y las condiciones de la lucha. Volvía a poner los aspectos cualitativos por encima de los cuantitativos. Por todo ello, desbloqueaba el problema de la organización y lo abordaba con una flexibilidad que dentro del anarquismo ibérico se había extinguido por completo. Se abrían así las puertas para una experimentación creativa con las formas de organización.

En segundo lugar, dentro de la organización informal no había lugar para el militantismo. Por decirlo de otro modo: no había lugar para la alienación con respecto a la propia militancia. La organización informal no sometía al militante a la presión de unos ritmos decididos en instancias de coordinación superiores; no le hacía sentirse como un gusano que tenía que estar a la altura de la «grandeza» de la organización y de su historia mitificada; permitía volver a cuestionarlo todo en cualquier momento. La organización informal impedía, en resumen, la aparición de un fetichismo de la organización.

Por último, el planteamiento de la organización informal afectaba de lleno a una cuestión que en nuestros medios se había obviado por completo, como era la calidad de las relaciones humanas establecidas en el seno de la organización. Ya no era la posesión de un carnet o el sometimiento a unos «principios, tácticas y finalidades» lo que nos convertía en «compañeros» de personas en realidad desconocidas. Para la organización informal, la relación de solidaridad, de compañerismo, venía determinada por el conocimiento recíproco, directo, por la discusión y la colaboración práctica. Era por tanto una relación concreta, y no abstracta como lo había sido hasta entonces en muchos casos.

Se trata, como hemos dicho, de implicaciones positivas que estaban contenidas, en potencia, dentro del concepto de organización informal. Por lo general, no eran desarrolladas por los textos insurreccionalistas, y se tradujeron más bien en las experiencias de aquellos que intentaron plasmar en la práctica las formulaciones —a menudo muy vagas— de la organización informal.

2.3. La deriva ibérica de las ideas insurreccionalistas

En el momento de su salto a la península Ibérica, el insurreccionalismo venía a ser una nebulosa de posiciones, maduradas colectivamente entre Italia y Grecia, en torno a las cuales había un cierto consenso de los compañeros de este ámbito. En Italia, ese discurso se había desarrollado gradualmente desde la década de los setenta, dentro de la trayectoria de lucha de un sector del anarquismo italiano que acumulaba la experiencia de varias generaciones de compañeros. Sin ser ninguna cumbre del pensamiento revolucionario, lo cierto es que para los italianos el insurreccionalismo tenía una riqueza de matices que aquí estuvimos muy lejos de apreciar. Y ello porque nacía como formulación teórica de una experiencia previa que brindaba ciertos puntos de referencia, ciertos sobreentendidos, de los que aquí se carecía. Los italianos tenían claro que esas ideas formaban parte de un proceso abierto, en curso, y por tanto estaban sujetas a debate y evolución. Sin embargo en España, desde el primer momento, esas ideas fueron asumidas en bloque como un corpus doctrinal cerrado al cual solo le restaba ser puesto en práctica: una ideología más. Este tipo de recepción, que tuvo consecuencias muy negativas, venía determinada por dos factores.

El primero de ellos fue coyuntural: el insurreccionalismo no se filtró de manera gradual a través de un proceso de debate, sino que «irrumpió» en medio de la agria polémica derivada de los hechos de Córdoba, en la cual apenas hubo lugar para matices o equidistancias. El segundo factor era estructural: el dogmatismo inherente al movimiento libertario español, ya fuera en su variante tradicionalista o en la juvenil. Toda idea novedosa era vista con desconfianza. No existía la más mínima conciencia de la necesidad y el valor de la teoría, lo cual no es de extrañar dadas las tradiciones antiintelectuales del anarquismo ibérico. Rigidez dogmática e indigencia teórica caminaban de la mano, y eran causa y efecto de la ausencia de una tradición de debate crítico, que no encontraba espacios para desarrollarse. Lo primero que aprendía cualquier militante era a considerar el «movimiento» o la «organización» como algo inmutable, eterno, incuestionable hasta en sus aspectos secundarios. Esta falta de flexibilidad del anarquismo ibérico, su incapacidad para integrar nuevos enfoques, determinó también en parte la violencia de la ruptura.

Esta impronta la arrastrábamos todos en mayor o menor medida, y por tanto no es de extrañar que el insurreccionalismo quedara reducido de manera inmediata a una especie de caricatura de sí mismo, útil para levantar de la noche a la mañana una identidad colectiva que se fue haciendo cada vez más autorreferencial. La forma que tuvimos de acogerlo es un indicador de las limitaciones del anarquismo ibérico en aquellas fechas, limitaciones de las que nosotros éramos lógicamente portadores y repetidores. Entre tanta confusión, no servían precisamente de ayuda las pésimas traducciones de los textos italianos (algunos de los cuales eran farragosos ya de por sí), ni el hecho de que nos llegaran con el orden cronológico completamente alterado, dificultando aún más la comprensión de las experiencias de lucha de las cuales procedían.

Para iniciar la crítica del insurreccionalismo ibérico nos servirá una de las pocas aportaciones locales destacables que se produjeron. Se trata del texto 31 tesis insurreccionalistas. Cuestiones de organización, firmado por el Colectivo Nada y publicado a comienzos de 2001. Este texto tuvo su papel en la extensión de la epidemia de rabia hacia los militantes desencantados del anarquismo oficial. Lo que queremos abordar ahora no es tanto lo que se decía en él, como aquello que se obviaba. Y lo que se obviaba era la represión: la lógica y previsible respuesta del Estado a la puesta en práctica de todo lo que el texto defendía en términos abstractos. Lo que cabía esperar del Estado una vez que se pasara al «ataque» y el «enfrentamiento continuado» era ventilado de manera ritual en un párrafo de cuatro líneas, dentro de un texto de dieciocho páginas:

«La organización informal tiene la necesidad de dotarse de medios materiales para combatir la represión. La solidaridad con los [represaliados] ha de ser una constante prioritaria puesto que es la única defensa del revolucionario. La solidaridad con los compañeros represaliados no puede quedarse en una pose o una actividad circunstancial» (tesis número XX).

Y eso era todo. Este olvido, o mejor dicho, esta ingenuidad aterradora en un momento en que ya se habían recibido severos golpes, no fue una falta particular de los autores de las 31 tesis. Estaba más bien generalizada, y el que se reflejara en ese texto era puramente sintomático del grado de inconsciencia colectiva: se partía sin ninguna consideración previa del hipotético alcance de la represión, una vez que determinadas ideas fueran llevadas a la práctica. De ahí se derivaron innumerables imprudencias, faltas continuas de seguridad y discreción, acciones chapuceras y temerarias. Si los italianos tuvieron su «montaje Marini», con el cual se intentó acabar con ellos de un solo golpe ejemplar, aquí hubo una cadena de golpes represivos que detallaremos más adelante. La historia de la epidemia de rabia puede verse, de hecho, como una secuencia de caídas de compañeros, cada una de las cuales jalona una etapa. La represión, con la que apenas se contaba, terminó convirtiéndose en factor determinante de todo el proceso.

Las 31 tesis no eran en realidad más que un castillo en el aire, por cuanto lo fiaban todo a la aparición de unos hipotéticos «movimientos sociales autónomos» sumamente radicales que no llegamos a ver en parte alguna (excepto quizá en las prisiones). Pero por lo menos las 31 tesis expresaban sus aspiraciones en términos de lucha colectiva, algo que con el tiempo se fue haciendo cada vez menos frecuente.

Y es que tras los momentos de entusiasmo inicial, comenzó a hacerse patente que la extensión de la lucha no iba a producirse con tanta facilidad como se había esperado. Una cierta frustración se extendió cuando, tras el climax de Genova y la ejecución televisada de Carlo Giuliani, decayó el turismo antiglobalizador y sus elementos más moderados lograron contener a los bloques negros. El espectáculo de la revuelta ya no daba más de sí. El final del ciclo de luchas carcelarias de 1999-2002 también contribuyó poderosamente a este sentimiento. Entonces se empezó a echar mano del «individuo en lucha», el «rebelde social» que como figura retórica había estado agazapado desde el primer momento, y que empezó ahora a levantar cabeza, cobrando un protagonismo creciente por encima de los sujetos colectivos adormecidos.

No sabemos en Italia, pero en el caso español el «rebelde» del ideal insurreccionalista era un héroe trágico. Su heroísmo residía en el esfuerzo continuado por liberarse de cualquier adherencia sistémica. Su tragedia derivaba de las consecuencias prácticas y directas de semejante compromiso, y de una relación de fuerzas tan dispar que no dejaba lugar a esperanza alguna. El «sistema» era una sombra que golpear, el pretexto que ponía en marcha la personal odisea del individuo en lucha. De ahí que tantos escritos nacidos de esta corriente, hasta hoy mismo, estén plagados de imperativas exhortaciones a la acción, a la ruptura violenta de las rutinas cotidianas, a la «coherencia», a la autosuperación para escapar del rebaño, a vencer el miedo, etcétera.

Este «individuo en lucha», carente de orientación estratégica y de puntos de referencia colectivos, estaba obligado a buscar las motivaciones de su rebelión en su propio interior. Así se inició un significativo deslizamiento existencialista, claramente apreciable en muchos textos y panfletos, y en particular en los de aquellos que siguieron la estela de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias. La rabiosa retórica habitual de textos, comunicados y panfletos comenzó a llenarse de una lírica subjetivista de la peor especie. Se citaba indiscriminadamente, y casi siempre de segunda mano, a cualquier autor con aureola de maldito. Pero se recurría sobre todo a lo peor de la Internacional Situacionista, esto es, al misticismo hedonista de Vaneigem. El libro (¿?) Afilando nuestras vidas, editado por la FIJL en 2003 resulta un buen testimonio de este estado de confusión mental colectivo, yuxtaposición de muchas confusiones individuales. El siguiente paso lógico era la apología del nihilismo, de la irracionalidad y hasta del suicidio, expresada por publicaciones cada vez más ilegibles y autorreferenciales.

Por otra parte, aunque en los textos más elaborados del insurreccionalismo se había puesto buen cuidado en matizar que «acción» no significaba necesariamente acción violenta o ilegal, lo cierto es que su apología de la acción en sí y para sí condujo directamente a un fetichismo de la violencia que valoraba la acción ilegal por encima de cualquier otra. Este fetichismo se hacía claramente visible en las ilustraciones de los diversos boletines, plagadas de molotovs y de armas de fuego. Fetichismo tanto más triste por cuanto el nivel de violencia realmente ejercido nunca estuvo a la altura de los llamamientos retóricos a una violencia cataclísmica, desaforada, total, que haría tabla rasa con todo y no dejaría títere con cabeza.12

Así, cuando se empezó a practicar de manera sistemática el «ataque difuso», se creía sinceramente que estas acciones se explicaban por sí mismas y tenderían a extenderse cada vez más. La masa anónima estaba en realidad llena de saboteadores potenciales, hartos de la alienación cotidiana, que seguirían el ejemplo y lo llevarían cada vez más lejos. Nada de esto ocurrió, y el «ataque difuso» fue degenerando progresivamente en simple manifestación de rabia en el mejor de los casos, vandalismo desorientado, rito de identificación grupal o pasatiempo beodo en el peor. La cantidad de destrozos, eso sí, fue ingente, de lo cual dan fe las numerosas «cronologías» de acciones que se publicaban en boletines diversos, hasta que alguien cayó en la cuenta de que la policía también las leía con interés. En cuanto a la inserción en luchas sociales reales de militantes fuertemente ideologizados bajo la influencia insurreccionalista, fue problemática y en ocasiones hasta negativa. En ello influía el desprecio de estos militantes hacia cualquier clase de reivindicación parcial, así como el vanguardismo intrínseco a la ideología insurreccionalista, que ya abordamos más arriba. La principal excepción a esta norma fueron las luchas carcelarias iniciadas en 1999, de las cuales hablaremos más adelante.

