Sobre el culto a la tecnología.François Jarrige

Desde el comienzo de la era industrial, la incesante embestida y la creciente escala de las tecnologías han dado lugar a numerosos debates y disputas sobre sus riesgos, potencialidades y efectos. Si bien la hostilidad y la fascinación por las nuevas tecnologías obviamente no son nada nuevo, se expresaron con particular intensidad en la primera mitad del siglo XXe siglo. Durante esta “era de los extremos”, que vio los estragos de las dos guerras mundiales, así como la aceleración de la industrialización y el aumento del consumo masivo, la cuestión de la tecnología se vio atrapada en un conjunto de discursos opuestos y contradictorios. En el campo intelectual, dio lugar a innumerables disputas y controversias que tomaron la forma de matices sutiles según el país. Paralelamente al desarrollo del capitalismo y la colonización y a las grandes crisis sociales y culturales que sacudieron la época, las naciones industrializadas experimentaron con una avalancha sin precedentes de nuevas tecnologías: pensemos en la electricidad, la aviación, la química. En todo el mundo, la cuestión de la tecnología emergió como un tema decisivo, enfrentando a críticos pesimistas y preocupados con empresarios modernos y entusiastas, mientras que los discursos laudatorios sobre la tecnología se incorporaron a los nacionalismos triunfantes.

Pero más allá de estos debates, el consenso que parece haber prevalecido a posteriori a favor del “progreso” técnico ha llevado a varios pensadores a diagnosticar una transferencia de lo sagrado de las religiones tradicionales a las tecnologías contemporáneas. El historiador británico Arnold J. Toynbee señaló a mediados del siglo pasado cómo “la tecnología ha tomado el lugar de la religión como interés supremo y objeto de aspiración” (1). Jacques Ellul exploró la misma idea cuando afirmó en la década de 1970, cuando crecían muchas dudas sobre el sistema técnico industrial, que “no es la tecnología la que nos esclaviza, sino lo sagrado transferido a la tecnología” (2). De hecho, a partir del siglo XIXe En el siglo XX, en paralelo a la industrialización y a la multiplicación de los objetos técnicos, se rindieron toda una serie de discursos, celebraciones y homenajes a la tecnología, adornada con cualidades inéditas y casi demiúrgicas. Poco a poco se le ha ido rindiendo un verdadero culto a él y a sus promotores, hasta convertirse en una manifestación característica de las sociedades contemporáneas y de su imaginación.

En ningún otro país industrializado que no sea Alemania este culto a la tecnología ha alcanzado tal escala. La tesis del libro de Jeffrey Herf, finalmente traducido al francés, es que en el atormentado panorama intelectual del período de entreguerras, este país tenía una posición especial debido al culto desenfrenado a la tecnología que se había desarrollado allí, y que preparó el terreno para el nazismo y sus locuras destructivas. A diferencia de los análisis e interpretaciones que presentan al nazismo como un movimiento puramente reaccionario y antimoderno hostil a todas las formas de progreso, en la continuidad de la ideología conservadora de Völkisch, el estudio de Herf ha abierto el campo a una comprensión más fina de la genealogía intelectual del nazismo como un todo coherente, lejos de la locura irracional a la que algunos han querido confinarlo (3). Herf fue, pues, uno de los primeros en intentar reconstruir esta ideología nazi haciendo del culto a la tecnología una vía privilegiada de acceso para arrojar luz sobre sus antinomias fundamentales y su dimensión mortal.

El tecnonacionalismo y la “era de las máquinas”

El libro de Jeffrey Herf es una importante contribución al estudio y análisis histórico de la “era de las máquinas” que tuvo lugar durante el siglo XIXe un siglo antes de que realmente triunfara en el período de entreguerras. Para el historiador David Edgerton, este período representa la edad de oro de un “tecnonacionalismo”, en el que la “celebración del ciudadano inventivo” se convirtió incluso en uno de los elementos esenciales del discurso nacionalista (4). Cada país quería atribuirse el mérito de sus innovaciones frente a sus competidores, demostrando así su superioridad e imponiéndose en la vasta competencia internacional. Dudar de los beneficios de la industria a gran escala y de los equipos técnicos modernos equivalía a una traición, y cuestionar la beneficencia del industrialismo se consideraba cada vez más irracional e incluso peligroso. Tanto para los liberales modernizadores como para los fascistas y estalinistas de la primera mitad del siglo XXe En el siglo XX, la desconfianza en la modernidad técnica se convirtió en el enemigo a vencer en la medida en que corría el riesgo de frenar la expansión económica y el triunfo de las grandes potencias. Las corrientes del llamado “pesimismo cultural”, heredadas del romanticismo del siglo XIXe Sin embargo, después de 1918, todavía había muchas dudas sobre la “maquinaria”. Pero se sentían cada vez más abrumados por la exaltación de la tecnología presentada como condición para el progreso de las naciones, un progreso que obviamente podía entenderse de manera muy diferente según las tradiciones culturales.

La exaltación de las máquinas también se expresó a través del cambio de categorías políticas y estéticas, aunque hubo una gran circulación de discursos entre países. En los Estados Unidos, el entusiasmo por las nuevas tecnologías, de las que Henry Ford se convirtió en el profeta, se extendió hasta convertirse en una parte central de la identidad nacional del país. Muchos estudios han descrito esta “era de las máquinas” que se manifestó en objetos como la tecnología inalámbrica y los bienes de consumo, en los rascacielos y las fábricas, pero también en discursos y actitudes que “idealizaban extravagantemente la máquina” y su capacidad para crear una sociedad más justa o más eficiente (5). La “idolatría de la máquina” se encontraba en multitud de producciones culturales, como las fotografías comerciales de Charles Sheeler de las fábricas y su equipamiento técnico para Ford. En la arquitectura, el cine, la fotografía y el naciente diseño industrial, triunfó por doquier una estética adaptada al culto a las máquinas. En Europa, el Manifiesto del Futurismo Italiano (1909), que convirtió a este último en el símbolo de la modernidad en el arte, fue un ejemplo entre otros de esta nueva exaltación. Los periodistas europeos se apresuraron a viajar al continente americano para observar los cambios en curso: el culto a la eficiencia, la racionalización, la producción en masa, pero también la nueva estética modernista parecían revelar el secreto de la prosperidad (6).