Dentro de esta pésima adaptación española del discurso insurreccionalista, la noción de «organización informal» se vio en algún momento reemplazada por la de «informalidad organizativa», que invertía significativamente los términos trocando sustantivo y adjetivo. El acento pasaba de estar en la organización a estar en la informalidad, con las consecuencias que es fácil imaginar. Hablar de organización se fue haciendo cada vez más difícil. Creemos que influyó en ello el condicionamiento de tantos militantes que habían crecido oyendo nombrar a la CNT no como una organización, sino como La Organización. Las palabras son importantes y, después de la ruptura, en muchos ámbitos el asco hacia los ritos y los mitos del anarquismo oficial se hizo extensivo a la noción misma de organización. Y junto con esa noción se fueron devaluando otras que la acompañan como las de comunicación, abnegación, compromiso, responsabilidad, esfuerzo y trabajo en pos de los objetivos libremente elegidos. En ello tuvo también su papel la deriva existencialista que ya hemos mencionado, y más concretamente el discurso del «placer» —enésimo refrito de Vaneigem— según el cual las cosas se hacían por gusto, o no se hacían: en eso llegó a derivar la crítica de la alienación de la militancia. Los discursos antiorganizativos, en fin, hicieron mella en unas redes ya maltrechas, acelerando la atomización y el aislamiento.

La «informalidad», por lo demás, se hacía extensiva a la vida cotidiana. Queriendo huir de la explotación laboral, y más genéricamente del «rebaño» apacentado por el sistema, se caía en formas de vida extremadamente precarias y tribales, de las cuales se hacía luego la correspondiente apología. Así se pasaba de la crítica de la precariedad a la exaltación del precarismo. Todo ello solía venir acompañado de la correspondiente parafernalia estética, con lo cual la «informalidad» iba tomando claramente la forma de círculos cerrados cada vez más aislados y estrechos.

En general, cada enunciado del insurreccionalismo tuvo una traducción grotesca en suelo ibérico, o al menos esa es la percepción colectiva que ha quedado. Muchos compañeros definen este fenómeno con una curiosa expresión: «la informalidad mal entendida». Esta expresión ha hecho fortuna sin que se haya reflexionado acerca de ella. Presupone ante todo que existía una «informalidad bien entendida», que no obstante nunca es definida con precisión por nadie, y mucho menos puesta en práctica y socializada de inmediato, cuando han sobrado años para ello. Y es que no hay «informalidad» que valga, ni bien ni mal entendida: esta noción se acuñó para huir de aquella otra de «organización». Por otra parte, si las cosas fueron «mal entendidas», se deduce que el problema estuvo en nosotros y nuestras circunstancias, y no en los planteamientos insurreccionalistas tal como nos llegaron de Italia, los cuales ni siquiera a fecha de hoy serían criticables. Nosotros afirmamos, por el contrario, que una buena parte de los tropiezos posteriores estaban inscritos en la debilidad de esos planteamientos teóricos: en su incapacidad para el análisis de la realidad en que nos movíamos, cuando no en el desprecio de la misma; en su raíz individualista; en su vanguardismo mal disimulado; en su deliberada vaguedad; en su falta de articulación y de rigor. Que en el contexto italiano —por lo demás tan idealizado— estas ideas dieran más de sí, se debe precisamente a eso: al contexto. Un contexto más rico, más amplio, con continuidades generacionales que aquí han faltado, con una mayor sedimentación de luchas, de experiencias, etcétera. Esas ideas no valían demasiado en abstracto, en «estado puro», y fue precisamente así como las recibimos, completamente disociadas de las experiencias que les habían dado sentido.

Ahora bien, no dejaremos que todo quede sepultado bajo un manto de negatividad. Las ideas insurreccionalistas jugaron un papel positivo, y nunca nos cansaremos de decirlo. No se equivocaban los que entonces las abrazaron y difundieron: rompieron muchos bloqueos que nos asfixiaban, y pusieron un hierro al rojo sobre el adormilado anarquismo oficial. Lo erróneo sería persistir hoy en posiciones que han sido agotadas en la práctica, que no dan más de sí. Y, con todo, el insurreccionalismo enunciaba ciertas verdades que hoy nos parecen avances sin vuelta atrás. Avances que no son suficientes por sí solos, pero sí necesarios para ir construyendo otras cosas. Entre éstos, ya hemos mencionado la comprensión dinámica de la organización y el rechazo de la alienación militantista. Quisiéramos añadir ahora la idea de que en las condiciones actuales una práctica anticapitalista y subversiva no puede quedar anclada en la espera de las «masas», de la adhesión de sectores amplios de población, ni fiar a ésta todas sus perspectivas de futuro.

Publicado en los números 4 y 5 de Resquicios, 2007-08. (descárgate el pdf)

Notas

[1] Según una estadística interna realizada con posterioridad al VIII Congreso.

[2] Citaremos solo algunas: pactos previos a los comicios sobre los acuerdos que «deben salir»; constitución de sindicatos fantasma (sin el número mínimo necesario de afiliados) o exageración del número de afiliados para acudir a los plenos y congresos con mayor número de votos; redes burocráticas que funcionan a golpe de teléfono; copamiento de comités con el subsiguiente control de los flujos de información; enrpleo sistemático de la calumnia contra el disidente de turno, y muy especialmente de la acusación de «infiltrado»; y un largo etcétera. Uno de los dogmas de la ideología cenetista es que la estructura es perfectamente horizontal y democrática y no existen jerarquías. Este dogma de fe no altera por sí solo la realidad de los hechos: que desde los comités se disfruta de un relativo control de la organización; que se ha generado un cuerpo de «expertos» que son los que suelen acudir a los plenos y plenarias y son, de hecho, los que gobiernan la organización. Como no se admite ni siquiera la posibilidad de la existencia de una «jerarquía», esta jerarquía se camufla, se hace informal, y por tanto resulta aún más difícil de controlar que las de muchas organizaciones «autoritarias», que suelen contar con mecanismos formales para limitar el poder de la dirección.

[3] En tanto que «organización hermana», la CNT acogía a la FIJL en sus locales.

[4] El mismo término «insurreccionalismo» es problemático pues, si bien muchos lo rechazaron como una etiqueta espectacular o una nueva forma de encasillamiento, otros lo asumieron sin mayores complicaciones. Para favorecer una exposición más clara, hemos decidido emplearlo aquí sin demasiados complejos. (N. de los A.)

[5] El «montaje Marini», desarrollado entre 1994 y 2004, fue la principal operación policíaco-judicial por la que se intentó liquidar en Italia a la franja anarquista más combativa. Toma su nombre del fiscal Marini, que, con la intención de poner a los compañeros bajo el signo de un terrorismo espectacular al que son ajenos y poder así castigarlos con mayor dureza, se inventó una fantasmal «organización terrorista» centralizada y jerarquizada, a la que bautizó ORAI (Organización Revolucionaria Anarquista Insurreccionalista). Sobre Alfredo Bonanno, por ejemplo, recayó la acusación de ser el «dirigente» de la inexistente organización. Como resultado del proceso, varios compañeros permanecen encarcelados a fecha de hoy. Aparte de varios folletos que vieron la luz desde 1997, una buena recopilación de materiales en castellano sobre el montaje Marini está incluida en No podréis pararnos. La lucha anarquista revolucionaria en Italia, Klinamen/Conspiración. 2005. (N. de los A.)

[6] Si bien para nosotros supuso indudablemente una «novedad», hay que señalar que el insurreccionalismo no hacía sino volver a reunir elementos presentes desde mucho tiempo atrás en la tradición anarquista. En el caso del anarquismo español esos elementos —el individualismo, el ilegalismo. la informalidad, etc.— habían quedado en segundo plano por la pujanza histórica de su organización sindical, a la cual quedaron también subordinados en cierta medida. Pero no por ello podría decirse que hubieran estado completamente ausentes: simplemente habían sido soslayados por la historiografía, académica o anarquista. (N. de los A.)

[7] Véase al respecto su escrito «Nueva “vuelta de tuerca” del capitalismo», incluido en la mencionada recopilación No podréis pararnos. Sin embargo, en su texto introductorio para el encuentro de la Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista, Bonanno introducía a modo de perspectiva estratégica la idea de que los países del ámbito mediterráneo serían en los años venideros los más propensos a estallidos insurreccionales. Previsión que, más de diez años después de ser formulada, no parece tener visos de realización. (N. de los A.)

[8] Dos textos representativos de esta tendencia son Los malos tiempos arderán, del Grupo Surrealista de Madrid y otros colectivos, y Bárbaros. La insurgencia desordenada, firmado por Crisso y Odoteo y publicado por la Biblioteca Social Hermanos Quero en 2006. Ambos fueron objeto de análisis crítico en el primer y segundo número de Resquicios respectivamente. (N. de los A.)

[9] Ai ferri corti/Etziok bueltarik. Romper con esta realidad, sus defensores y sus falsos críticos, Muturreko Burutazioak, 2001, págs. 42-46.

[10] El anarquismo en la sociedad postindustrial: insurreccionalismo. informalidad, proyectualidad anarquista al principio del 2000, Llavors d’Anarquia, 2002, pág. 21.

[11] «Nueva “vuelta de tuerca” del capitalismo», incluido en el citado No podréis pararnos, págs. 33-35.

[12] Como no queremos plagar el texto de comillas, haremos la obligatoria aclaración ritual: aquí empleamos el término «violencia» sin ninguna intencionalidad moralizante ni condena implícita hacia quien decide llevar la lucha fuera de los márgenes legales. E igual que no condenamos a priori el empleo de la fuerza sobre personas o cosas en el contexto de la guerra social, tampoco lo exaltamos como si contuviera alguna virtud inmanente que pudiera desligarse de cada situación concreta. (N. de los A.)

Mirando al abismo. Una reflexión y una crítica. Sobre el mundo que habitamos y lxs anarquistas.

                     MIRANDO AL ABISMO

Una reflexión y una crítica. Sobre el mundo que habitamos y               lxs anarquistas.

                                            “Crecer por crecer es la ideología de la célula del cáncer”    

                                                        Edward P.Abbey                                                                                                                                                                

A LAS COSAS POR SU NOMBRE

La época la cual vivimos es sin duda el periodo más crítico que jamás haya conocido la sociedad capitalista. Una época en la que los mismos cimientos del capitalismo se están viniendo abajo, incluso podríamos decir que estamos viviendo sus últimos días ,se hace necesario reconocer que la falacia repetida millones de veces  del “mejor de los mundos posibles” llega a su final, que aquel que no hace tanto tiempo promulgo “el fin de la historia”) estaba equivocado .  Tanto los defensores como los enemigos del capitalismo han hecho valer la máxima de que éste es eterno, el concepto de Capital siempre ha tenido una enorme carga teológica que parece hacerlo inmortal y reinar tanto en el cielo como en la tierra  , sin embargo, que el capitalismo este llegando a su final, y pegará las ultimas estocadas antes de morir, no significa que el mundo que venga sea mejor, sin querer ser agoreros será mucho peor.