También en la URSS, el culto a la tecnología floreció en el período de entreguerras en paralelo con el ascenso del estalinismo. Este culto dio lugar a grandes proyectos como redes de carreteras, rascacielos, armas de destrucción masiva, grandes presas gigantes, todo lo cual se suponía que domesticaría a la naturaleza y al hombre. La primera mitad del siglo XXe El siglo puso en marcha lo que el antropólogo James Scott ha llamado “alto modernismo”, es decir, una mezcla sin precedentes de voluntarismo estatal, mitos tecnológicos y una fascinación por los grandes proyectos que se suponía que transformarían realidades físicas y sociales complejas en elementos normalizados y simplificados, abstraídos y separados de la realidad. El nazismo y su historia representan una de las manifestaciones de este “alto modernismo” destructivo en el contexto singular de la Alemania de entreguerras (7).

À la fin du XIXe siècle, beaucoup exprimaient pourtant leurs craintes à l’égard d’un changement technique perçu comme menaçant, et ceci dans un très large spectre politique. L’idéal de retour à la nature et à la terre contre les villes tentaculaires et le monde artificiel de la mécanique constituait certes un aspect important des idéologies traditionalistes, mais il ne fut jamais le monopole de la seule droite nationaliste et conservatrice. Ainsi, alors que les écrits de Léon Tolstoï ou du théoricien Pierre Kropotkine commençaient à exercer une grande influence dans les milieux anarchistes, de nombreux militants libertaires tentèrent de fuir la pollution des villes en créant des communautés ou des cités-jardins susceptibles d’instaurer une nouvelle harmonie avec le monde. Les discours et pratiques cherchant à redéfinir les relations entre les humains et la nature se multiplièrent en Angleterre ou en France (8). Dans l’Empire allemand engagé dans un processus d’industrialisation particulièrement brutal, rapide et destructeur, ce phénomène fut sans doute encore plus puissant. Il se structura à la fin du XIXe siècle autour du mouvement de Réforme de la vie (Lebensreform), qui draina des artistes mais aussi des adeptes du végétarisme, du naturisme ou des médecines naturelles. Sur les hauteurs du lac Majeur, en Suisse, un petit groupe de végétariens – comprenant notamment l’Allemand Gustav-Arthur Gräser – créa ainsi en 1900 la communauté de Monte Verità en vue d’expérimenter un mode de vie alternatif, cultivant et construisant de leurs mains tout en rêvant d’un avenir fait de simplicité et de contact retrouvé avec la nature (9).

Le développement récent de l’histoire environnementale a montré l’ampleur des perturbations introduites par l’industrialisation à marche forcée, les fumées qui contaminent l’environnement, la misère provoquée par les concentrations urbaines, l’imposition d’une culture du fatalisme dans les esprits. Si dans certaines franges de la population les doutes restaient nombreux à l’égard du machinisme et de la grande industrie, les protestations peinèrent à se faire entendre. Le « luddisme (10) » et les « sensibilités antitechnologiques », pour reprendre les formules employées par J. Herf, semblèrent se répandre sous la république de Weimar, mais elles restèrent marginales et surtout cantonnées dans l’ordre du discours. Aux lendemains de la Grande Guerre, les doutes sur la grande industrie et ses réalisations techniques circulaient dans le débat intellectuel et politique européen, particulièrement en Allemagne, mais ils apparaissaient aussi, de plus en plus, comme une menace et un danger pour la puissance et la grandeur de la nation. Par ailleurs, ces doutes n’étaient pas universellement partagés. Dans la Ruhr, où la population ouvrière était largement composée de migrants récents, aucun mouvement de protestation de masse ne se développa contre un mal qui apparaissait nécessaire et fatal.

Comme le rappelait un habitant en 1919 : « Nous étions totalement fascinés par l’ampleur de la grande industrie et par le gigantisme et le génie des efforts humains […]. Nous acceptions les fumées empoisonnées des usines sidérurgiques comme quelque chose d’inévitable, et presque personne ne se plaignit (11). »

Face aux craintes qui découlaient des bouleversements industriels, le culte de la technologie qui se déploya dans l’entre-deux-guerres devait rassurer les sceptiques et cadrer les oppositions. Il constitua un phénomène majeur du XXe siècle, qui fut bien trop négligé par les historiens de cette période. Il joua un rôle essentiel en acclimatant des bouleversements et des perturbations perçus avec inquiétude par les populations, en naturalisant des évolutions de plus en plus décrites comme inéluctables et nécessaires à la grandeur de la nation. Mais ce culte prit en Allemagne la forme très singulière d’une réconciliation de « l’intériorité allemande » [Innerlichkeit] avec la modernité technique. Comme le montre Herf, il prit à la fois la forme d’une vision esthétique faite de formes neuves et stables, jugées rassurantes par rapport au chaos de l’ordre bourgeois, mais aussi en accord avec la volonté de puissance du peuple aryen. La technologie devint progressivement l’incarnation matérielle et physique de l’âme et de qualités intérieures, bien plus que le résultat d’une approche rationnelle et positiviste.