Algunos pensaron que el final del capitalismo sería el ingenuo mundo que divulgaba Marx donde la humanidad rompería sus cadenas de la explotación y tomaría el control de los medios de producción, otros anuncian ahora el “colapso”  que se ha convertido en una nueva mercancía a vender  y un concepto más con el que desmovilizar a la población, negando de esta manera además que la vida para una gran parte de la población durante estos cinco siglos de capitalismo salvaje ha sido en unas condiciones de colapso continuo. Quizás el mayor truco del capitalismo haya sido convencernos no ya de que “es el mejor de los mundos posibles” sino de que es eterno.  Así deberíamos pensar en ese cambio cualitativamente diferente,  en esa nueva Gran Transformación en la forma de dominación que nos lleva a una sociedad tecno totalitaria que genera nuevas formas de producción no basadas ya, tanto,  en la explotación de la naturaleza sino en su diseño en los laboratorios y su artificialización  en lo que está generando nuevas formas de dominio, nuevas formas de extraer y maximizar beneficios, incluso nuevos tipos de clases sociales.

Pensar que el modelo de producción y consumo del capitalismo está llegando a su fin y comprender sus cambios, más que nunca la predicción marxista de que el capitalismo caería por si mismo se hace hoy realidad ,que el capitalismo ha chocado con los límites del planeta y es incapaz de mantener su modelo de producción cada día se hace más obvio, señalamos aquí el discurso actual que impregna nuestra cultura: si antes se nos modelaba para un consumo irresponsable y sin límites hoy los restos del capitalismo nos modelan para reutilizar, reciclar y una forma de vida responsable . El consumo de lo material se acabó, el propio capitalismo le pone límites ante su incapacidad de seguir produciendo todo la mercancía inservible que viene modelando nuestras condiciones de vida , especialmente, desde la II Guerra  Mundial. 

La nueva forma de dominación, no se erige bajo la forma de fascismo clásico como insiste la izquierda y ciertos grupo anarquistas, tampoco compartimos el dogma izquierdista de que el fascismo es el capitalismo en crisis cuando, en realidad, los postulados ideológicos de ambos están en las antípodas, estas reflexiones superfluas y equivocas sólo llevan a análisis que nos hacen alejarnos de nuestros verdaderos enemigos y emprender luchas que sólo llevar a perpetuar lo existente, sólo hace perpetuar la confusión reinante . Aunque nos repitamos para comprender el mundo de hoy es necesario comprender el mundo de ayer . La nueva forma de dominación es la de la emergencia, LA DE CREAR CONTINUAS EMERGENCIAS PARA GOBERNAR EL MUNDO, mediante esta forma de gobierno se pretende regular toda la vida sobre la tierra, regular el comportamiento y el pensamiento de la población bajo la amenaza de la catástrofe, bajo la necesidad de un comportamientos que nos permita seguir sobreviviendo en un mundo cada vez más nocivo.

El objetivo es que la vida misma quede reducida al movimiento predecible, mecánicamente condicionado y controlado que  todos los movimientos incalculables e impredecibles queden extirpados. Los imperativos de comportamiento quedan en manos de la tecnocracia que decidirá en cada momento, en cada catástrofe y en cada emergencia el camino a seguir, supondrá como hemos visto en pasadas emergencias la obediencia ciega, la servidumbre voluntaria a las regulaciones tecnócratas. Dominar el mundo bajo la excusa de la emergencia permanente, así todas las características que asociamos con una crisis clásica hoy las encontramos de forma continua y permanente desde hace ya varios años y con el proyecto tecnocrático de mantener esta forma de “crisis permanente” y emergencia permanente para crear el miedo y la dominación sobre la sociedad.  Ante las diferentes formas de crisis (climáticas, energéticas, sociales, sanitarias, sociales..) aparecidas en las últimas décadas la dominación con la excusa del control de estas crisis está  procediendo a una gestión cada vez más autoritaria de nuestras vidas. Como hemos visto en la gestión de la crisis de la “emergencia sanitaria” con el confinamiento-privación sensorial, virtualización de la vida, distanciamiento social, medidas médicas autoritarias, o como vemos en las llamada “emergencia climática” que está suponiendo una gestión autoritaria de los mal llamados” recursos  naturales” cada vez en menos manos y menos accesibles para una gran parte de la población o el proyecto tecno totalitario de la Agenda 2030.

La diferencia con el pasado que esta nueva forma de dominación no necesita del castigo ejercido por la iglesia o la violencia y barbarie nazi, sino que es de una forma mucho más sutil, una dominación en forma de libertad que cada día nos esclaviza más, la dominación cibernética imperceptible, ubicua y que como el mito prometeico que describia G. anders nos hace admirarla en lugar de odiarla. Hoy nuestra prótesis tecnológicas en forma de aparatos inteligentes nos modelan, nos conducen hacia donde quiere el poder, nos dicen que sentir, que desear, que pensar, donde ir…no existe mayor forma de dominación tan bién diseñada y en la cual la humanidad se sienta libre. La cibernética como forma de dominación es perfecta hace que la adoremos al mismo tiempo que la obedezcamos. Uno de los mayores logros del capitalismo fue acabar con toda forma de comunidad humana, proceso terminado con la atomización que supone el mundo virtual que hace, al igual que la escuela  , desaparecer al otro .

Esta dominación cibernética supone la abolición del mundo material, de lo humano, de lo natural, de la ignorancia, y también del conocimiento…de todo lo que había formado parte del mundo hasta entonces reduciéndolo a algoritmos que conforman el mundo cuantificable y controlable.  Un “mundo sin humanos” no referido a las personas sino más bien a la intrusión por todas partes de sistemas autónomos y programas de Inteligencia Artificial que dejan obsoleta cualquier toma de decisiones por parte de los humanos, pasando a ser simples autómatas en manos de máquinas inteligentes. A día de hoy con la IA la mayoría de toma de decisiones en la gestión de nuestras vidas ya está en manos de algoritmos, anulando cualquier posibilidad de libertad y autonomía.

La trampa cibernética

Hoy muchos movimientos izquierdistas y anarquistas caen en la trampa de la cuantificación cibernética. La excelente crítica de la cultura anarquista al papel de los medios de comunicación tanto en la modelación de nuestras vidas, la supresión de la comunidad o como defensores del orden existente parece desaparecer con su continuación que son las redes sociales. En sus inicios muchos izquierdistas y anarquistas vieron una oportunidad en internet, como  un acceso popular y democrático a la información , han pasado 30 años de aquel sueño que hoy algunos siguen viendo con una venda en los ojos, incapaces de comprender que Internet garantiza el dominio político , económico y cultural del poder.

 Semejante infraestructura tecnológica  sólo obedece a los intereses del dominio. Es someterse al crecimiento cuantitativo dejando de lado el cualitativo, lo cual nos lleva al pensamiento científico de la eficacia, la optimización y la eficiencia, nos lleva al abismo .Cuando aquellos revolucionarios amantes de lo cuantitativo insisten en su uso como forma de lucha olvidan ,como bien describió Marshall McLuhan , que “ el mensaje es el medio”, en este caso que en las redes sólo puedan circular mensaje efímeros, superficiales, inmediatistas, de la más sencilla elaboración, supone que los programas potencialmente radicales se diluyan o domestiquen, sobre todo aquellos que no generan unos resultados inmediatos o los que puedan requerir de un compromiso a largo plazo.

Para nosotros no hay sujetos revolucionarios en las redes sociales, es un disparate perseguir un cambio sistémico valiéndonos de aparatos que garantiza la sumisión a las normas y a lo que viene impuesto por la dominación…al mismo tiempo que desmoviliza a golpe de like, virtualiza las luchas y hace olvidar que no hace tanto tiempo las calles ardían sin la necesidad de estos medios. Hoy las calles no arden, entre otras cosas por la digitalización y la desmovilización que esta supone. Las calles vacias dan lugar a la desaparición de esos lugares donde encontrar al otro, diálogos reales, donde la solidaridad, la afinidad y la empatía con los otros nos permitan proyectar la revuelta.

Autoritarixs en los movimientos antiautoritarios

Muchas críticas a la ciencia obedecen a que está al servicio del capitalismo, démosle la vuelta la ciencia, más bién la tecno ciencia, es quién desde sus inicios dio forma al capitalismo. La ciencia como ideología y modeladora del mundo da forma a la sociedad y al mundo que habitamos.  Hoy muchos de los movimientos revolucionarios están ampliamente modelados por los métodos cientificos y pocos son  los que consiguen deshacerse de ellos.  Los anarquistas siempre hemos respetado las individualidades y cada una de las subjetividades que las conforman, es una base del anarquismo ver a los individuos no como una masa uniforme, sino con cada una de sus peculiaridades. La Ciencia fragmenta la naturaleza y al ser humano, pretende uniformizarlos, conceptualizarlos y homogeneizarlos. 

Así vemos como en los últimos años se está introduciendo dentro del anarquismo ciertas corrientes autoritarias, que bajo estas premisas científicas pretenden fragmentar el anarquismo. Vemos como ciertos grupos autoritarios(1) se agrupan bajo diferentes etiquetas como “queer”, “contra los privilegios” “veganismo” “capacitismo”….encuentran en los círculos libertarios y antiautoritarios un lugar ideal para tomar el poder e imponer su voluntad, a través de la agresión física y verbal, como hemos visto en diferentes ocasiones. Con estas personas autoritarias que bajo el disfraz de una ideología “amable” es imposible, el debate, profundizar en ciertos aspectos e incluso hacerles cualquier crítica, porque rápidamente serás expulsado de su “gran hermano”.  Pretender fragmentar a la población categorizando a la población en base a sus privilegios o capacidades , culpabilizando a la otra parte de capacitista o privilegiado. Darle a esto  un discurso rebelde no es más que una pantomima que no tiene ningún sentido revolucionario. El anarquismo mediante el apoyo mutuo y la solidaridad solventa los problemas de capacidades o privilegios sin la necesidad de establecer categorías sociales, convertir a parte de la población en victimas es parte del discurso capitalista absorbido por aquellos que dicen enfrentarse a él. Volver a mirar de frente al enemigo, mirar sin miedo al abismo abre posibilidades de insurrección, crear categorías y fragmentar  al movimiento revolucionario sólo permite perpetuar lo existente. Así vemos como cada vez el pensamiento en los movimientos anarquistas queda cada vez más encorsetado y homogeneizado, con pocas posibilidades de hacer una crítica al pensamiento único anarquista que se está extendiendo como la pólvora.  La anarquía aquí sirve como vehículo para la tiranía. Es demasiado fácil culpar a un ambiente lleno de escrúpulos y paralizado por la ansiedad ante la idea de prohibir o imponer algo, haciéndose pasar por “víctimas”, “representantes de los dominados”, “oprimidos”, “discriminados” de las minorías. En el fondo, estos activistas, apoyados y celebrados por las universidades, las editoriales, el mundo del espectáculo y los medios de comunicación, son los agentes ideológicos de la tecnocracia transhumanista empeñados en destruir todas las formas de defensa de una humanidad libre en una naturaleza salvaje.