Le « modernisme réactionnaire » et la question des origines du nazisme

Publié à l’origine en 1984 aux Presses de l’université de Cambridge, l’ouvrage de Jeffrey Herf est en fait le fruit d’un travail de thèse qui fut soutenu aux États-Unis en 1980, alors qu’il était encore un jeune historien et sociologue. Intitulé dans sa version originale Reactionary Modernism : Technology, Culture and Politics in Weimar and the Third Reich, l’ouvrage constitue un jalon important dans la compréhension de la vision du monde nazie et de son rapport ambivalent à la modernité. La thèse comme la forme du livre sont évidemment le reflet des débats historiographiques de ce temps, alors que les années 1970 et le début des années 1980 sont marqués par de vives interrogations sur l’écriture de l’histoire allemande et les origines du nazisme. L’histoire du nazisme se développe alors à l’échelle internationale en suscitant controverses et débats. Avant même la fameuse « querelle des historiens » de 1986, qui opposera notamment Ernst Nolte et Jürgen Habermas sur la question du degré de culpabilité du peuple allemand, le problème des origines et de l’identité du nazisme s’affirme alors comme un enjeu central. Les thèses anciennes identifiant le national-socialisme et ses réalisations au seul Hitler et à ses obsessions et délires obsidionaux, sont remplacées par des approches plus complexes cherchant à réinscrire la catastrophe nazie dans son historicité. Certains ont ainsi recherché la spécificité du nazisme dans l’histoire des structures de l’État et de la société, engagés dans un processus de modernisation destructeur. Pour d’autres, le nazisme s’explique moins par la personnalité, les idées et les actes de Hitler que par le mode de fonctionnement du mouvement national-socialiste et de l’État hitlérien, par les réactions de la société allemande et les modifications du contexte international. Dans les années 1970, Martin Broszat montre par exemple dans son étude classique sur l’État national-socialiste combien la cohérence affichée n’existait pas réellement dans la pratique de l’exercice du pouvoir (12).

Parmi les questions décisives, sans cesse posées depuis, il y a bien sûr celle des liens entre le nazisme et la modernité. Le nazisme s’explique-t-il par la marche particulièrement difficile et paradoxale de l’Allemagne vers le monde moderne (13) ? Plus que dans toute autre nation occidentale, l’histoire de ce pays a en effet été marquée par des forces aristocratiques et traditionalistes démesurées. La « révolution bourgeoise manquée » de 1848 a laissé la Prusse unifier l’Allemagne et c’est le junker réactionnaire Bismarck qui a mis en œuvre le programme de modernisation de la bourgeoisie et même instauré une forme de « socialisme d’État ». Herf participe à l’immense débat sur le Sonderweg allemand et sur les relations ambiguës et singulières de l’Allemagne à la modernité.

Beaucoup de travaux et d’historiens ont en effet tenté d’explorer cette voie singulière vers la modernité politique et économique pour y trouver les causes de la catastrophe nazie, ou du moins des éléments susceptibles de l’éclairer. Dès le XIXe siècle, Marx observait d’ailleurs que, contrairement à la France et à l’Angleterre, la bourgeoisie allemande avait choisi la voie du compromis avec l’aristocratie plutôt que de s’allier avec le peuple pour émanciper la nation des entraves héritées de l’Ancien Régime ; dans l’espace germanique, l’industrialisation fut à la fois particulièrement tardive et rapide, et les élites traditionnelles se maintinrent longtemps au pouvoir. Selon la thèse classique de l’historien Hans-Ulrich Wehler, énoncée dès 1973, l’Allemagne serait dès lors devenue moderne sur le plan économique tout en restant féodale sur le plan politique (14).

L’ouvrage de Herf est nourri de ces débats et controverses très vifs dans les années 1970-1980 ; il les prolonge et les approfondit en sortant des analyses trop rapides, et en procédant à un retour aux sources et aux textes. Herf montre ainsi clairement combien « l’idéologie d’extrême droite, puis l’idéologie nazie étaient bien plus étroitement liées à la technologie moderne que ce qu’on avait pu dire jusqu’alors » (p. 33). George L. Mosse, qui exerça une grande influence sur le jeune historien Herf, et dont la famille fut victime des premières mesures antisémites, insistait quant à lui sur le fait que le nazisme est né dans les tranchées de la Première Guerre mondiale. C’est cette expérience fondatrice de la guerre industrielle qui conduisit ensuite à une sanctification de la mort et à une indifférence grandissante à l’égard de la valeur de la vie humaine, préparant la « brutalisation » de la vie politique que l’on put observer à l’époque (15). Le nazisme aurait ainsi été le résultat des ressentiments contre la modernité, mais porté par la technique la plus moderne.

El estudio de Herf es original en el sentido de que ofrece tanto una historia intelectual del surgimiento del nazismo -el objetivo es presentar los autores y las principales corrientes de ideas que prepararon el terreno para el triunfo de la Weltanschauung nazi- como una historia social de las ideas de grupos como los ingenieros que apoyaron al régimen y ayudaron a afianzarlo (16). El libro es, ante todo, parte de un esfuerzo por reconstruir una genealogía intelectual revisitando a pensadores famosos como Oswald Spengler, Werner Sombart, Carl Schmitt, Ernst Jünger y Martin Heidegger, así como a una multitud de autores menos conocidos y olvidados que también sentaron las bases para una interpretación nazi del progreso técnico. Uno de los principales intereses del libro es desenterrar el alcance de los debates sobre la tecnología y la gran cantidad de escritos sobre una filosofía conservadora de la tecnología que surgieron durante el período de entreguerras. Numerosas revistas y publicaciones, como la de los ingenieros ideológicos Technik und Kultur, que apareció entre 1922 y 1937, se pusieron en circulación para reconciliar la cultura de los ingenieros y la producción con la historia alemana. En la Alemania nazi, el progreso se redujo gradualmente a la tecnología, y parte del poder de atracción del nazismo hacia el mundo de los ingenieros y técnicos provino de su promesa de silenciar las críticas mientras liberaba a la tecnología moderna de las restricciones que se suponía que los liberales y socialdemócratas debían imponerle.

A diferencia de quienes hacen del nazismo una mera extensión de las corrientes conservadoras y völkisch que rechazan la Aufklarung y todas las dimensiones de la modernidad, Herf insiste en la síntesis original que representaba el nazismo, entre el rechazo de ciertos aspectos del mundo moderno y su poderosa adhesión a otros. Este punto es importante para salir de las visiones binarias y simplistas que muchas veces siguen existiendo, oponiendo, por ejemplo, modernidad y tradición, progreso y reacción. La tesis central del libro de Herf es que en Alemania, la aclimatación de la tecnología moderna tomó la forma singular de “modernismo reaccionario”. Con esta frase provocadora, que se ha utilizado muchas veces desde entonces, busca describir la mezcla de “entusiasmo por la tecnología moderna y rechazo de la Ilustración y las instituciones de la democracia liberal” que caracteriza a los movimientos conservadores alemanes.

Contrariamente a lo que todavía se lee a veces, la crítica política reaccionaria de la Ilustración se acomodó perfectamente a un entusiasmo y una fe inagotables en los poderes de la técnica, que se puso al servicio del proyecto expansionista y asesino del régimen nacionalsocialista.

El libro de Herf analiza un proceso ya previsto en el período de entreguerras por pensadores como Walter Benjamin y Thomas Mann, que trataron de comprender el éxito espectacular y hasta entonces inexplicable del nacionalsocialismo en la sociedad alemana. Herf sigue claramente los pasos de Benjamin, quien fue el primero en comprender verdaderamente que “la modernización técnica e industrial no implicaba necesariamente una modernización política, social y cultural más global”, y que en Alemania, más que en ningún otro lugar, la revuelta contra la modernidad tomó “la forma de un culto a la tecnología, más que un retorno a la tierra y al pasado” (p. 61). En definitiva, las tradiciones románticas y críticas de la Ilustración, propias del nacionalismo alemán, no se tradujeron en un rechazo de las técnicas modernas, sino más bien en su sobrevaloración como base de la grandeza del Reich y de la supremacía racial del pueblo ario. El “modernismo reaccionario” sería, por tanto, el proyecto cultural característico de “la vía alemana hacia la modernidad”, que deja “todo espacio para el progreso técnico” y ninguno para la democracia (18). Los nazis siguieron la tradición conservadora y nacionalista del “modernismo reaccionario”, añadiendo su antisemitismo frenético y su lectura biológica de la evolución técnica.

L’ouvrage de Herf a par ailleurs accompagné, voire amorcé et en tout cas stimulé les travaux sur les relations entre la modernité, les divers fascismes et les techniques (19). Si la rhétorique fasciste en appelle certes au retour au passé, les idéologies fascistes ne furent pourtant jamais des mouvements traditionalistes. Comme l’a résumé l’historien Eric Hobsbawm dans sa grande fresque consacrée à l’« âge des extrêmes », le passé auquel ces régimes se sont référés était d’abord un « artefact du discours », et leurs traditions ont été largement « inventées ». Si les fascistes rejetaient apparemment la « modernité » et le « progrès », exaltés dans les démocraties libérales, en pratique ils formulèrent un « ensemble de croyances délirantes à la modernité technique ». Dans la continuité des fondamentalismes technologiques antérieurs, les divers fascismes ont finalement créé un assemblage original de « valeurs conservatrices » et de foi dans la « maîtrise assurée de la haute technologie contemporaine (20) ».

Cette synthèse « techno-fasciste » trouvait ses racines dans l’expérience de la Grande Guerre, dans la défaite et la crise intellectuelle des années 1920. En Allemagne, la Révolution conservatrice s’accompagna d’une acceptation de la société industrielle et des techniques les plus modernes, perçues comme les solutions à la crise bien plus que ses causes. Pour les penseurs conservateurs, les Allemands étaient un peuple de techniciens et d’organisateurs qui devait imposer sa suprématie dans la civilisation industrielle en devenir. Hitler lui-même, loin d’être un traditionaliste rejetant complètement le monde industriel au profit d’un retour à la simplicité agraire du paysan, exaltait sans cesse la modernisation et les grands équipements techniques. Face à des régimes démocratiques qu’il jugeait faibles et décadents, les technologies modernes imposaient selon lui la mise en place d’un État suffisamment fort pour les diriger au profit de la puissance de la « race aryenne ». Dans Mein Kampf il définissait d’ailleurs la Weltanschauung nazie comme « fondée sur l’esprit grec et la technique allemande (21) ».

Techniques, idéologies et politique

Je laisserai évidemment les spécialistes de l’Allemagne et du nazisme – dont je ne suis pas – discuter de la pertinence des analyses de Herf. Mais si l’ouvrage a apporté beaucoup à la compréhension du nazisme et à son histoire intellectuelle, il doit aussi être replacé dans l’intérêt croissant qui émerge au cours des années 1970-1980 pour une histoire renouvelée des techniques et des technologies. Le traducteur Frédéric Joly a logiquement choisi de rendre le mot anglais technology par « technologie », mais il faut rappeler combien ce concept – que Herf interroge peu –possède une histoire longue et complexe. Le mot apparaît d’abord en Allemagne à la fin du XVIIIe siècle afin de désigner un projet de codification systématique des arts et métiers ; il s’agit d’abord d’un discours théorique et d’un essai de systématisation de l’analyse des techniques. Par la suite, le sens évolue et le mot en vient à désigner l’ensemble des techniques disponibles à une époque donnée, puis de plus en plus les artefacts du monde moderne, l’ensemble des dispositifs matériels identifiés à la modernité : les techniques les plus puissantes, celles qui résultent de l’alliance croissante avec la science. Chez Herf, la « technologie » désigne ainsi à la fois les grands artefacts – l’aviation et la motorisation, la chimie de synthèse, les aciéries gigantesques – et les discours et essais de théorisation de ces artefacts matériels par divers penseurs.

Au-delà de ses apports à la compréhension du nazisme proprement dit, l’ouvrage me semble essentiel car il propose une histoire intellectuelle et culturelle des techniques à une époque où dominaient encore des récits héroïques et naïvement progressistes. Le livre est d’ailleurs contemporain de l’émergence des science studies et de divers courants d’analyse montrant combien le monde des techniques façonne et est modelé par les représentations culturelles et les imaginaires, comme par les choix politiques et sociaux (22). Le travail de Herf sur le culte des technologies dans l’imaginaire nazi possède ainsi des points communs avec celui d’un autre historien nord-américain, David Noble, soucieux de comprendre les imaginaires et pratiques politiques de la technologie en Amérique du Nord après 1945. Dans ses livres America by Design : Science, Technology, and the Rise of Corporate Capitalism (1977) puis Forces of Production : A Social History of Industrial Automation (1984), Noble étudiait les discours et pratiques des ingénieurs américains, leur fascination et leur culte pour la technologie, leur enthousiasme systématique en faveur des machines les plus puissantes au détriment de l’efficacité. Pour Noble, dans la foulée des analyses de Lewis Mumford sur les « mythes de la machine », la technique n’est pas un processus sans sujet, le fruit d’un déterminisme et d’un devenir inéluctable auquel il conviendrait simplement de s’adapter : elle est un processus historique modelé par des idéologies et des rapports de force.