 Estos discursos se apoyan en pensamientos superficiales que no aceptan la crítica y rápidamente acuden al autoritariamente al insulto o la descalificación. Compartiendo gran parte del discurso de la dominación hoy: si dices que los bloqueadores hormonales son nocivos, que la emergencia sanitaria del Covid 19 fue creada en los despachos de la tecnocracia, que el cambio climático no es producido por el dióxido de carbono rápidamente te conviertes en negacionista , amigo de Miguel Bose y transfobo. Y se acabó el debate porque estos movimientos no quieren escuchar simplemente pretenden que aceptes sus dogmas. Mientras “el truco más ingenioso del sistema” toma forma y la dominación se ríe de nosotros. Es necesario salir de estos dogmas izquierdistas para crear un movimiento revolucionario fuerte y construir las posibilidades de insurrección.

Hacia la sociedad transhumanista

Comprender los cambios culturales, sociológicos, sanitarios, ecológicos, políticos etc. que se están produciendo en el seno del nuevo mundo que las élites están creando en los despachos y laboratorios de la tecnocracia es necesario para cualquier proyecto revolucionario. Proyectarse no es otra cosa que analizar la realidad para después actuar sobre ella para sabotearla de tal manera que nos lleve a la insurrección y a la revuelta, sin un análisis certero y conciso las posibilidades de la propagación de la revuelta se vuelven escasos y cuando se logra se convierte en algo efímero y superficial engañando nuestra percepción de lo que está pasando. 

Aquí nos referimos a la 4º revolución industrial en la cual nos encontramos y que como proceso disruptivo está provocando una gran transformación en todas las dimensiones de nuestras vidas, esta 4º revolución industrial que conlleva la digitalización, robotización y automatización de una inmensa cantidad de actividades, siendo el objetivo final es el Metaverso y que nuestras vidas sean totalmente virtuales.

Comprender el advenimiento de una cada vez más cercana sociedad transhumanista, del cambio ontológico que supone  la hibridación del hombre con la máquina, es necesario para cualquier individuo o movimiento  revolucionario para poder enfrentarse  a esta nueva sociedad tecno totalitaria.

Un mundo totalitario que, una vez dominada y artificializada la naturaleza, ha puesto a nuestros cuerpos como nuevo objetivo a ser tecnificado, moldeado, manipulado e hibridado con la máquina. Se está produciendo un cambio ontológico, la llegada del ser biotecnológico. Que nos hace cuestionarnos conceptos, establecidos durante siglos, como humanidad. Las biotecnologías y las tecnologías de la información son herramientas que construyen hoy el cuerpo humano y en el que provocan profundos cambios dando lugar al individuo modificado, al ser humano transhumanista alienado y esclavo de la máquina. Desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días se han dado lugar una serie de hechos: desde el descubrimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick, el Proyecto Genoma Humano o las creación de bacterias artificiales que pocas o ninguna crítica revolucionaria han tenido y que sin embargo han sido imprescindibles para llegar a este punto, donde nunca los cuerpos fueron tan manipulables como ahora.

El objetivo de la tecnocracia es convertir  todo lo que habita el mundo, orgánico e inorgánico, natural y artificial, en mera información.  Nos convertiremos en objetos cuantificables en lugar de seres subjetivos, únicos e irrepetibles. Todo lo existente en el mundo gracias al Internet de las Cosas y las personas transmitirá continuamente información siendo por lo tanto seres controlados, al igual que el resto de animales y objetos sobre la tierra.  La informatización del todo es el gran sueño de la tecnocracia. Lo existente controlado en tiempo real gracias a las nuevas redes 5G y 6G desde las semillas patentadas por la agroindustria hasta el interior de nuestro cuerpo gracias a la nano y biotecnologías todo queda en mano de la tecnocracia. Que hacemos, lo que amamos, lo que deseamos, lo que odiamos, a donde vamos, con quién estamos, nuestro sueños, nuestras pulsaciones, nuestras conversaciones…..la calidad del aire, las calidad de las arboles, la necesidad de nutrientes de la tierra, la geolocalización del todo…toda información capaz de moldearnos y controlarnos. Cuando los algoritmos gobiernan su mundo inteligente, su mundo ´smart´ no queda lugar para la libertad.

El transhumanismo pretende estandarizar y homogeneizar la existencia, convertirnos en seres-máquina, llegar a la inmortalidad, el interfaz cerebro máquina para que abandonemos nuestros ineficaces e inútiles cuerpos….es decir, dejemos de ser humanos…pero cuidado que viene la extrema derecha.. Gracias a la tecnología ya sea virtual o genética las personas adquieren un nuevo estatus ontológico, les hace ir más allá de su condición de organismo porque son posibles las modificaciones genéticas y porque la realidad puede modificarse mediante la tecnología informática creando mundos virtuales.

La cuestión es la construcción de un ser humano adaptado a la máquina, se trata para los transhumanistas de rediseñar la condición humana, empezando por deshacerse de sus partes biológicas que serán modificadas o mecanizadas, deshacerse del cuerpo como algo que tiene límites. Supone la instrumentalización del sujeto por la técnica y la dependencia a la misma, suponiendo una total falta de autonomía y libertad. Por la Anarquia.

  • Aquí no queremos indicar que todos los individuos que forman estos grupos tengan actitudes autoritarias, nos referimos a actitudes de algunas de estas individuos que se repiten en diferentes países y espacios.

                                                                                                    LOSCHIMPANCES DEL FUTURO

                                                                                                       MadRIP, octubre 2023

Contra el despotismo de la velocidad. Un mito autoritario

No hace falta haber leído al fascista Marinetti para comprender que la velocidad es un mito autoritario, que siempre ha ido acompañado del culto gemelo a la guerra y al progreso técnico. Si bien las decisiones conscientes y compartidas requieren de tiempos lentos y tortuosos de discusión, el decisionismo del “no hay tiempo” y del “apúrate” es un arma de los poderosos.

Si la esencia de la orden es obtener una “obediencia rápida, automática y esquemática” (Max Weber), la reducción del tiempo entre la orden dada y su ejecución sólo puede fortalecer la dominación, socavando directamente y proporcionalmente el pensamiento crítico. Por lo tanto, no sorprende que la Emergencia, alimentada hoy por continuas inyecciones de miedo y catastrofismo, se haya convertido en la táctica favorita del poder. Sacudido por profundas contradicciones, con “mercados” repletos de capitales ficticios siempre al borde de la implosión, el sistema capitalista se ve ahora obligado a convertir incesantemente recursos de todo tipo -naturales, sociales, humanos…- en valores bursátiles. Si una gran parte de ellos son ahora “puro vapor de agua” (dinero aún no acumulado, pero que se espera obtener en el futuro…), esto no significa que sus efectos sobre la vida de las personas y el planeta no sean terriblemente concreto.

Sin ir muy lejos, tenemos aquí un ejemplo: las obras de TAV que actualmente están devastando Trentino entre la zona norte de Trento y la ciudad de Mattarello; con los proyectos de la llamada carretera de circunvalación ferroviaria – una “carretera de circunvalación” entre las casas y la muy transitada arteria del Brennero, así como en los terrenos envenenados por las fábricas abandonadas de SLOI y Carbochimica – y la llamada circunvalación – el túnel de 12 kilómetros previsto en el interior de la montaña de Marzola.
Acelerador de emergencia

Para entender cómo se articulan capitalismo financiero, las tácticas de emergencia, la devastación y la expropiación de tierras, demos un paso atrás. El proyecto europeo del TAV se define acertadamente como “estratégico”: es, de hecho, una intervención capitalista que -al menos potencialmente- determina muchas otras. Su realización parcial en Italia ha provocado, en primer lugar, el aumento de las tarifas ferroviarias y la cancelación de muchos trenes regionales; después, desencadenó el proyecto “Grandi Stazioni”; que, a su vez, fue la fuerza motriz del sistema de coche compartido Frecciarossa-ENI; que, a su vez, es un paso en la dirección de la ciudad inteligente y el robo electrónico de datos (por no hablar de la función bélica de los corredores del TAV, incluidos en el Plan Europeo de Movilidad Militar, con el tristemente célebre Corredor 5 de Lisboa a… Kiev). Pero aunque muchas infraestructuras del TAV sigan siendo catedrales en el desierto, ya constituyen activos para obtener beneficios financieros, como dinero que llueve a los bolsillos de los constructores y, al mismo tiempo, promesas de dinero por venir. En resumen, se trata de un juego en el que la patronal -a menos que sea detenida por la variable independiente de las luchas- siempre gana.

Aquí es donde entra en juego la táctica de la Emergencia, ante todo como acelerador. La Operación Covid de los últimos años no sólo ha acelerado (y enormemente) la carrera internacional por la supremacía tecnológica -con la experimentación biotecnológica masiva, el robo de datos a través del impulso forzado del uso de la red, la identidad digital, etc.- sino que también ha acelerado todos los procesos de la globalización. También ha impulsado todos los procesos de reestructuración capitalista, dirigiendo hacia los “sectores estratégicos” esa masa de deuda pública que se ha inyectado sin descanso en los “mercados” desde la crisis de 2008. En Italia, esta financiación consiste principalmente en el conocido Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia de 2021, que forma parte del más amplio Plan Next Generation EU. Pues bien, no basta con echar un vistazo rápido al PNRR para comprender cómo todo lo que en él no se refiere a la digitalización acaba en el agujero negro del TAV (véase, en particular, la “Misión 3”: al menos la mitad de los 24.770 millones destinados a la supuesta “movilidad sostenible” son para el tren de alta velocidad, mientras que todo el resto se va en calderilla); pero el proyecto trentino de la llamada “Circonvallazione” fue incluido dentro del mismo PNRR, y acelerado por ese “Decreto de Simplificación” lanzado al mismo tiempo para desbloquear los distintos proyectos. Con el resultado de que, en menos de un año desde el decreto, se adjudicó el contrato al habitual y notorio Webuild (ex-Impregilo, los constructores en masa del grupo FIAT), y en menos de dos se abrieron las obras. Además de los daños, la habitual burla a la democracia participativa (aquella en la que los ciudadanos pueden expresarse sobre todo sin poder oponerse a nada), pero hecha aún más grotesca por los “debates públicos” celebrados durante las vacaciones de Navidad de 2021-2022, a los que sólo se podía acceder mostrando el pase verde…

Las tácticas de la Emergencia han convertido lo inaceptable en incuestionable, sometiendo a toda la población a un continuo y feroz ejercicio de resiliencia. Así hoy como ayer, con el suceso del Covid, la tecnología del m-ARN pasó de los laboratorios a los organismos, hoy, tras la inundación de Romaña (en la que el general Figliuolo fue nombrado comisario de la nueva Emergencia), se autoriza el cultivo de nuevos OGM con fines experimentales (con una modificación el 30 de mayo del “Decreto sequía” de 2022).

Mientras tanto, las mismas figuras que nos han impuesto todo en nombre de la salud pública, ahora quieren envenenar Trentino con tetraetilo de plomo y otros residuos industriales de SLOI y Carbochimica (sin ni siquiera adoptar las pocas medidas cautelares previstas por su propia ley, como reconoce incluso el poder judicial de Trento, que con una mano embarga el subsuelo de los sitios, y con la otra trata de detener a los que tratan de bloquearlos directamente). Los mismos que invocan menos libertad, más control social y más nocividad con la excusa del cambio climático, se disponen ahora a devastar las más de 200 fuentes de agua interceptadas por la variante de Marzola.