Par la suite, d’autres historiens nord-américains ont tenté de penser les idéologies et discours politiques à l’aune de leur fascination pour la technologie, à l’image de Paul Josephson pour l’URSS stalinienne. S’appuyant explicitement sur les recherches de Herf, Josephson a analysé ce qu’il nomme la « machine totalitaire », caractérisée par le rôle central accordé à l’État comme acteur du développement et de la diffusion des technologies et par une tendance marquée au gigantisme qui s’incarne par exemple dans les constructions d’Albert Speer, l’architecte du régime nazi, ou dans les « Sept Sœurs de Moscou », ces gratte-ciel voulus par Staline dans les années 1950. La nature comme les hommes doivent être asservis, contrôlés et mis au service de la puissance (23).

L’histoire intellectuelle des discours technologiques en Allemagne appartient à un ensemble de courants qui tentent de montrer les nombreux fils qui relient l’idéologie et le monde des technologies. Herf lui-même dit d’ailleurs sa dette à l’égard des théoriciens critiques de l’École de Francfort, en particulier de la conceptualisation de la technologie par Herbert Marcuse, tout en cherchant à dépasser leurs insuffisances. Son archéologie du modernisme réactionnaire le conduit ainsi à questionner leur thèse selon laquelle le nazisme serait l’expression paradigmatique d’un mal généralisé inhérent aux sociétés modernes. Il prolonge également les enquêtes philosophiques comme celle que Habermas avait consacrée une quinzaine d’années auparavant à « la science et la technique comme idéologie (24) ». L’étude de Herf est par ailleurs contemporaine du célèbre et riche essai de Langdon Winner intitulé « Les artefacts font-ils de la politique ? » (25), comme de l’essor en Europe et en Amérique du Nord de nombreux courants s’intéressant à la philosophie des techniques. Après l’intense décennie conflictuelle des années 1970, au cours de laquelle les technologies furent abondamment discutées, les années 1980 inaugurèrent au contraire un renouveau des promesses technologiques autour de l’informatique qui commençait à coloniser le monde. Les autorités politiques et économiques entendirent alors repousser toute critique ou opposition au profit d’une célébration de la nouvelle révolution technologique à laquelle devaient s’adapter les sociétés.

Rédigé à la fin de la « décennie conflictuelle » des années 1968, et paru au début de la décennie 1980 qui a largement dépolitisé la question technologique, Le Modernisme réactionnaire est donc un ouvrage charnière, dans lequel Jeffrey Herf poursuit et approfondit une réflexion importante sur les liens qui se tissent sans cesse entre les discours sur la technique et la politique. Dans son ouvrage, le lecteur ne trouvera pas une histoire habituelle des techniques qui suivrait par exemple l’essor de l’automobile, de l’industrie chimique, de la TSF, etc. Il plongera en revanche dans les écrits de nombreux penseurs célèbres ou obscurs de la technique. À la suite d’intellectuels de droite tels que Spengler, Jünger, et beaucoup d’autres moins connus qu’exhume le livre, le parti nazi mobilisa dans ses rangs les ingénieurs et techniciens. Les nouvelles techniques de communication furent ainsi largement utilisées par la propagande. Peu de temps après la prise du pouvoir par les nazis en 1933, Adolf Hitler lança un vaste plan de construction d’autoroutes – réservées aux voitures – censées symboliser la suprématie du régime. Ces Autobahnen devaient incarner la supériorité de la technologie allemande, sa capacité à améliorer et dépasser la culture (26). Hermann Göring, responsable de la coordination et de l’application du plan quadriennal de 1936 qui devait rendre le pays autarcique, décréta une augmentation de 150 % de la production de bois pour 1937, et exigea la mise en culture de 2 millions d’hectares supplémentaires. Pour atteindre ces objectifs, il fallut recourir à l’utilisation massive des techniques les plus récentes, comme les pesticides, les véhicules motorisés et les engrais chimiques. À mille lieues de la pensée écologique supposée des nazis, exagérée par quelques idéologues libéraux afin de disqualifier les essais de régulations du capitalisme, le nazisme fut d’abord une tentative forcenée de domination de la nature au moyen de technologies lourdes (27). Le chapitre final sur la période nazie et la Seconde Guerre mondiale est particulièrement éclairant sur le fanatisme technologique irrationnel qui fut alors à l’œuvre : de plus en plus coupés du réel, les dirigeants étaient persuadés que les découvertes technologiques allaient les sauver de l’effondrement, ce fanatisme contribuant à leur aveuglement et à leur chute finale.

D’un culte à l’autre

Les temps ont changé, le nazisme comme le fascisme et le stalinisme ont été vaincus, et la société qui s’est imposée en Occident après 1989 a fait de la démocratie parlementaire un idéal insurpassable. Mais une chose est peut-être restée, par-delà les différences irréductibles qui caractérisent notre époque : ne sommes-nous pas nous aussi victimes d’un culte irrationnel de la technologie qui confine parfois au fanatisme aveuglant ? En 2012, le président de Google, Eric Schmidt, proclamait lors d’une conférence : « Si nous nous y prenons bien, je pense que nous pouvons réparer tous les problèmes du monde (28). » Ce type de prophétie se retrouve fréquemment parmi les entrepreneurs et ingénieurs de la Silicon Valley, comme chez les prophètes du transhumanisme qui ne cessent de multiplier les promesses et d’exalter les nouvelles technologies décrites comme « révolutionnaires » ou « disruptives ». Derrière la « révolution numérique », il existe aujourd’hui un projet politique et une idéologie fondés sur le contrôle et la maîtrise de tous les aspects de nos vies (29). Les innombrables start-up qui prolifèrent promettent – pour attirer l’attention et les financements – des solutions technologiques à tous les problèmes : l’association de la culture des cellules et de l’impression 3D doit résoudre la faim dans le monde en permettant de produire de la viande artificielle ; les voitures dites autonomes doivent supprimer à la fois les embouteillages et la mortalité routière ; le Big Data permettra de prévenir les épidémies ; les cours en lignes (Mooc) doivent démocratiser le savoir. Evgeny Morozov a exploré et dénoncé ce « solutionnisme technologique » des entreprises de la Silicon Valley qui veulent nous faire croire que grâce à l’Internet et aux nouvelles technologies, tous les aspects de notre vie seront améliorés et que la plupart des problèmes du monde disparaîtront. Malgré leur langage cool, branché et ouvert sur la mondialisation, les acteurs du monde high-tech ne sont-ils pas plongés dans le même type de fascination pour la technologie, la même foi débridée et irrationnelle, que ceux exhumés par Jeffrey Herf dans son ouvrage (30) ? Certes, ce culte de la technologie est mis au service d’un projet politique sensiblement différent, mais ne produit-il pas le même type d’aveuglement ?

Alors que notre monde est traversé par une triple crise sociale, écologique et politique, l’urgence – comme dans les années 1930 – serait d’accélérer un progrès technique en panne, ou menacé, pour éviter que nous ne prenions du retard dans l’inéluctable compétition globale, pour sauver la planète ou relancer notre pouvoir d’agir sur le monde. À gauche, les « accélérationnistes » rejettent ainsi la méfiance, qu’ils jugent dominante, à l’égard des technologies (31). Pour eux, il faut d’abord libérer les technologies de la propriété privée capitaliste pour faire advenir une société de loisir et d’abondance. À droite, le culte pour la technologie se porte également très bien. L’extrême droite identitaire et religieuse a désormais intégré et même théorisé l’usage intensif des technologies de l’information et de la communication pour accroître de manière virale la portée de sa propagande (32). Comme Herf lui-même l’a souligné à plusieurs reprises, le concept de « modernisme réactionnaire » permet aussi d’analyser la spécificité de l’islam radical contemporain : Al-Qaeda ne cesse d’utiliser l’Internet pour répandre ses messages fondamentalistes, alors que l’Iran s’efforce de maîtriser la technologie nucléaire pour contester la modernité occidentale (33). L’opposition caricaturale entre les supposés technophobes réactionnaires et les entrepreneurs progressistes des nouvelles technologies ne tient pas, même si elle ressurgit sans cesse, saturant les imaginaires, jusqu’à nous rendre myopes à l’égard de ce qui se joue. Le culte actuel pour les high-tech, la célébration de plus en plus forcenée de l’intelligence artificielle et des grands programmes de géo-ingénierie censés résoudre les défis climatiques, la confrontation entre un discours antitechnologique supposé dangereux et les avancées positives de la technique, tout cela rappelle les imaginaires exaltés du progrès technologique qui ont tant marqué le début du XXe siècle, et que l’ouvrage de Jeffrey Herf a contribué à analyser de façon neuve et originale.

Alors même qu’il a été abondamment discuté et rapidement considéré comme un classique, des traductions ayant paru en italien, en espagnol, en portugais, en grec et en japonais, l’ouvrage de J. Herf n’a pourtant jusqu’ici reçu qu’une attention limitée en France. Aucun compte rendu du livre ne semble avoir été publié en français, la revue Vingtième Siècle se contentant de le signaler en 1985 dans sa rubrique « Livres reçus ». Il a pourtant circulé et nourri l’historiographie du nazisme comme celle des techniques, et pour ce qui me concerne, il m’a été particulièrement précieux pour éclairer et analyser les querelles, débats et oppositions autour des techniques dans l’Europe du début du XXe siècle (34). Même s’il a peu été discuté en France – les liens entre technologie et politique ont chez nous moins retenu l’attention qu’outre-Atlantique – il a pourtant cheminé via les notes de bas de page dans les ouvrages des spécialistes. Cette version intégrale du livre enfin disponible en français lui ouvrira, espérons-le, un public élargi. Il n’est d’ailleurs pas étonnant que ce soit les éditions L’Échappée, éditeur indépendant, engagé et critique, qui aient pris l’initiative de traduire cet ouvrage alors que le champ académique et universitaire s’y intéressait assez peu. Depuis une dizaine d’années, cette maison d’édition a acquis une position tout à fait originale dans le débat politique et intellectuel français contemporain, en luttant contre le technolibéralisme sous toutes ses formes, en s’opposant à l’élimination de la question sociale et à l’artificialisme forcené, en résistant à la fascination pour la technoscience et les technologies contemporaines, en faisant ressurgir aussi des auteurs et des traditions critiques oubliés. L’ouvrage de Herf offre de nombreux éléments pour éclaircir certains traits des discours contemporains sur la technologie, pour s’opposer aussi à ceux qui identifient de manière simpliste tout doute émis à l’encontre de telle ou telle promesse technologique à une position irrémédiablement réactionnaire.

Dans les 30 années qui ont suivi la publication de son livre, Herf s’est quelque peu détourné de l’histoire des techniques proprement dite pour fouiller celle du nazisme et de son poids dans l’Allemagne contemporaine. Il a ainsi examiné la question de la propagande nazie et celle de la mémoire de l’Holocauste, il a également élargi ses terrains d’enquête à la politique culturelle de l’Allemagne de l’Ouest, aux rivalités entre Israël et l’Allemagne, ou encore à l’unification allemande dans le contexte de l’effondrement de l’Union soviétique. Plusieurs de ces ouvrages ont été récemment traduits en français (35). La traduction remarquable du Modernisme réactionnaire que nous offre Frédéric Joly donne donc au public français, aux spécialistes du nazisme, des technologies, comme au grand public, l’occasion de découvrir ou de redécouvrir un ouvrage majeur. Même si depuis 30 ans les travaux se sont évidemment multipliés sur les auteurs et questions discutés dans ce livre, celui-ci conserve tout son intérêt et sa pertinence. S’il peut être considéré comme dépassé sur certains points mineurs, il demeure extrêmement utile car la thèse est limpide et éclairante. Dans la préface inédite que J. Herf a accepté de rédiger, comme dans l’utile « Note du traducteur » qui termine le volume, le lecteur trouvera par ailleurs des compléments bibliographiques pour approfondir la question.