La gran hipoteca

La devastación medioambiental y la digitalización son cuestiones interrelacionadas al menos en dos sentidos. La primera es que, sencillamente, la digitalización es en sí misma un desastre medioambiental.

Ya debería ser de sobra conocido que la proliferación de dispositivos digitales requiere cantidades cada vez mayores de materias primas raras, que sólo pueden extraerse mediante procesos devastadores. Del mismo modo que debería ser bien sabido que la enorme cantidad de datos que fluyen a través de estos dispositivos, y que está destinada a aumentar aún más, ya consume una parte significativa de la electricidad producida en todo el mundo, por no hablar de la cantidad de agua necesaria para enfriar los centros de datos, el problema de los residuos electrónicos y la contaminación electromagnética.

Como se ha señalado, a propósito de la inmensa velocidad, todo dispositivo digital “se construye utilizando elementos que tardaron miles de millones de años en formarse en el interior de la Tierra. Desde la perspectiva del tiempo profundo, estamos explotando la historia geológica de la Tierra para satisfacer una fracción de segundo del tiempo tecnológico contemporáneo, construyendo dispositivos […] que a menudo están diseñados para durar sólo unos pocos años” (Kate Crawford, Ni inteligente ni artificial. El lado oscuro de la IA).

Es noticia en las últimas semanas que, como era ampliamente previsible, tanto a nivel europeo como nacional se está produciendo una aceleración en la apertura o reapertura de yacimientos para la extracción de las llamadas “materias primas críticas”, indispensables para la digitalización y la transición ecológica (expresión cada día más digna de la neolengua), con el objetivo, en un contexto de creciente inestabilidad geopolítica, de reducir la dependencia -en particular de China. Sólo en Trentino habría varias decenas de sitios viables.

Frente a la degradación del medio ambiente, para no tener que cuestionar el sistema que la produce, la respuesta es el enésimo salto tecnológico, que prepara para las catástrofes venideras – convergiendo con biotecnologías que pretenden adaptar lo vivo a condiciones cada vez más insostenibles, al tiempo que nos hacen cada vez más radicalmente dependientes y aniquilan cualquier autonomía posible.

Por otra parte, la digitalización debe verse como una contrarrevolución predictiva de la posibilidad misma de combatirla, la devastación medioambiental (y de otro tipo), al menos en formas no autorizadas, es decir, puramente simbólicas y completamente inofensivas. Y no se trata sólo de un uso represivo en sentido estricto (drones, cámaras inteligentes, seguimiento cada vez más omnipresente…).

La imposición, en los últimos años, de un certificado digital de obediencia para poder circular e incluso trabajar debería habernos enseñado algo: se está preparando una infraestructura para registrar y evaluar todos los comportamientos de la forma más automática posible, y modular en consecuencia el acceso a los servicios, excluyendo a todos aquellos que no puedan o no quieran moverse al ritmo impuesto. Equipa técnicamente una lógica de “recompensa” que hace tiempo que se ha abierto camino y se extiende como un reguero de pólvora a todos los sectores de la sociedad.

Reconocer -y atacar- como engranajes de una misma máquina los distintos sistemas que trabajan en esta dirección -desde los que analizan nuestros comportamientos para dar al mercado la posibilidad de anticiparse a ellos con la oferta adecuada en el momento oportuno, hasta la progresiva imposición de los pagos electrónicos y trazables, pasando por la llamada identidad digital-, es vital si no queremos hipotecar también en el futuro la posibilidad de luchar contra las obras dañinas a gran escala.

A toro pasado

El pasado mes de marzo, Trentino fue seleccionado por la Comisión Europea para participar en las “Jornadas Europeas de la Innovación” en Silicon Valley, como territorio virtuoso en el ámbito de la investigación tecnoindustrial. Aunque no es la única realidad que se distingue en el desarrollo de nuevas tecnologías, a menudo desempeña el papel de pionero y enlace entre la investigación y las empresas. Del mismo modo que el valle californiano del silicio representa el emblema de un mundo en proyecto en el que el ser humano, desprovisto ya de toda facultad que lo hace tal, puede ser sustituido por máquinas cada vez más potentes que lo vuelven obsoleto, el Trentino emerge también como zona de desarrollo de las llamadas tecnologías convergentes. Las importantes inversiones públicas y la colaboración entre el Cibio (Departamento de Biología Celular, Computacional e Integrada) y el CiMec (Centro Interdepartamental para la Mente y el Cerebro) de la Universidad de Trento, la Fundación Bruno Kessler y la Fundación Edmund Mach permiten combinar nanotecnología, biotecnología y biología sintética, ciencia cognitiva y neurociencia, sistemas informáticos e inteligencia artificial. Un tejido que construye segmento a segmento el dominio tecnológico del futuro; una caja de herramientas que ya está lista para ser utilizada.

La exhumación de mamuts a partir de elefantes modificados genéticamente para preservar el hábitat de la tundra siberiana, la producción de animales creados exclusivamente como reservorios de órganos para el ser humano, la selección de micromascotas (animales de compañía en miniatura) modificadas genéticamente, la aplicación de la técnica gene drive que interviene a nivel hereditario aumentando la posibilidad de transmitir determinados rasgos genéticos a las generaciones siguientes: éstas son sólo algunas de las aplicaciones de la nueva técnica CRISPR-Cas9 (el método de las “tijeras moleculares” que corta y cose el ADN).

Los ejemplos citados son los descritos por una engreída Anna Cereseto, jefa de grupo del Cibio, que alaba las maravillas de CRISPR-Cas9 en sus conferencias. Estos científicos evocan lo que dijo el físico nuclear Enrico Fermi en 1945, tras la Prueba Trinity, la primera prueba atómica realizada en el desierto de Nuevo México: “¡Déjenme en paz con sus problemas de conciencia, es una física tan bella!”. El descubrimiento de CRISPR-Cas9 es una auténtica “revolución” y ningún científico quiere sustraerse a su uso. Al igual que la llegada de la era atómica cambió irreversiblemente el curso de la sociedad humana al dar a sus dirigentes la posibilidad material de acabar con la vida en la Tierra, la biotecnología permite ahora modificar todas las bases genéticas de los seres vivos.

La investigación en el Cibio de Trento también se ocupa de estudios en el campo médico (como las terapias génicas), pero es precisamente desde estos ámbitos donde la tecnociencia se expande hacia aplicaciones para la “mejora” del ser humano hacia un posthumano perfecto e invulnerable. Y si algunos de estos científicos dicen que la “discusión de las implicaciones éticas” debe preocupar sólo a los iniciados, es indicativo de que la apelación a la sociedad llega cuando el juego ya ha terminado. Mientras tanto, en las salas del Cybium se avanza en la síntesis de nuevas formas de vida completamente artificiales y se estudia la comida del futuro creada en laboratorio.

Para los investigadores, las plantas son otra frontera por conquistar. A nivel local, la FMACH desempeña un papel destacado en el campo de la agricultura y, en especial, de la genética agrícola. Tras años de investigación básica en la secuenciación genética de las plantas frutales y no frutales más importantes (vid, manzana, fresa e incluso la mosca de la fruta), se ha logrado la actividad más esperada por los genetistas, a saber, la posibilidad de aplicar una especie de terapia génica también a las plantas. CRISPR-Cas9 es la herramienta indispensable para fabricar manzanos resistentes a la sarna y vides resistentes a la peronospera modificando su ADN. El objetivo es responder a los problemas de propagación de los monocultivos modificados genéticamente. Además, el cultivo a campo abierto, aunque sólo sea de forma experimental, de los nuevos OMG (llamados eufemísticamente Técnicas de Evolución Asistida) representa un paso más hacia la privatización de lo vivo. Y no sólo eso. En el futuro, cultivar o no plantas genéticamente modificadas no será una elección libre, sino una decisión obligatoria para permanecer en el mercado; y la dependencia de los agricultores de instituciones de investigación como la Fundación Mach será cada vez más inevitable.

La aplicación de la robótica y la tecnología de sensores en el campo es un paso más hacia la agricultura 4.0, la agricultura sin agricultores. En este ámbito, la Fundación Bruno Kessler desarrolla numerosos proyectos en Trentino. Se trata de un centro de investigación de la provincia de Trento que destaca en innumerables campos, desde la nanotecnología a la inteligencia artificial, y que también desempeña un papel importante en la transformación radical de la ciudad de Trento hacia un modelo de ciudad inteligente. Con los proyectos europeos MARVEL, PROTECTOR y PRECRISIS, para los que la FBK ofrece su experiencia y laboratorios, Trento se está convirtiendo en una ciudad piloto, “un gran laboratorio al aire libre para probar nuevas estrategias de predicción de situaciones peligrosas e intervenir de manera eficaz y oportuna”, es decir, un sistema de cámaras de vídeo “inteligentes” que también pueden recoger material de audio e información de las redes sociales. En lo que se está trabajando es en una sociedad en la que la tecnología se convertirá en el nuevo sistema totalitario: desde los estudios cerebrales del CiMec, que también servirán para predecir nuestro comportamiento y pensamientos, hasta la recopilación de ingentes cantidades de datos para arrojarlos a la inteligencia artificial que los procesará de forma automatizada, útil a su vez en la biología sintética y la modificación genética de los seres vivos. Un entrecruzamiento de tecnologías e intereses que hay que conocer, comprender y contraponer.


Bloquear el TAV, desbloquear la historia

Una propaganda martilleante nos llama a la responsabilidad colectiva frente al “cambio climático antropogénico”. Según los discursos de los tecnócratas disfrazados de ecologistas, de un lado está el clima y del otro el Hombre. En realidad, el ser humano es un “animal político” desde hace al menos 40.000 años. ¿Cómo es que sólo en los dos últimos siglos ha empezado a poner en peligro el ecosistema que necesita para sobrevivir? Para responder a esta pregunta, debemos dejar de lado al Hombre y hablar de la sociedad industrial. La formada por el entrelazamiento del beneficio y el poder técnico es la estructura social más expoliadora que ha producido la larguísima experiencia histórica de los humanos. Y cada remedio que amplía el dominio de la tecnoindustria sobre el mundo acelera nuestra expulsión de él. Cada aceleración del comercio, el transporte, la comunicación y los medios de producción aumenta la necesidad de energía para alimentar esta megamáquina. Cuanto mayor es la distancia entre los lugares de producción y los de consumo, más dependen las comunidades locales de las cadenas logísticas para satisfacer sus necesidades. Cuanto más alto se elevan los satélites para conectar la red mundial de objetos electrónicos, más metales hay que extraer de las entrañas de la tierra. El aislamiento social de los individuos se agrava en la medida exacta en que el entorno se reduce a un gran almacén, a material inerte que hay que descomponer y volver a ensamblar en un laboratorio.

Dado que el TAV representa una especie de equivalente general de las lógicas del capitalismo y de la tecnoindustria – devastar territorios para atravesarlos y extraer valor más rápidamente -, nos parece necesario y posible hacer de la lucha contra el TAV el equivalente general de las luchas contra el despotismo de la velocidad – verdadero motor de la sociedad en la que vivimos.

Si los medios del TAV -impacto sobre los acuíferos, derroche gigantesco de agua para alimentar las cortadoras, contaminantes industriales agitados por las excavaciones, emisiones que alteran el clima para producir cemento, vías, tendidos eléctricos, mayor erosión hidrogeológica de los territorios, fragilización ecológica y pérdida de autosuficiencia alimentaria, etc.- ya son suficientes para impedir su construcción, también debemos rechazar sus fines: una humanidad que se mueve cada vez más rápido para encontrar en todas partes los mismos smartphones, la misma hamburguesa, la misma Coca Cola, los mismos centros comerciales, el mismo desierto hiperconectado. No querríamos un mundo así aunque fuera de “impacto cero”, y mucho menos si tuviéramos que consumir todos los demás mundos posibles para alimentarlo. Porque esa es exactamente la cuestión. La humanidad ha experimentado en su larga historia innumerables formas sociales y políticas (nómadas y sedentarias, con o sin agricultura, con o sin ciudades, con o sin clases, con o sin jerarquías…). En un lapso de tiempo -apenas dos siglos- se ha enredado en un sistema tecnológico que ahora pone en peligro su supervivencia y la de tantas otras formas de vida en el planeta. Bloquear el TAV -y mientras tanto debatir también sobre agricultura 4.0, transgénicos, digitalización, cámaras de reconocimiento facial, ciudades inteligentes…- puede ser una forma de romper con el aprisionamiento tecnológico del mundo y empezar a organizarnos de otra manera. En definitiva, una forma de desbloquear la historia. Una historia que comienza con la constatación de que sin una “obediencia lista, automática y esquemática” por nuestra parte, la clase dominante puede imponernos muy poco. Una historia que ya se abre en la medida en que discutimos, tomamos decisiones, actuamos y luchamos de forma autónoma y horizontal. Una historia que, al intentar cambiar el orden social, lo primero que hace es cambiar la experiencia del tiempo.

Ganar tiempo es una falsa promesa, porque lo que estamos perdiendo es nuestra vida. “El tiempo es básicamente un instrumento de medición sin valor, porque sólo toca las paredes exteriores de mi vida” (Stig Dagerman).

Rovereto, septiembre de 2022
Collettivo Terra e Libertà

Más allá de la ideología queer: una perspectiva feminista sobre los Rencontres de Saint-Imier

Complemento crítico del texto de Tomjo “Mis vacaciones en Saint-Imier con los agresores benévolos”

Si compartimos la crítica a la ideología queer[1] y el autoritarismo que lo acompaña, si nos ponemos de acuerdo en una perspectiva verdaderamente anarquista, antiteísta y radical, hay puntos en los que me encuentro en desacuerdo con activistas anarquistas, decrecimientoistas o ecologistas que adoptan posturas de viejos idiotas.

Los lamentables acontecimientos ocurridos durante las reuniones de Saint-Imier de julio de 2023, descritos por Tomjo (y mal reescritos por algunos miembros de la organización)[2]) fueron al menos una oportunidad para emitir una crítica anarquista del pensamiento queer. Sin embargo, el texto de Tomjo me parece incorrecto en varios aspectos. Por lo tanto, me gustaría aprovechar esta oportunidad para comentar un discurso típico de ciertos círculos anarquistas contemporáneos.

Este verano, también estuve en Saint-Imier y, a decir verdad, lo disfruté mucho: el lugar, el programa, las veladas alegres, los encuentros. Un bonito pueblo enclavado en la verde Suiza, atravesado por miles de anarquistas de muchos países, que van a los talleres, charlan y se saludan, ya es bastante fuera de lo común; El simple hecho de romper el sentimiento de soledad de los activistas que a veces están aislados, de reunir a activistas ucranianos, bielorrusos, palestinos, me parece que justifica la organización de tales eventos. La gestión de los bienes comunes me pareció que funcionaba bien: una logística bien establecida, un camping autoguiado bien mantenido, baños limpios, información bastante clara, una cocina sabrosa a un precio gratuito para alimentar a miles de personas y, sobre todo, un vasto programa de cinco días que iba desde proyecciones de activistas hasta talleres prácticos y conferencias más académicas.

Aunque es lamentable que la invitación de PMO haya sido rechazada[3] Incluso antes de que se propusieran, muchos de los “talleres” presentados eran genuinamente anarquistas, ecologistas, abiertamente críticos con la tecnología o la industria. Fue en torno a estos talleres que pude conocer a personas curiosas, matizadas y radicales. Tal vez habían venido como turistas, se habían educado con podcasts y no tenían un doctorado en anarquismo, como parece lamentar Tomjo, pero para venir a Suiza desde el norte de Alemania, el sur de Francia, España, Colombia, etc., algo sobre los principios anarquistas debe haberlos entusiasmado. Y contrariamente a lo que podría haber sugerido el folclore de los encuentros ostensiblemente queer, se intercambiaron palabras ecológicas y feministas radicales; Al margen de las presentaciones públicas tuvieron lugar discusiones sobre la subsistencia, sobre la acción, sobre los posibles modos de organización después del colapso de nuestra civilización tecnocapitalista. Así que no sólo había “cabrones” (!) que también son perfectamente legítimos al cuestionar la representación de los grupos sociales minoritarios dentro del pensamiento anarquista.

Aquí es donde el relato de Tomjo refleja lo que no me gusta de los márgenes radicales de la ecología y el anarquismo franceses: un supuesto rechazo a aprehender el conocimiento como situado, de lo que se deriva una falta de delicadeza en el análisis de las nuevas configuraciones de las luchas. El concepto de “conocimiento situado” no es sólo una ilusión inútil que emana de las universidades posmodernas. Nos permite profundizar nuestra reflexión superando los sesgos ligados a nuestras posiciones sociales, para hacerla más completa, en particular dejando de considerar al hombre (el blanco, el sano, el hetero, etc.) como el humano por defecto. Esto es lo problemático en el texto de Tomjo: al negarse, aparentemente, a considerar las opresiones sufridas por grupos sociales a los que no pertenece, borra partes esenciales del anarquismo, incluida la lucha feminista.

Es lamentable, por ejemplo, que su crítica al queerismo no vaya acompañada de una reflexión feminista, ya que la negación de la realidad y la importancia desproporcionada que se le da al discurso en esta teoría operan en primer lugar en detrimento de las mujeres, que han pagado concretamente el precio durante los encuentros. Tomjo podría, si hubiera estado interesado, haber hablado de la ausencia de talleres feministas radicales, de la escasez de libros feministas en la feria del libro ante la abundancia de publicaciones pro-ideología de género y pro-prostitución (¿anarquista, explotación sexual de las mujeres?); la falta de organización para la recepción de los niños (que, por supuesto, eran atendidos por mujeres), o la falta de baños y duchas reservados para las mujeres. De hecho, en Saint-Imier, los lugares donde necesitamos intimidad ahora se dividen en mixtos (léase: hombres) y FLINTA / queer, un enésimo acrónimo donde mujeres, lesbianas (ah, ¿no están ya incluidas en “mujeres”?), intersexuales, no binarias, trans y agénero están apiñadas. Por ejemplo, una madre me dijo que las mujeres podían encontrarse frente a pollas, queer por supuesto, en cualquier momento mientras se duchaban (en lugares no cerrados, no eran cubículos individuales).

También comparto la observación de Tomjo y sus amigos sobre la omnipresencia del “pensamiento correcto” queer en el festival antiautoritario, que impuso un hilo conductor del que parecía inapropiado desviarse. Las fiestas, las comidas, las reuniones, los dormitorios y los campamentos, además de las áreas sanitarias, se dividieron binariamente en queer/resto del mundo, y todos los lugares de recepción exhibieron banderas, lemas y pegatinas unánimemente a favor del transactivismo y el queerismo. Como si esta lucha constituyera la lucha última, como si fuera legítimo dar prioridad, en lo físico, en los medios de comunicación y, más en general, en el pensamiento contemporáneo, a las reivindicaciones (cuestionables) de un solo grupo social sobre las luchas de todos los demás pueblos oprimidos.

Todo esto daba la impresión de que sólo se toleraba el pensamiento liberal y queer. Al menos, tal contexto no alentó la discusión de ciertos temas en público durante los talleres (críticas a la gestación subrogada, prostitución/pornografía, ideología de identidad de género, críticas exageradas a la tecnología, la civilización o las políticas de identidad), lo que inevitablemente habría requerido todo tipo de calificativos -fóbicos o -istas[4]. La culminación de este espíritu de pensamiento único fue el ataque a la tribuna del FA y a sus miembros, el auto de fe espontáneo y la posterior declaración falsa emitida por algunos de los organizadores, citados anteriormente.

Pero este clima desagradable, que va mucho más allá del marco de estos Encuentros Antiautoritarios (como ilustra la lista de cancelaciones y ataques de grupos queer compartida por Tomjo), no debe llevarnos a rechazar el feminismo, el antirracismo, el anticapacitismo, los prejuicios y las reivindicaciones gays, los antiespecistas, etc. Los conceptos sociológicos esgrimidos por los defensores de la teoría queer no son exclusivos de ellos, y algunos de ellos, como la interseccionalidad, la deconstrucción de ciertos patrones de pensamiento, la escucha atenta de las palabras de los grupos marginados, las reflexiones sobre el cuidado, pueden ser muy relevantes. Por supuesto, un análisis radical no se conformará con ellas, podrá reelaborarlas, redefinirlas o incluso deshacerse de ellas si resultan obsoletas, pero al menos puede añadir estas herramientas a su establecimiento metodológico, y hacer justicia al trabajo de las mujeres que las forjaron.

El principio del cuidado lo ilustra bien: la crítica de la benevolencia instituida en la forma de una insidiosa policía del pensamiento es muy acertada. Pero no debería impedirnos comprender las cuestiones del cuidado y la conexión dentro de una comunidad, ni debería borrar el problema de la seguridad de las mujeres en una reunión, incluso anarquista. Podemos desaprobar la forma en que se implementó la atención en equipo durante las reuniones, al tiempo que consideramos que es útil ofrecer lugares de acogida y escucha para las mujeres que son potencialmente víctimas de agresión (como era de esperar, ha habido algunas). También podemos cuestionar la representatividad de los sexos dentro del propio equipo de atención. Sobre todo, no es porque el capitalismo industrial relegue el cuidado al campo del desarrollo personal, o lo utilice como una herramienta adicional de control social, que todo lo que abarca el término debe ser rechazado. Los principios del cuidado pueden ser tenidos en cuenta para desarrollar otras formas de vida, no capitalistas y no patriarcales.

Así, el sexismo latente de la autora de este “diario de vacaciones” brilla en la ausencia total de comentarios feministas, como si ninguna mujer hubiera expresado ninguna reflexión contra la ideología liberal queer. También se puede detectar en casi todas partes del texto: en la arrogancia del tono de quien lo ha visto y entendido todo, pero que muy estúpidamente se niega a incluir a las mujeres en las representaciones lingüísticas; en la escandalizada denuncia de la orden de llevar camiseta en la cocina (en serio, ¿quién quiere meter unos cuantos pelos en el pecho en los platos?); en la forma en que nos ofende el hecho de que nos preocupa el consentimiento en la sexualidad (todavía no estamos en el “derecho a molestar”, pero nos estamos acercando); en el descrédito de traumas y agresiones, sufridos masivamente por las mujeres a causa de los hombres; en desprecio por la cuestión de la dominación adulta, en definitiva, en total desinterés por cuestiones que han sido planteadas y estudiadas por las feministas durante décadas. También en este sentido, desgraciadamente, se sitúa en el digno legado de Proudhon.