Loin d’être neutres ou innocentes, les technologies façonnent le monde, et elles n’existent pas sans les imaginaires et les rapports sociaux qui les accompagnent et leur donnent sens. L’exaltation débridée de la technologie, les promesses irresponsables qu’elle suscite, demeurent comme dans les années 1930 des menaces dont il faut prendre conscience et se départir. L’histoire ne ressert jamais le couvert et chaque époque est singulière, mais il existe aussi des récurrences, des points communs qui peuvent nous aider à nous orienter et à mettre à distance les mystifications. Jeffrey Herf le remarque lui-même dans sa préface en observant combien de nombreuses formes de « modernisme réactionnaire » éclosent en ce début de XIXsiècle alors que les fondamentalismes de tout poil adoptent avec ferveur les dernières innovations technologiques pour promouvoir leur cause. C’est pourquoi la traduction en français de ce livre me paraît si importante et éclairante aujourd’hui : il offre un jalon essentiel pour penser l’histoire intellectuelle des techniques comme celle des liens entre techniques et politique. Les conclusions qui se dégagent du livre de Herf confirment en définitive combien ce qu’on appelle la modernité n’a rien d’un phénomène homogène qu’il faudrait refuser ou accepter en bloc, elles confirment aussi combien l’adhésion aux dernières innovations et aux innombrables promesses technologiques n’est pas en elle-même une source d’émancipation. À l’heure des supposées « révolutions » et « disruptions » technologiques, la leçon mérite d’être retenue.

Notes

1. Arnold J. Toynbee, La Religion vue par un historien, Paris, Gallimard, 1963.

2. Jacques Ellul, Les Nouveaux Possédés, Mille et une Nuits, Paris, 2003, [1973], p. 316.

3. Eberhad Jäckel, Hitler idéologue, Paris, Calmann-Lévy, 1973 ; le projet de prendre au sérieux le nazisme et sa vision du monde pour mieux éclairer son histoire est également au cœur du travail récent de Johann Chapoutot en France : Johann Chapoutot, Le National-Socialisme et l’Antiquité, PUF, 2008 ; La Loi du sang. Penser et agir en nazi, Paris, Gallimard, 2014 ; La Révolution culturelle nazie, Paris, Gallimard, 2017.

4. David Edgerton, Quoi de neuf. Du rôle des techniques dans l’histoire globale, Paris, Seuil, 2006, p. 147

5. Karen Lucic, Charles Sheeler and the Cult of the Machine, Harvard University Press, 1991, p. 16 ; sur l’enthousiasme technologique dans l’Amérique du premier XXe Véase Thomas P. Hughes, American Genesis: A Century of Invention and Technological Enthusiasm, 1870-1970 (Chicago University Press, 1989).

6. Daniel T. Rodgers, Cruces del Atlántico: Política social en una era progresista, Harvard University Press, 1998, Capítulo 9: “La Era de las Máquinas”, p. 367.

7. Como sugiere el propio James Scott, citando el trabajo de Herf en apoyo de su tesis: cf. Ver como un Estado. Cómo han fracasado ciertos planes para mejorar la condición humana, Yale University Press, 1998, pág. 89.

8. Peter C. Gould, Early Green Politics: Back to Nature, Back to the Land, and Socialism in Britain 1880-1900 (De vuelta a la naturaleza, de vuelta a la tierra y al socialismo en Gran Bretaña 1880-1900), Harvester Press, 1988; François Jarrige, Gravelle, Zisly y los anarquistas naturistas contra la civilización industrial, París, Le Voyageur clandestin, colección “Les précurseurs de la décroissance”, 2016.

9. Kaj Noschis, Monte Verità, Ascona y el genio del lugar, Presses polytechniques et universitaires romandes, 2011.

10. El ludismo se refiere a las revueltas obreras contra la maquinaria en Inglaterra a principios del siglo XXe siglo. Este es un episodio muy famoso en el mundo angloamericano, donde el término “ludismo” llegó a describir todas las formas de hostilidad y oposición a la tecnología. En Francia, el término es menos conocido y nunca ha sido percibido como un momento clave en la historia del movimiento obrero (cf. Vincent Bourdeau, François Jarrige y Julien Vincent, Le Luddisme. Machine Breaks, Political Economy and History, París, Ere, 2006).

11. Citado en Franz-Josef Brüggemeier, “A Nature Fit for Industry: The Environmental History of the Ruhr Basin, 1840-1990”, Environmental History Review, vol. 18, primavera de 1994, pp. 35-54 (citado p. 45).

12. En los últimos 40 años, la bibliografía sobre el nazismo se ha vuelto gigantesca y se han publicado miles de estudios. Para una buena guía en este laberinto historiográfico, véase en particular Pierre Aycoberry, La cuestión nazi. Les interpretations du national-socialisme, 1922-1975, París, Seuil, “Points-Histoire”, 1979; lan Kershaw, ¿Qué es el nazismo? Problème et perspectives d’interpretations, París, Gallimard, coll. “Folio”, 1992 (nueva edición, 1997).

13. Heinrich August Winkler, Histoire de l’Allemagne, x-xe siècle. Le long chemin vers l’Occident, traduit de l’allemand par Odile Demange, Paris, Fayard, 2004.

14. Hans-Ulrich Wehler, Deutsche Geschichte, t. 9 : Das Deutsche Kaiserreich, 1871-1918, Vandenhoeck und Ruprecht, Göttingen, 1973, et les nombreux débats qui suivirent : Dieter Groh, « Le « Sonderweg » de l’histoire allemande : mythe ou réalité ? », Annales E.S.C., 1983, n° 38-5, p. 1166-1187 ; Christophe Charle, La Crise des sociétés impériales. Allemagne, France, Grande-Bretagne. Essai d’histoire sociale comparée, Paris, Seuil, 2001.

15. George L. Mosse, Les Origines intellectuelles du Troisième Reich. La crise de l’idéologie allemande, Paris, Seuil, coll. « Points », 2006 (1964) ; George L. Mosse, De la Grande Guerre au totalitarisme. La brutalisation des sociétés européennes, Paris, Hachette Littératures, 1999.