El hecho de que un texto que denuncia la agresión queer esté impregnado de desprecio por las luchas que su autor considera secundarias plantea, en mi opinión, un doble problema (aparte de que la autorrepresentación de los chicos anar como antihéroes irreverentes que beben, se ve una y otra vez, podríamos seguir adelante). En primer lugar, como se ha escrito más arriba, los anarquistas abierta o inconscientemente antifeministas, entre ellos Tomjo, pero también, de manera más general, algunos editores de La Décroissance, algunos miembros de la PMO, algunos autores críticos del industrialismo o del progreso, se impiden (o se niegan rotundamente) a tener en cuenta todas las formas de opresión y explotación que dan forma a nuestras sociedades: esto es una vergüenza desde un punto de vista antiautoritario. Porque esta falta de retrospectiva conduce a análisis distorsionados y truncados. En segundo lugar, y esto me parece importante en un momento en que la unidad en la lucha radical contra el “progreso” se hace cada vez más urgente, a través de su desprecio a veces mostrado por las mujeres, los homosexuales, los antiespecistas, estas personas realmente no hacen que personas como yo (es decir, materialmente no como ellos) quieran comprometerse con su lado.

Las feministas radicales se niegan a relegar su lucha a un segundo plano de “luchas reales de tipos reales que hacen historia”, al igual que rechazan la ideología de identidad de género y el liberalismo queer. No creen que los hombres dejarán mágicamente de explotar a las mujeres en una sociedad finalmente libertaria, si no se dignan a escuchar su palabra hoy. Tampoco creen en el advenimiento de una sociedad anarquista y queer, porque estas dos ideologías son fundamentalmente incompatibles.

~ ~ ~

A pesar de estas críticas, nuestros pensamientos políticos son similares en muchos puntos, compartimos, en su mayoría, la misma percepción del mundo y de las luchas que hay que librar. Entonces, para unir en lugar de dividir más, ¿son capaces las generaciones experimentadas de la crítica anarquista de escuchar las posiciones feministas y los reproches de los grupos minoritarios?

¿Podemos imaginar juntos la construcción de un anarquismo radical, internacionalista y antiindustrial, que también abarque las luchas legítimas contra opresiones muy reales, incluso cuando los militantes más audibles no estén directamente sometidos a ellas?

¿Podríamos organizarnos juntos para organizar reuniones anarquistas en las que expliquemos claramente nuestros objetivos políticos comunes? ¿Dónde hablaríamos en apoyo de las mujeres iraníes y de los anarquistas ucranianos, dónde ofreceríamos conferencias históricas sobre los movimientos de la década de 1870, discusiones feministas radicales, así como talleres de “acción”?

Kouzma


  1. Je parlerai de théorie queer pour désigner le système de pensée qui présente le monde comme principalement produit non pas par sa matérialité prise dans des structures sociales et politiques, mais par les discours (sur le genre, sur l’identité, sur la race etc.), discours qu’il suffirait de changer pour dépasser toutes sortes de normes jugées oppressives. La pensée queer, opportunément, refuse de se définir autrement que par le brouillage des normes : sans définition solide, il est plus simple d’échapper à la critique. Toutefois, bien que la nébuleuse queer soit diverse et hétérogène, le qualificatif charrie aujourd’hui un ensemble de revendications desquelles il me semble difficile de le départir (pro-identité de genre et transactivisme, pro-prostitution, pro-porno, pro-BDSM, pro-technologie…), tout-à-fait compatibles avec le capitalisme mortifère, en plus de fonder sa pensée sur une appréhension du monde individualiste, dualiste et postmoderne. Je critique cette théorie et ses partisan.es zélé·es, et non toute personne se réclamant du même qualificatif en dehors d’un cadre politique. 
  2. Comunicado de prensa “RIA 2023: Libros islamófobos, acción directa y evacuación crítica” del 23 de agosto de 2023, disponible aquíhttps://renverse.co/infos-locales/article/ria-2023-livres-islamophobes-action-directe-et-evacuation-de-la-critique-4111 
  3. Lea el comunicado de prensa “Anarquía2023: Sobre las Reuniones Internacionales Antiautoritarias 2023 en St-Imier y las tendencias libertarias, capacitistas, tecnófilas, reaccionarias, ciudadanistas, de la Nueva Era y colapsistas” del 26 de junio de 2023, disponible aquí: https://renverse.co/infos-locales/article/anarchy2023-4077 (Los organizadores de las reuniones produjeron entonces una respuesta matizada a cambiohttps://anarchy2023.org/fr/info/media/response-renverse). 
  4. En el citado comunicado “RIA 2023: Libros islamófobos, acción directa y evasión de la crítica” del 23 de agosto de 2023, el FA, a pesar de ser atacado y no agresivo, es considerado responsable del establecimiento de un “ambiente racista, transfóbico y generalmente queerfóbico”.

¿Ecologia radical financiada por multimillonarios?

En un artículo de opinión publicado en el sitio web de The Guardian el 22 de octubre, la multimillonaria Aileen Getty, heredera de parte de la fortuna petrolera de la familia Getty, defiende su decisión de financiar, a través del Fondo de Emergencia Climática, y entre otros grupos, a los “activistas climáticos” de Just Stop Oil. Aquellos que, recientemente, se pegaron a cuadros famosos y/o los rociaron con sopa (bueno, rociaron sopa sobre el vidrio que los protege).

En particular, escribe: “Creo que la crisis climática ha progresado hasta el punto en que necesitamos tomar medidas disruptivas para tratar de cambiar el rumbo en un planeta que se está volviendo cada vez más inhabitable. Mi apoyo al activismo climático es una declaración de valores de que el activismo disruptivo es el camino más rápido hacia el cambio transformador, y que no nos queda tiempo para otra cosa que no sea una acción climática rápida e integral. »

Y, además, añade: “Tenemos que navegar a través del lío para llegar a la conversación real: necesitamos una transición energética lo más rápido posible. Los gobiernos y las empresas deben detener la expansión de la infraestructura de combustibles fósiles y desarrollar energías limpias. Podemos tener una economía impulsada por combustibles fósiles, o podemos tener una vida próspera en el planeta Tierra. No podemos tener ambas cosas. »

“Desarrollo de energías limpias”. A pesar de lo importante que es, de hecho, poner fin a la explotación de los combustibles fósiles, si se financia a estos grupos de activistas “ecologistas”, es porque no cuestionan los fundamentos del capitalismo, los fundamentos de la catástrofe social y ecológica en curso.

L’écologie radicale selon Libération. Cliquez sur l’image pour lire l’article.

Les groupes qui voudraient s’opposer à la fois aux industries des combustibles fossiles ET aux industries de production d’énergie dite verte, propre, renouvelable ou décarbonée, ainsi qu’aux mines (de lithium et autres) qui vont avec, ne pourraient sans doute pas être financés par les milliardaires.

Cliquez sur l’image pour lire l’article du Monde.

L’organisation 350.org, pour prendre un autre exemple, a aussi été fondée et est financée (entre autres) par l’argent d’une autre famille de milliardaires : les Rockefeller. Chez 350 aussi, le mot d’ordre, c’est, en gros, à bas les fossiles et vive les renouvelables. Les Rockefeller investissent dans les renouvelables. Ce que les milliardaires financent, au travers de ces groupes, c’est au mieux une manière de précipiter une sorte de mutation (« transition ») du capitalisme industriel basé sur les énergies fossiles vers un capitalisme industriel basé sur les centrales hydroélectriques, les centrales éoliennes, photovoltaïques, etc., et le nucléaire.

Aileen Getty a aussi tout intérêt à ce que les gouvernements/les États financent cette mutation, étant donné qu’elle investit par ailleurs, et entre autres, dans la compagnie WasteFuel, qui « met en œuvre des technologies éprouvées pour faire face à l’urgence climatique et révolutionner la mobilité », par exemple en transformant « les déchets municipaux et agricoles en carburants à faible émission de carbone, en gaz naturel renouvelable, et en méthanol vert ».

Il est très important de mettre un terme à l’exploitation des énergies fossiles, de faire fermer les industries fossiles, mais il est tout aussi important de ne pas les remplacer par des industries de production d’énergie impliquant d’autres formes de destructions environnementales, permettant à la mégamachine planétaire que constitue la civilisation industrielle de continuer ses ravages en lui fournissant l’énergie dont elle a besoin.

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Dans un article publié ce jour, intitulé « Mine de lithium en France ? Un casse-tête environnemental », le journaliste de Reporterre évite de prendre position pour ou contre la mine et cite Michel Jarry, Président de France Nature Environnement (FNE) dans la région Auvergne Rhône-Alpes : « “Une mine propre, ça n’a jamais existé et ça n’existera jamais, dit-il à Reporterre. Les risques de pollution des eaux, des sols et de l’air sont réels et ce serait un beau mensonge que de dire le contraire.”

Pour autant, l’écologiste refuse pour l’heure de s’y opposer frontalement : “Peut-on refuser un tel projet, tout en profitant des SUV électriques flambants neufs, pendant que des dizaines d’ouvriers meurent pour les construire à l’autre bout du monde ? Cette position serait insupportable à assumer.” »

On se pince pour y croire. Plutôt que de s’opposer aux dégradations écologiques qu’implique nécessairement cette mine et à l’industrie de la voiture électrique dans sa totalité (et au reste de la société industrielle), nous devrions accepter la mine au motif que mieux vaut détruire la nature et exploiter des êtres humains ici plutôt que de détruire la nature ailleurs et d’exploiter des êtres humains ailleurs ?

Guillaume Pitron está de acuerdo: “Cavar una mina para fabricar baterías de 700 kg que alimentan enormes Audi es absurdo. Por otro lado, si se trata de alimentar pequeños coches compartidos dentro de un pueblo… Así que, ¡sí! »

Hoy, el ecologismo de FNE, 350.org, Just Stop Oil, etc., está por lo tanto en línea con la ambición de los multimillonarios capitalistas (Getty, Rockefeller, etc.) de transitar hacia un capitalismo industrial basado en las llamadas tecnologías y energías verdes o limpias o descarbonizadas (pero que no son, en realidad, ni verdes, ni limpias ni descarbonizadas).

Según informa Médiapart, “más del 90% de los parques eólicos instalados en Francia no respetan su obligación con las especies protegidas”. Francia cuenta ahora con “más de 500.000 instalaciones fotovoltaicas […] conectados a la red de distribución eléctrica gestionada por Enedis en más del 95% del país”. La construcción de estos paneles solares y turbinas eólicas implica daños ecológicos. La instalación de estas plantas de energía solar y eólica implica una degradación ecológica. La energía que producen genera degradación ecológica. No hay nada sostenible ni ecológico en esto. Pero las asociaciones ecologistas, en su mayoría, lo permiten.

Los multimillonarios y los gobiernos no financian a organizaciones que se toman en serio detener la destrucción del mundo.

Nicolás Casaux

contra la biotecnologia, la pma y la eugenesia. Jacques Luzy.

Biotecnología, PMA y eugenesia: una crítica racional
La biotecnología es la manipulación tecnocientífica de los seres vivos, incluidos los humanos. Desde el siglo XIX, las sociedades industriales han justificado la coexistencia del principio de igualdad y la realidad de la desigualdad con un determinismo biológico, para el que las desigualdades sociales son el reflejo de las naturales. De esta ideología surge la eugenesia, es decir, la voluntad de controlar científicamente la reproducción humana, con el fin de favorecer a los “superiors” con respecto al “inferior”. Esta es la verdadera legitimación del PMA, la investigación uterina artificial, la manipulación genética, la clonación, etc. La consecuencia es la profundización de la expropiación industrial de los individuos, no sólo de sus medios de subsistencia, de sus deseos, de sus interacciones sociales, sino también de su propia naturaleza. Sin embargo, la crítica racional de esta ideología choca con una irracionalidad diferente: la de la propaganda tecnocrática, la del determinismo cultural posmoderno y la del fundamentalismo religioso.
Jacques Luzi, académico, miembro de la revista Ecologie & Politique.



El período moderno está marcado por la conciencia de la naturaleza imaginaria de los significados dados a la vida en la Tierra. Esta conciencia puede conducir a la aparición de un nuevo significado o la caída en el nihilismo.
Es, este último, el caso en el que ciertos fines se reducen a medios al servicio de la acumulación ilimitada de recursos. En 1975, Jan Patocka habló de un doble nihilismo…
El nihilismo de aquellos que bloquean los vestigios inconsistentes de significado heredados del pasado y el nihilismo de aquellos que transfunden sin escrúpulos todos los valores bajo el signo de fuerza y poder[1].
Por lo tanto, sólo un significado nuevo y aceptado colectivamente podría establecer límites a los excesos de la sociedad industrial. Oponerse al industrialismo significa, en primer lugar, desencantar el encanto de la imaginación de la fuerza y el poder.
Esta fe es la fuerza movial de la Cuarta Revolución Industrial que, con su combinación de nanotecnología, biotecnología e inteligencia artificial, contiene dos promesas:

  • la superación de la condición humana: el logro de la salud perfecta, un aumento indefinido de la vida útil, un gran aumento de la inteligencia, y así después.
  • la reconstrucción artificial de la naturaleza destruida por las revoluciones industriales anteriores.

Estas promesas corresponden a un “eugenico” positivo, que implica la adquisición completa de la reproducción humana por tecnociencia, con el fin de aumentar el rendimiento humano y crear transhumanos.
Detrás de estas promesas se encuentra la alianza entre el conocimiento (tecno científico), el poder (estado) y los activos (capitales) subyacentes al desarrollo de la biotecnología, que está llevando a:

  • la mercantilización de los vivos (genes, gametos, células, tejidos, órganos) y reproducción humana: se estima que el mercado de la fertilidad valdrá 78.200 millones de dólares en 2025, junto con el aumento de la infertilidad, especialmente masculino;
  • la aceleración de la carrera tecnológica militar, con el desarrollo de armas bioquímicas, es decir, organismos vivos cuya capacidad infecciosa, virulencia, toxicidad, etc. han aumentado artificialmente, sin preocuparse por los riesgos para la salud.
  • las imágenes del control tecnocrático, expresadas por el físico transhumanista Richard Seed:

Dios ha destinado al hombre a ser uno con Dios. Nos convertiremos en uno con Dios. Nos convertiremos en todo-sinteos y todopoderosos como Dios. Clonar y reprogramar el ADN son el primer paso serio para convertirse en uno con Dios[4].
Tecno-dei son también los que trabajan en la producción industrial de niños a medida. La investigación que acompaña la procreación asistida médicamente es la siguiente:

  • cuidados cada vez más tempranos de bebés prematuros y períodos de gestación más largos en un útero artificial (actualmente en la etapa de cordero);
  • producción de gametos a partir de células epidérdicas (etapa de tomo);
  • Diagnóstico preimplantacional y manipulación genética (sobre los seres humanos);
  • Cloning (la fase del mono, la fase de ovejas se había alcanzado en 1996).

La culminación de esta investigación será la capacidad tecnológica para diseñar plenamente la fecundación, la gestación y el nacimiento.
Esta ambición debe verse en el contexto de la historia de la eugenesia, que surgió en el siglo XIX con Charles Darwin y su sobrino Francis Galton. Esta representación mecánica de la vida, a pesar de sus debilidades teóricas, fue desarrollada por la biología molecular, condujo a aplicaciones industriales y tuvo implicaciones ideológicas.
En Francia, las debilidades teóricas fueron destacadas, por ejemplo, por André Pichot, quien habló de bricolage .[5]
En cuanto a las aplicaciones… en una carta abierta publicada recientemente en Time, Eliezer Yudkowsky, fundador del Machine Intelligence Research Institute (Berkeley), pide prohibir la inteligencia artificial, a menos que incurra en el riesgo incalculable de un bio-error que ponga en riesgo la supervivencia de la humanidad:
La inteligencia artificial no permanecerá confinada a computadoras por mucho tiempo. En el mundo actual, es posible enviar por correo electrónico fragmentos de ADN a laboratorios que producen proteínas bajo demanda, permitiendo que la inteligencia artificial inicialmente confinada a Internet cree formas de vida artificiales o para cambiar directamente a la producción molecular posbiológica. … …
Si alguien construye IA demasiado poderosa, bajo las condiciones actuales, espero que todos los miembros de la especie humana y toda la vida biológica en la Tierra muera poco después[6].
En cuanto a la política, sin embargo, la concepción neo-darwiniana de la vida transmite las siguientes ideas:

  • Las capacidades intelectuales, las disposiciones morales y los rasgos de personalidad son una herencia puramente biológica.
  • en ausencia de la selección natural, individuos estúpidos, perezosos, imprudentes e improductivos reproducen más que los inteligentes, laboriosos y miope, causando degeneración social y penalizando la eritócracia social;
  • Para evitar esta degeneración, la reproducción humana debe organizarse científicamente, al igual que los criadores organizan la reproducción de plantas y ganado.

En Francia, estas ideas son difundidas por el transhumanista Laurent Alexandre. En Estados Unidos, el bioético Jonathan Anomaly cree que…
…a medida que la ingeniería genética se vuelve segura y asequible, se deben eliminar las barreras al acceso a mejoras genéticas socialmente útiles.
Este determinismo biológico está presente en las diversas facciones del partido de los tecnólogos, es decir:

  • eugenesia liberal, que justifica la selección de embriones en un marco utilitario. Al mismo tiempo, alienta la eugenesia negativa practicada en algunos países del Sur, donde las mujeres más pobres se ven obligadas a someterse a esterilización;
  • el racismo de extrema derecha, que utiliza fácilmente la analogía biológica para legitimar la superioridad de la raza blanca y la defensa de su biotope contra especies [humanas] invasoras[8];
  • pos-modernismo, que ve en la reprogramación biológica una oportunidad lúdica para convertirse en parte del industrialismo en la forma de “simula” y “intencionando rendimiento”, o de participar en lo peor fingiendo disputarlo (y concebir la libertad sólo en el contexto de los sistemas tecnológicos).[9]

Estos componentes ideológicos del industrialismo olvidan el significado político del nacimiento espontáneo e impredecible, que es la fuente de la libertad humana y la indeterminación de su historia. Detener la historia siempre ha sido una fantasía de poder absoluto.
Por esta razón, ya en 1951, Hannah Arendt observó que el totalitarismo tiene la tarea de eliminar no sólo la libertad … sino también la fuente misma de libertad que el hecho de nacer confiere al hombre y que radica en su capacidad de ser un nuevo comienzo.[10] Reproducir artificialmente seres humanos equivale a neutralizar estos nuevos comienzos.
Sin embargo, es un deseo de prohibir estas prácticas que ahora se considera intolerable. La mega-máquina militar-industrial es completamente permisiva cuando se trata de un progreso tecno-científico, y utiliza este progreso para enjaular a las poblaciones en su funcionamiento automatizado, un poco más a cualquier desastre que produzca. El reciclaje de las tecnologías militares por parte de la policía incluye satélites de alta tecnología, drones, cámaras de la empresa, chips RFID, nanosensores, identificadores biométricos, procesamiento de datos, etc.
En 1934, la filósofa libertaria francesa Simone Weil escribió:
Debemos tener cuidado de distinguir entre la opresión y la subordinación de los capos individuales a un orden social. Mientras exista una sociedad, limitará la vida de los individuos dentro de límites muy estrechos e impondrá sus reglas a ellos; pero esta inevitable compulsión merece ser llamada opresión sólo en la medida en que, provocando una separación entre los que la ejercen y los que la sufren, sitúa a esta última a discreción de los primeros[11].
La libertad no consiste en hacer todo lo que es tecnológicamente posible, sino en decidir colectivamente qué técnicas son necesarias para la vida que queremos llevar, con respeto por nosotros mismos y por la naturaleza.
La pregunta no es si las reglas existen, sino: quién las dicta y impone, por qué medios y con qué propósito? Las iglesias, tecnocracias, inteligencia artificial, o miembros soberanos de los pueblos humanos?
Esta soberanía sólo puede fundarse en una educación cultural y política para la autonomía, es decir, a la autolimitación democráticamente establecida de la voluntad al poder. Promover, contra el nihilismo tecnológico, una diversidad de existencias que trascienden la finitud corporal y terrenal en solidaridad y alegría de la vida.


[1] J. Patocka, Essais hérétiques sur la philosophie de l’histoire, Verdier, Lagrasse (1999[1975]), pp. 79, 97 y 100.

[2] businessinsider.com/pronatalism-elon-musk-simone-malcolm-collins-underpopulation-brepopeding-tech-2022-11.

[3] infogm.org/Armes-biologiques-potenciaites.

[4] R. Semilla (1998), citada por D. F. Noble, The Religion of Technology, Penguin, New York (1999), p. vii.

[5] A. Pichot, “La génétique est une science sans objet”, Esprit, No. 284, mayo 2002, pp. 102-131.

[6] E. E. Yudkowsky, Pausing AI Developments Isnát Basta. Necesitamos cerrarlo”, Hora, 29 de marzo de 2023, time.com.

[7] J. Anomalía, desafiando la eugenesia. Desde la elección críptica hasta la selección consciente, Monash Bioethic Review, No. 35, 2018, pp. 24-35.

[8] H. Juvin, citado por G. d’Allens, .Enquete sur l-écofascisme : comment on the extrome-droite veut récupérer léécologieá, 1 de febrero de 2022, reporterre.net.

[9] Por ejemplo: D. Haraway, Le manifestoe cyborg et autres le manifeste, Exils éditeur, París (2007[1984]) (Manifiesto cyborg, Feltrinelli, Milán, 2018).

[10] H. Arendt, Les Origines du totaltarisme. Le systúme totaltaire, Seuil, París (1972[1951]), pp. 291 & 312 (Los orígenes del totalitarismo, Einaudi, Turín, 2018).

[11] S. Weil, Réflexions sur les causes de la liberté et de l’oppression sociale, Gallimard, París (1955[1934]), p. 39 (Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión sociales, Adelphi, Milán, 2015).

«Habrá personas implantadas, hibridadas y mejoradas serán quienes dominarán el mundo. Los demás no serán mucho más útiles que nuestras vacas pastando….Quien decida seguir siendo humano y se niegue a mejorar, tendrá graves desventajas. Constituirán una subespecie y serán los chimpancés del futuro”. Ray kurzweil