16. L’étude de Herf est contemporaine de nombreuses recherches sur le rôle et le poids des techniciens et ingénieurs dans le régime nazi, cf. notamment l’étude de Karl-Heinz Ludwig, Technik und Ingenieure im Dritten Reich, Düsseldorf, 1979, sur laquelle s’appuie largement Herf, ou plus récemment : Blaine Taylor, Hitler’s Engineers : Fritz Todt and Albert Speer. Master Builders of the Third Reich, Barnes & Noble, 2010.

17. Jeffrey Herf a présenté sa thèse dans plusieurs articles, dont « The Engineer as Ideologue : Reactionary Modernists in Weimar and Nazi Ger-many », Journal of Contemporary History, vol. 19, n°4, 1984, p. 631-648 ; et en français : « Un nouvel examen du modernisme réactionnaire. Les nazis, la modernité et l’Occident », in Zeev Sternhell (dir.), L’Eternel retourContre la démocratie, l’idéologie de la décadence, Paris, Presses de la FNSP, 1994, p. 161-195 (citation p. 165).

18. Sur la culture technologique du nazisme, voir aussi : Michael Thad Allen, « Nazi Ideology, Management, and Engineering Technology in the SS », in Eric Katz (dir.), Death by Design : Science, Technology, and Engineering in Nazi Germany, New York, Longman, 2005, p. 88-120.

19. Louis Dupeux et al., « Kulturpessimismus, Révolution conservatrice et modernité », Revue d’Allemagne, XIV (1), janvier-mars 1982 ; Louis Dupeux (dir.), Révolution conservatrice dans l’Allemagne de Weimar, Paris, Kimé, 1992 ; Eric Dorn Brose, « Generic Fascism Revisited : Attitudes To-ward Technology in Germany and Italy, 1919-1945 », German Studies Review, 10 (1987), p. 273-297 ; Kees Gispen, Poems in Steel : NationalSocialism and the Politics of Invent ing from Weimar to Bonn, Berghahn Books, 2001 ; sur les liens du nazisme à la modernité, voir aussi parmi de nombreuses références : Zygmunt Bauman, Modernité et holocauste. traduit de l’anglais par Paule Guivarch, Paris, La Fabrique, 2002 ; Enzo Traverso, La violence nazie, une généalogie européenne, Paris, La Fabrique, 2003.

20. Eric Hobsbawm, L’Age des extrêmes. Histoire du court vingtière siècle, 1914-1991, Bruxelles, Éditions Complexe-Le Monde diplomatique, 1994, p. 165.

21. Cité par Éric Michaud, « Figures nazies de Prométhée, de l’homme Faustien de Spengler au « Travailleur » de Junger », Communications, 2005, n°78, p. 169-170.

22. B. E. Bijker, T. Hugues, T. Pinch (dir.), The Social Construction of Technological Systems. New Directions in the Sociology and History of Technology, Cambridge, Cambridge University Press, 1987.

23. Paul R. Josephson, Totalitarian Science and Technology, Humanity Books, 2005, et Would Trotsky Wear a Bluetooth ? Technological Utopianism Under Socialism, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2009.

24. Jürgen Habermas, La Technique et la science comme idéologie, Paris, Gallimard, 1990 (1re éd. 1968).

25. Langdon Winner « Do Artifacts Have Politics ? », Daedalus, vol. 109, n° 1, hiver 1980, traduction française : « Les artefacts font-ils de la politique ? », in La baleine et le réacteur. À la recherche de limites au temps de la haute technologie, trad. de l’américain par M. Puech, Paris, Descartes et Cie, 2002, p. 45-74.

26. Sur le projet idéologique de ces vastes infrastructures routières du nazisme, voir Thomas Zeller, Driving Germany. The Landscape of the German Autobahn, 1930-1970, Berghan Books, 2006, p. 66.

27. Sur la nature supposée « écologique » du nazisme, voir les salutaires mises au point de Johann Chapoutot, « Les nazis et la “nature”. Protection ou prédation ? », Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 2012/1 n° 113, p. 29-39 ; et Franz-Josef Brüggemeier, Mark Cioc et Thomas Zeller (dir.), How Green Were the Nazis ? Nature, Environment, and Nation in the Third Reich, Athens, Ohio University Press, 2005.

28. Cité par exemple par Benoît Georges, « La Silicon Valley peut-elle sauver l’humanité ? », Les Échos, 22 octobre 2014.

29. Éric Sadin, La Silicolonisation du monde. L’irrésistible expansion du libéralisme numérique, L’Échappée, coll. « Pour en finir avec », 2016 ; Philippe Vion-Dury, La Nouvelle Servitude volontaire. Enquête sur le projet politique de la Silicon Valley, Limoges, FYP, 2016.

30. Evgeny Morozov, Pour tout résoudre, cliquez ici. L’aberration du solutionnisme technologique, Limoges, FYR, 2014.

31. Alex Williams et Nick Srnicek, « Manifeste accélérationniste », in Multitudes n° 56, 2014, et Accélérer le futur. Post-travail & post-capitalisme, Saint-Étienne, Cité du design, 2017 ; Laurent de Sutter (dir.), Accélération !, Paris, PUE, 2016.

32. Un ancien cadre du Front national, Jean-Yves Le Gallou, a ainsi théorisé cet usage d’Internet et publié un manifeste de l’activisme sur la Toile intitulé « Douze thèses pour un gramscisme technologique », cf. Abel Mestre et Caroline Monnot, « Les “cyberactivistes” d’extrême droite ont fait d’Internet leur nouveau terrain de jeu », Le Monde, 9 mars 2010.

33. Jeffrey Herf, « The Totalitarian Present », The American Interest, vol.5, n° 1, 1er septembre 2009 : www. the-american-interest.com/2009/09/01/the totalitarian-present/

34. François Jarrige, T echnocritiques. Del rechazo de las máquinas a la contestación de las tecnociencias, París, La Découverte, 2014.

35. Véase, en particular, J. Herf, El enemigo judío. Nazi Propaganda1939-1945, traducido del inglés (Estados Unidos) por Pierre-Emmanuel Dauzat, París, Calmann-Lévy, colección “Mémorial de la Shoah”, 2011; y Hitler, Propaganda and the Arab World, traducido del inglés (Estados Unidos) por Pierre-Emmanuel Dauzat, París, Calmann-Lévy, colección “Mémorial de la Shoah”, 2012.